A pesar de que conozco desde hace mucho tiempo su notable talento musical (y también su buen talante personal), no dejó de sorprenderme, incluso llegó a entusiasmarme, la actuación que los hermanos Abascal Palazón llevaron a cabo el viernes, 11 de octubre, en un Teatro Moderno abarrotado de público y absolutamente entregado a ellos por su excelente hacer sobre el escenario. Para completar el círculo de la excelencia en fondo y forma, el recital fue a beneficio de la delegación provincial de la Asociación Española contra el Cáncer, que preside Carmen Heredia, una mujer activa y comprometida, eficaz y con mucha capacidad de gestión, como pude comprobar cuando ambos compartimos grupo y corporación en el Ayuntamiento de Guadalajara entre 1999 y 2007. El ex presidente de esta asociación, que hoy es uno de sus vicepresidentes, el reputado doctor Jiménez Bustos, fue el encargado de presentar el concierto, con el acierto y bondad de la brevedad, dejándonos un mensaje de esperanza a todos los asistentes: en 2030, el 70 por 100 de los cánceres serán curables gracias a la investigación. Como canta Silvio Rodríguez: ¡Ojalá!
Dicho esto, que no es poco, sobre el loable motivo y el buen fin del recital, me centro en sus protagonistas y desarrollo porque, verdaderamente, lo merecen. Debe ser un motivo de orgullo que roza el nivel de insuperable tener ocho (buenos) hijos y que siete de ellos compartan una misma afición (la música), tengan un talento especial para ella y, además, practiquen la hermandad en grado superlativo, es decir, que además de estar juntos, estén unidos. Lo digo por Juan Manuel Abascal Colmenero y Pilar Palazón, los padres de Pablo, Nacho, Pili, Almudena, Chema, Santi y Chiqui, los siete hermanos que, desde hace unos meses, no sólo reservan para su intimidad familiar sus actuaciones musicales, como venían haciendo, sino que ya han realizado alguna en público con evidente éxito, como la del viernes, 11 de octubre, en el Moderno, o la que la pasada primavera llevaron a cabo en el centro cultural de Valdeluz, en Yebes, y que en realidad fue su presentación en público. Por cierto, el octavo hijo de la familia Abascal Palazón, Juan Manuel, no es que sea un díscolo y vaya en dirección diferente a la de sus hermanos, es que vive en Alicante, en cuya Universidad ejerce de Catedrático de Historia Antigua y es uno de los más reputados expertos en la huella que la cultura romana dejó en Hispania. Los hermanos Abascal dedicaron el recital a sus padres, que estuvieron presentes en él y, pese a que son dos personas muy contenidas, se emocionaron visiblemente, como no podía ser de otra manera. ¡Qué gran familia!
Antes de comentar aspectos estrictamente musicales de la brillante y exitosa actuación de los hermanos Abascal en el Moderno que ha motivado este artículo, considero necesario presentar a sus siete componentes: Pablo es empresario del comercio del sector de la papelería; Nacho es un conocido y prestigioso fotógrafo profesional; Pili es profesora de secundaria y da música en el Instituto “Domínguez Ortiz”, de Azuqueca; Almudena es también profesora y este curso imparte inglés en el Instituto “Buero Vallejo”, de Guadalajara; Chema también está en la docencia de medias y, tras muchos años en Salesianos y los últimos en el IES de Aguas Vivas, este curso ha comenzado a trabajar en la Escuela de Adultos de la capital; Santi es Ingeniero Superior de Telecomunicaciones y trabaja en una empresa de programación; finalmente, Chiqui, es técnico auxiliar de laboratorio y ejerce en el Hospital Universitario de Guadalajara. Como es comprobable, aunque tres de ellos están en el mundo docente, las profesiones del conjunto de los hermanos son muy variadas, si bien el gusto y la sensibilidad por la música siempre ha sido común. Pero no todo el que quiere, puede; no obstante, ellos, quieren y pueden porque todos tienen un talento especial para la música: Pablo toca el acordeón y hace coros; las tres chicas, Pili, Almudena y Chiqui tienen voces extraordinarias, destacando la de esta última que posee un vibrato agudo precioso; Nacho toca la percusión (bongós en esta actuación), la guitarra y el charango, además de hacer coros, como Santi que también aporta el bajo eléctrico; finalmente, Chema toca la guitarra, canta y coordina y lidera a sus hermanos ya que es el que más camino tiene recorrido en el mundo de la música en solitario pues lleva muchas actuaciones a sus espaldas. Tiene una voz realmente bonita y toca muy bien la guitarra, además de poseer un carácter empático que le hace conectar muy bien con el público. Este magnífico recital de los hermanos Abascal que estoy comentando —con el inefable médico cantante, Manolo Millán, que interpretó con su gran voz una ranchera, sumándose como invitado a esta fiesta de hermandad— centró su repertorio, exclusivamente, en música centro y suramericana. Cantaron, durante poco más de una hora que a todos se nos hizo muy corta, canciones tradicionales mejicanas, paraguayas, peruanas, venezolanas, cubanas… Rancheras, guaranias, valsecitos, joropos… como La flor de la canela”, “Recuerdos de Ypacaraí”, “La Llorona”, “Volver”, “Guantamanera”, “Yolanda”, … Una música que no está de moda, pero de auténtica calidad y buen gusto que, además, es muy conocida y, por ello, fue tarareada y seguida con deleite, incluso entusiasmo, por los espectadores asistentes que disfrutamos muchísimo y, literalmente, nos dejamos las manos aplaudiéndolos al acabar cada tema. Aprecio a toda la familia Abascal Palazón y me unen especiales lazos de amistad con varios hermanos, especialmente con Nacho, que es quien suele poner las fotografías a la mayor parte de los libros que escribo porque es tan bueno que me ayuda a opacar las limitaciones de mis textos, pero no son ni el afecto ni la amistad los que están detrás de los elogios de este artículo, sino que se trata de un acto de verdadera justicia y necesario reconocimiento. Precisamente, en agradecimiento y homenaje a Nacho, que hago extensivo a todos sus hermanos, titulo este artículo “Abascaleando”, como guiño de complicidad con “Guadalajareando”, el libro visual de gran formato que ambos editamos en 2018, como si de una enciclopedia de los sentidos de las tierras de Guadalajara se tratara, y que aún sigue teniendo recorrido editorial, sobre todo por la calidad de las imágenes que él aportó a la obra. Si “Guadalajarear” es, como explico en su contraportada, “andar, ver y contar las guadalajaras con el corazón puesto en los ojos y el alma en la palabra”, “Abascalear” es “disfrutar de la hermandad que no solo junta, sino que une, y de una música de calidad y buen gusto que aviva el corazón y alienta el alma”.