Mi pobre madre —que después de vivir más de 95 años se me fue en ocho días, escapándoseme de las manos como un gurriato aún no volandero caído del nido— me decía que no entendía mi poesía, que siguiera escribiendo en prosa, que eso sí le gustaba más y lo comprendía mejor. Mi madre tenía siempre razón, incluso cuando no la llevaba del todo, porque la parte en que sí la llevaba eclipsaba a la otra. “Es que, madre —le explicaba—, ahora estoy viéndome con la poesía; antes lo hacía a escondidas, desde muy joven, pero, deben ser las primeras viruelas de la ya no tan lejana vejez, ahora quiero que todo el mundo sepa que la poesía y yo nos estamos tratando abiertamente y que hay, al menos por mi parte, mucha ilusión en esta relación aún en ciernes. Ella, la poesía, digo, no sé si estará ilusionada conmigo, pero yo sí que lo estoy con ella y voy a insistir hasta que formalicemos lo nuestro… o se rompa”. Cuando yo le decía estas cosas y otras por el estilo, en esos diálogos, más bien juegos, que tanto me gustaba mantener con ella porque tanto le apetecían aunque a veces fingiera lo contrario, me solía contestar: “¡Anda, déjate de tanta palabrería, que los poetas son solo eso, lisonjeros y palabreros, y escribe como te enseñó Salvador Toquero; escribe artículos y libros sobre Guadalajara y, si es para niños, mejor, porque los viejos, en realidad, somos niños que peinamos canas…”.
Estas, y otras conversaciones parecidas, mantuve con mi madre cuando le llevé los primeros ejemplares salidos de imprenta de “Suite Comillas” (Poemario a capricho) y “Guadalajara, suite nocturna” (Poemario ad libitum), mis dos primeros poemarios publicados, que no escritos, de la trilogía de suites poéticas que comencé a escribir cuando el duelo por la muerte de mi hermano, Carlos, hace ya cuatro años, me llevó a la poética. Como si de un rito se tratara, temprana y lamentablemente ya muertos mi padre y mis hermanos, los dos primeros ejemplares de una nueva obra mía que llegaban de imprenta eran siempre para mi madre y para el único hermano que me queda vivo, Javier Borobia. Los de mi “proesía” —como yo mismo he bautizado mi forma prosaica y libre de versificar—, no le terminaban de gustar a Pili, como todo el mundo llamábamos a mi madre, sin duda porque para ella la poesía, o rima y bien rimada, o no es poesía, y porque muchas palabrejas se le atragantaban. Ella era pura sencillez y mi estilo, un tanto rococó a veces, lo confieso, le producía disfagia lectora; de la otra, jamás padeció, afortunadamente y pese a llegar a una edad tan longeva. A Javier, mis libros le siguen gustando porque, aunque no los lea, se los enseño, se los cuento y sé que los disfruta, como yo de él cuando estamos juntos que, aunque a veces no podamos vernos, es y será siempre.
Como mi madre murió a mediados de febrero de este mismo año y “Suite Alcarria” —mi último poemario presentado hace algunos días y con el que he dado por cerrada mi trilogía de suites poéticas—, vino de la editorial de Alicante donde lo han maquetado e imprimido a mediados de abril, esta vez no ha sido la primera en tener en sus manos mi última obra, pero Javier, sí. De todas formas, y como yo no quería que fuera de otra manera, el libro se lo he dedicado a ella “que me dio la vida y el alma”, a la magna mater Alcarria, “que nace donde muere el viento y vive la tierra erosionada”, y a mis nietos, Darío y Diego, “mis preciosos niños de naranja y miel”. Pese a no poder ya abrazarla y besarla, ni acariciar su bonita cara, ni oler su pelo siempre limpio, relimpio, ni hablar de poesía y no poesía con ella, sé que mi madre vive en el país reservado a las buenas personas, a las limpias de alma y corazón, y que los cristianos llamamos cielo, también los solo regulares como yo. En ese cielo, para mí tan lejano y egoísta porque tiene a mi madre y yo no, seguro que ha podido leer esta “Suite Alcarria” y estoy absolutamente convencido que, por primera vez, le habrá gustado un libro mío de poesía porque muchos de los poemas que contiene están escritos a su lado mientras la cuidaba en sus convalecencias, e inspirados por ella. En realidad, yo firmo el libro, pero mi madre lo ha escrito.
Como dije en la presentación de mi/nuestra —¿Verdad mamá?— “Suite Alcarria” (Poemario al viento), que con tan buen tino condujo mi compañero, amigo y también maestro, Santiago Barra, yo soy una persona que necesito mucha y buena compañía para seguir en el camino, en el beat de Kerouac o en el impresionista de Machado. También soy muy amigo de mis amigos y muy agradecido. Por ello, termino ya agradeciendo a Nacho Abascal su vieja amistad y sus extraordinarias fotografías que, una vez más, han acompañado y hecho mejores mis palabras en un libro. A David Pasamontes, su joven amistad y las “deliciosas”, como certeramente las adjetivó Santi, creaciones plásticas que complementan “Suite Alcarria” y las que ya complementaron las dos suites que le han precedido. A mi hija, Ana, debo darle las gracias, además de por su reconfortante alegría, por compartir proyectos editoriales conmigo y contribuir a hacerlos más atractivos con sus bonitos diseños. A Camilo José Cela Conde he de agradecerle su precioso prólogo y que siga estrechando vínculos entre su apellido y la Alcarria, un binomio ya indisoluble gracias al extraordinario “Viaje a la Alcarria” de su padre. Tampoco quiero, ni debo, dejar de agradecer a la Diputación Provincial y a mis compañeros del Servicio de Cultura que sigan siendo mi casa y mis amigos. A Álvaro Ruiz le debo el saber algo más de poesía y, sobre todo, su cercanía y amistad para ayudarme a partir de la tristeza para buscar la paz. Con Jesús Padín tengo una deuda impagable que es el hecho notorio de que muchos de mis hijos de papel sean tan bonitos. Y a mi familia, sobre todo a mi mujer, siempre les agradeceré que me dejen leer, escribir y soñar que para mí son palabras sinónimas y hechos iguales. Y termino agradeciendo a esos dos grandes músicos y buenas personas que son José y Carlos de Lucas la preciosa versión acústica de “Wish you were here”, del mítico grupo Pink Floyd, que ambos interpretaron mientras se proyectaban las fotografías, dibujos y diseños de mi “Suite Alcarria” el día de su presentación y que, como dice el título de la propia canción, me sirvió para que estuvieran en la sala (llena una vez más, gracias por ello, de todo corazón, a quienes asistieron), quienes yo hubiera querido tener a mi lado, pero el cielo no pudo esperar y se los llevó.
“Suite” es una palabra francesa que significa sucesión o secuencia y “sweet”, una inglesa que significa dulce. Aunque la segunda se lee con una “i” alargada” pues la fonética inglesa así se comporta cuando se presentan dos “es” juntas entre consonantes, ambas se pronuncian de forma parecida: “Suit”, “Suiit”. Con ustedes, con vosotros, mi “suite” alcarreña, mi sucesión de poemas dedicados a la dulce Alcarria, la tierra que mejor huele y sabe del mundo, hija del sol, del viento y el agua.