Tengo por costumbre subir una nueva entrada a mi blog cada quince días. El lunes, 29 de mayo, jornada postelectoral autonómica y local, era uno de esos días señalados en mi agenda para escribir un nuevo artículo. El tema a tratar se colocaba solo, sin darle demasiadas vueltas al magín. Tocaba analizar los resultados electorales que, al decir de la mayoría de las encuestas —salvo la de Tezanos, que la pagamos todos, pero es de uso privativo para él y quien le ha puesto al frente del CIS—, en esta ocasión tenían más imprevisibilidad de la acostumbrada y nuestras instituciones locales y autonómicas más cercanas y elegidas por voto directo —ayuntamientos y comunidad autónoma— podían resolverse por muy escaso margen de votos y escaños. Cuando lean esta entrada, ustedes ya sabrán los resultados; cuando la estoy escribiendo, en la tarde del domingo electoral y con las urnas aún abiertas, yo los desconozco. Únicamente tengo constancia de los datos de participación y parece que son un poco más altos que los de hace cuatro años, pese a que en parte de la provincia la jornada está siendo lluviosa. Parece que la gente está movilizada, pero veremos si es para cambiar las cosas o para dejarlas como están.
Reconozco que en este proceso electoral he estado menos interesado que nunca y que, pese a que siempre he sido, soy y seré un zoom politikon, en la versión primigenia aristotélica, cada vez me da más pereza la política con minúsculas que últimamente se practica, en la que cuenta más el relato que la verdad y en la que se vota más con los genitales que con una mezcla ponderada de cabeza y corazón que es como debería ser el juicio de la cosa pública. Al menos así pienso ahora, que ya soy sexagenario y se me han pasado muchos fervores, aunque siempre tendré un corazón liberal porque hacia esa idea me llevó a mí la Transición española, el momento más álgido y brillante de nuestra historia reciente y al que algunos quieren liquidar, incluso desde el gobierno. Si Joaquín Garrigues Walker —el gran liberal español que tanto hizo por centrar la tan necesaria como breve UCD y que se murió cuando la Constitución aún andaba a gatas— levantara la cabeza, a buen seguro que acudiría a Ortega y Gasset y, como él cuando vio en la segunda República cosas que le helaron el corazón, diría: “No es esto, no es esto”. Garrigues me ganó cuando, teniendo yo aún más espinillas que pelos de barba en la cara, oí una conferencia suya en la que, citando a Gregorio Marañón, venía a decir que “el liberalismo es una conducta y, por tanto, es mucho más que una política, Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe, sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio o como, por instinto, nos resistimos a mentir”. Aquellas palabras de Marañón salidas de la boca de Joaquín Garrigues vinieron a corroborar las primeras que le oí en clase a mi profesor de Historia del Pensamiento Político, José Carlos Fajardo, en la facultad de Periodismo de la UCM: “La democracia no es una forma de gobierno, es, debe ser, una actitud”. Esas ideas fueron decisivas para, a partir de aquel momento, sobrellevar mucho mejor de cómo lo estaba llevando hasta entonces el hecho de que una ensalada de siglas de partidos de extrema izquierda —ORT, PTE, MC-OIC, PCPE, LCR, OCE-BR…— controlaran mi facultad, al menos sus pasillos y paredes, a la que fui con tanta ilusión y a la que abandoné tres años después con tanta desilusión porque, lejos de encontrar en ella respuestas a mis inquietudes, lo que hallé fue mucho cemento y dudas. Para colmo, entonces estaba en el “paso del ecuador” de la carrera la novena promoción y, para obtener fondos para su viaje, vendían una pegatina con una viñeta del más descreído de los personajes de Forges, Marianito el Corto, que decía: “Al rico editorial. 9ª promoción de Paro-dismo”. Dejo ahí la cosa porque cada uno cuenta la feria como a él le ha ido en ella. Y no estoy hablando, precisamente, de la de las vanidades.
Como estarán comprobando, si es que aún les sigue interesando este post y han llegado a leerlo hasta aquí, pese a subirlo al blog en jornada poselectoral, no estoy hablando de los resultados de los comicios, aunque sí de política. No he querido hacerlo y hasta puede que alguno me lo agradezca pues el tópico eufemismo dice que las elecciones son “la fiesta de la democracia”, pero como suele suceder con casi todas las fiestas, se va uno de ellas con tantas ganas como se ha llegado. Lo del “pobre de mí” cuando acaba una fiesta está muy sobrevalorado, como dicen ahora.
Y termino ya con una referencia, para mí obligada, a una mala noticia que ha llegado en la jornada electoral y es la muerte de Antonio Gala, uno de los más grandes literatos españoles de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Ha muerto longevo, a punto de cumplir los 93 años, y en esa Córdoba que él adoptó como patria chica pese a haber nacido en un pueblo de Ciudad Real, Brazatortas, de tan prosaico nombre para un gran poeta como él, además de novelista, dramaturgo, ensayista y articulista. Gala fue un hombre extremadamente sensible y en su obra afloraba esa sensibilidad de forma absolutamente natural, como el hombre liberal para Marañón y Garrigues. Además de escribir fantásticamente, era una persona muy elocuente por el tono y timbre de su voz y la profundidad de su palabra. “En una rosa caben todas las primaveras”, nos ha dejado dicho y puede que sea la más bella descripción que jamás se haya hecho de una flor y de su tiempo. Gala, además de obras como “El manifiesto carmesí” —Premio Planeta 1990—, “La pasión turca”, “Más allá del jardín”, “Cartas a Troylo”, “Enemigo íntimo” —su primer poemario— o “Ahora hablaré de mí” —su autobiografía, escrita cuando cumplió 70 años—, nos dejó algunas frases vinculadas al mundo político y a la sociedad que expresan su desafección por él desde una óptica de hombre de izquierdas, pero sin militancia conocida: “A la política se dedican quienes no sirven para otra cosa”, “Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra” o “Nuestra sociedad ha llegado un momento en que ya no adora al becerro de oro, sino al oro del becerro”. Hay mucha verdad en estas frases, pero evidentemente no toda. También se puede hacer populismo, y hasta un poco de demagogia, con brillantez; el problema está en cuánto hay de demagogia y de populismo en estos tres asertos de Gala que ya descansa, muy probablemente en paz, porque las personas extremadamente sensibles como él siempre encontrarán acomodo en el país de la paz, máxime si proceden del de la palabra.