No es la primera vez que cito a mi abuelo paterno, Juan, molinés de origen humilde que salió de su minúsculo pueblo natal, Otilla, en la primavera de su vida, oliendo a mula, oveja y boj, y regresó en el otoño avanzado, con uniforme de oficial de la Guardia Civil, mucho vivido y poco ya por vivir. Murió a los 87 años, quebrándose así su optimista voluntad de llegar a centenario. Juan Orea Segovia, que así se llamaba el padre de mi padre, decía en cada duelo o en sus vísperas, como si fuera una letanía, “que Dios te libre de la hora de las alabanzas”. Esa hora, generalmente, es ya la de la muerte, cuando en este país que entierra tan bien, según palabras de Alfredo Pérez Rubalcaba que van en la misma dirección que las de mi abuelo, descontamos todo lo malo y lo regular que pensamos de la persona fallecida y solo tenemos para ella palabras de elogio y reconocimiento que, generalmente, se las negamos en vida. Afortunadamente, este no es el caso del gran pintor alcarreño, Jesús Campoamor, uno de los artistas plásticos más importantes y renombrados de la provincia en las últimas siete décadas, y que, pese a ser ya nonagenario y gozar de una salud, sobre todo intelectual, admirable, en apenas tres años ha sido objeto de cuatro relevantes y merecidos tributos que, me consta por el afecto y la amistad que nos unen, ha recibido con especial emoción y gratitud hacia quienes los han promovido. Y no han sido los únicos reconocimientos que ha tenido, pero sí los más especiales para él.

Campoamor, arriacense de nación, azudense de afección, torijano de adopción y guadalajareño de vocación, fue nombrado “Hijo predilecto” de la provincia por la Diputación de Guadalajara en 2022, entregándosele la distinción con ocasión del Día de la Provincia que en ese año se celebró, precisamente, en Torija, donde Jesús vive, pinta y es muy feliz con su querida Delia desde hace ya muchos años. En 2024, el Centro Asociado de la UNED de Guadalajara, uno de los más activos y referenciales que tiene esta universidad pública en provincias de similar demografía, decidió otorgar el nombre de Jesús a su utilizadísima biblioteca, tanto que va necesitando progresivamente ampliar su espacio en su sede del Centro San José. En septiembre de este mismo año, el Ayuntamiento de Torija le nombró, oficialmente, porque en puridad ya lo era desde hacía varias décadas, “Hijo adoptivo” del municipio, y el viernes, 21 de noviembre, el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares inauguró en su novísimo Centro de las Artes la sala de exposiciones que también lleva el nombre de Jesús, en base a dos hechos afectivos y objetivos: Allí vivió un amplio período de tiempo Campoamor y allí le nacieron cinco hijos, de los que algunos aún residen en el municipio, y el consistorio azudense ha considerado, con buen criterio, que él era la persona más adecuada para dar su nombre a esta nueva, amplia y bien dotada sala por ser uno de los pintores contemporáneos más importantes de la provincia. Jerarquizar importancias en algo tan subjetivo como el arte es como intentar embolsar agua en las manos, pero, sin duda, él está entre la nómina más escogida de artistas plásticos de Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del XXI. Además, a su faceta de pintor de reconocido y reconocible estilo, suma la de escultor ocasional —su obra que representa a un personaje femenino sentada junto a un libro y que él tituló “Paz”, instalada en una mediana de la calle Alamín en su cruce con la avenida de Burgos, es de una delicadeza y una belleza singulares— y la de sensible poeta e impulsor de la poesía pues a él se le deben las Noches de Versos que se celebran cada año en Torija en el mes de julio desde hace ya tres lustros. En este enlace se pueden obtener referencias de su última edición en un post de mi autoría publicado en este mismo blog: https://guadalajaradiario.es/blogs/jesusorea/2025/07/21/quince-noches-de-versos-en-torija/
Como decía antes y no es la primera vez que lo hago ni creo que sea la última, profeso admiración y afecto a Jesús Campoamor a partes iguales y a ambos nos une una entrañable amistad, reciente en su actual y notoria intensidad. Siempre que él me requiera, estaré a su lado porque sé que disfruta de mi cercanía y yo de la suya. El río más joven, que en este caso soy yo, no pierde una gota de caudal, bien al contrario, si sigue el cauce del más veterano. Por ello, he estado encantado de acompañarle en todos los homenajes que se le han tributado en estos últimos años e, incluso, he intervenido a petición suya en los dos últimos, el más reciente, hace apenas unos días en Azuqueca, cuando se inauguró la estupenda sala de exposiciones que lleva ya su nombre. Como dije en el acto, inaugurando este Centro de las Artes y su sala de exposiciones “Jesús Campoamor”, el Ayuntamiento, de un “plumerazo” oportuno y bien medido, ha hecho buena la frase de Picasso según la cual “el propósito del arte es quitar el polvo a la rutina de nuestras almas”. Y Frida Kahlo, allá donde esté, en todo caso seguro que cerca de Diego Rivera, podrá seguir pintando flores para que no se mueran nunca.
Como decía Henri Bergson, yo prefiero seguir a mi corazón en lugar de a las masas. Y siguiendo mi corazón he estado, estoy y estaré tan cerca de Jesús Campoamor como él me reclame porque quiero que se me pegue algo de su talento y de su talante. No en vano, estamos ante el mejor embajador de esta provincia, como dice Pedro Aguilar siempre que tiene ocasión. Precisamente con este reputado periodista, escritor y profesor universitario, madrileño de nación y torijano de adopción, y con Jesús de Andrés, doblemente alcarreño por sus raíces en Castilmimbre y Valdenoches, vicerrector de centros asociados la UNED, politólogo y sociólogo de tanto currículo como prestigio, notable escritor y poeta a tiempo parcial, tuve el placer de compartir estrado, tanto en Torija como en Azuqueca, para introducir los homenajes allí recibidos por nuestro común, admirado y apreciado amigo, Jesús. Él es el pintor del aire de la Alcarria, ese aire que Cela, su buen amigo, definió en 1946, cuando viajó por primera vez a este país al que entonces no le daba la gana venir a nadie, como “limpio, lúcido, transparente y diáfano”. Así lo pinta, mejor que nadie, Campoamor en sus cuadros y, además, le pone color en función de lo que ve y lo que siente cuando tiene el pincel en la mano y la inspiración le coge trabajando en su estudio de Torija.


