«Luces de bohemia» frente al espejo

            A mediados de octubre y por primera vez en su ya larga historia, el Teatro Español, de Madrid, estrenó una versión de “Luces de bohemia”, la conocida y extraordinaria obra con la que, justamente ahora se ha cumplido un siglo, Valle Inclán inauguró el esperpento y que, para no pocos, es la pieza más importante del teatro hispano en el siglo XX. Tuve la suerte, y el placer, de poder asistir con mi mujer, Isabel, y dos viejos y buenos amigos, Santi Barra y Yayo Ruiz, a la tercera función de esta notable versión de Eduardo Vasco de la obra de Valle que se está representando en el Español y que está previsto que se prolongue hasta mediados de diciembre. Después de Valle, y durante las navidades, este popular teatro del Ayuntamiento de Madrid que está en la plaza de Santa Ana escenificará para un público eminentemente familiar su tradicional función de títeres, “El carnaval de los animales”. Ya en el nuevo año, entre el 24 de enero y el 30 de marzo, volverá a acoger en su escenario “Historia de una escalera”, la obra con la que “nuestro” Buero Vallejo irrumpió hace 75 años en el teatro nacional, con tal fuerza e impacto, que, desde ese mismo momento, se convirtió en uno de los más grandes dramaturgos españoles del XX, comiendo en la misma mesa que Valle, Lorca y pocos elegidos más. Precisamente, fue en el Teatro Español donde se representó por primera vez “Historia de una escalera”, en octubre de 1949, y, con motivo de esa efeméride, Carlos Buero, el único hijo vivo de Antonio y Victoria Rodríguez, tenedor de sus derechos de autor y avivador de su memoria, acordó con la sala madrileña la reposición de la obra de su padre que será dirigida por Helena Pimenta, toda una garantía de buen hacer sobre las tablas. Cuando llegue el momento, volveremos a Buero y a su escalera con esa pequeña gran historia que conforman peldaños de realismo, costumbrismo e, incluso, simbolismo, tres de las señas de identidad de su teatro. Hoy, toca Valle.

Portada del libro «125 Luces de bohemia»

            “Luces de bohemia” es una obra brillante, con los puntos absurdos, forzados y deformados que la llevan al esperpento y personajes con hambre física y metafísica, sobremanera Max Estrella, el poeta ciego que es su protagonista junto con su golfo amigo y medio lazarillo, Latino de Hispalis, un pícaro fuera del tiempo literario propio de la picaresca, aunque en España todos los tiempos y espacios, sobremanera los públicos, son de pícaros. Precisamente, el propio Valle situó a las figuras de su obra en aquel Madrid de las dos primeras décadas del siglo XX al que adjetivó como “absurdo, brillante y hambriento”. Modernismo —incluso con la presencia de Rubén Darío entre los personajes de la obra— y esperpento van de la mano en esta obra en la que una revuelta social, propia de la época, deriva en una sucesión de aconteceres de calle, taberna, calabozo, despacho ministerial y cementerio en los que se combinan sainete, opereta, zarzuela y hasta gran guiñol y títeres en esta versión de Eduardo Vasco. El también director, ha respetado fielmente el libreto de Valle y ha contado con un buen elenco de actores, en el que destacan Ginés García Millán —en el papel de Max— y Antonio Molero —en el de Latino—, ambos magníficos. Los personajes de carácter y los secundarios, también están a la altura.

Si les gusta el buen teatro y quieren disfrutar de un clásico moderno, la versión de “Luces de bohemia” que actualmente se representa en el Español es una excelente opción y, además, a buen precio porque el ayuntamiento de Madrid sigue esa política en esta sala, con buen criterio. A mí me gustó tanto la primera vez que vi representar esta obra de Valle —en 1985, en el Teatro María Guerrero, con la dirección de Lluís Pasqual y con un genial José María Rodero haciendo de Max Estrella— que hasta tomé prestado su título para la columna de opinión, más bien de expresión y expansión, que durante 14 años —entre 1985 y 1999— publiqué en “Flores y Abejas”, el periódico más veterano de la prensa provincial, fundado en 1894, y que en 1990 sustituyó su histórica, literaria, romántica y festiva cabecera por la más pragmática y comercial de “El Decano de Guadalajara”. Un periódico que dejó de publicarse, entonces ya con formato de revista,  el 18 de marzo de 2011, justo el mes y el año en que yo recopilé más de un centenar de aquellos artículos en el libro que titulé “125 Luces de bohemia”. Con él empezó toda mi aventura editorial que va ya por su decimoquinta etapa. Y con un párrafo de mis primeras “Luces de bohemia”, publicadas el 3 de abril de 1985 en el viejo, querido y añorado “Flores” —Gracias Salva por tanto—, concluyo esta “Misión al pueblo desierto”, que, por si no han caído en ello, es como se titula mi blog de GD, tomado de la obra homónima de Buero Vallejo, el espejo sin deformar que yo elijo para mirarme siempre que puedo, salvo cuando quiero jugar a la sátira y el sarcasmo en que opto por el cóncavo de Valle: “El Madrid absurdo, brillante y hambriento que Valle Inclán describió en sus “Luces de bohemia”, pasa hoy por unos momentos de indefinición. Hay quienes afirmaron, no hace mucho, que vivía una de sus mejores épocas, que estaba en la cúspide de las vanguardias europeas y que era el centro de todo el espíritu inquieto de occidente. Ese Madrid, casona manchega de Azorín y Umbral, villa y tierra de castellanos bien nacidos, oficina perpetua de burócratas, compendio de razas, dialectos y provincianismos, habitación con aguamanil y palangana de meretrices, cueva de ladrones —muchos de guante blanco—, solana de vagos, murcianos y maleantes…; ese Madrid que mata, a veces en duelo de honor y otras a traición por la espalda; ese Madrid, insufrible, pero insustituible, de pongamos que hablo de Joaquín Sabina”.

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