En España hay más de 8.000 municipios, pero casi 19.000 pueblos. O sea, que 8.000 localidades de España tienen ayuntamiento propio y otras 11.000 dependen administrativamente –como barrio anexionado o como EATIM (entidad de ámbito territorial inferior al municipio)- de alguna de esas 8.000. En el caso de nuestra provincia, hay 288 municipios, pero alrededor de 460 núcleos habitados, aunque más de un 80 por ciento tienen menos de 100 habitantes y en no pocos casos, al menos en invierno, o no vive nadie o casi nadie en ellos, aunque para la primavera regresen algunas familias y ya permanezcan allí hasta mediado el otoño, generalmente hasta la fiesta de Todos los Santos, si es que el tempero viene templado que, si no, el llamado “Veranillo de San Miguel”, a finales de septiembre, o, a más tardar, el día del Pilar, el 12 de octubre, es la fecha tope para permanecer en los pueblos aquellos que también tienen casa propia o de los hijos en la ciudad.
De esos casi 20.000 pueblos que tiene España repartidos a lo largo y ancho de su “piel de toro”, como en botica, hay de todo: bonitos, regulares y feos, y, dentro de estas tres consideraciones, los hay preciosos, muy bonitos, simplemente bonitos, bonitos tirando a regulares, simplemente regulares, regulares tirando a feos, simplemente feos y hasta muy feos y, seguramente, algún pueblo, por su especial singularidad, incluso será acreedor de algún adjetivo aún no comprendido entre todos éstos, tanto para bien como para mal. Como en el propio pecado de la fealdad ya se lleva la penitencia, no voy a señalar a ningún pueblo que, a mi juicio, merezca esta consideración, ni de aquí, ni de allá, ni de ningún lugar, como dice la canción de Facundo Cabral. Además, la fealdad, como la belleza, son siempre relativas y dependen de los ojos con que ambas se miren, porque desde los de la afección a la “patria chica”, suelen ser siempre muy indulgentes y lo que, para casi todos, es un pueblo feo, para sus hijos es un bonito lugar, si no el que más.
Descontada la subjetividad de calificar la belleza o la fealdad de las cosas, en este caso de los pueblos, podemos afirmar, sin patrioterismo barato, que en España hay una larga nómina de pueblos bonitos y, además, con bellezas muy diferentes, porque España no sólo “is different”, como justamente reivindica nuestro ya veterano eslogan turístico por excelencia, sino que hay muchas Españas y muy diferentes entre ellas, en la acepción orteguiana del término, no en la que algunos utilizan torticeramente para tratar de levantar fronteras artificiales entre regiones, justificándose en esas diferencias que, sumadas, conforman un gran país, pero que, separadas, conformarían unos extemporáneos y minimalistas reinos de Taifas. Fragmentación, separación y/o secesión que iría en contra del viento paneuropeo que sopla desde el Tratado de Roma, de 1950, por el que se creó el entonces llamado Mercado Común Europeo –espacio también conocido como Comunidad Económica Europea (CEE) y, desde el de Maastrich, en 1992, como Unión Europea-, viento que, aún a pesar de algunos roles imprevistos que, a veces, nos han hecho zozobrar, dejado al pairo o navegando en ceñida, a España le ha soplado casi siempre de popa, especialmente desde el Acta de Adhesión de España a la entonces CEE, firmado en Madrid en 1985.
Aunque estoy seguro que, si cada lector de esta especie de “misión al pueblo bonito”, elaborara una lista de los pueblos de España que considera más bellos, muy probablemente ninguna se repetiría de forma exacta aunque, sin duda, habría muchas coincidencias pues lo objetivamente bonito es muy difícil que lo afee una valoración subjetiva. Tampoco me cabe duda alguna de que, a poco que se sea viajado, una lista de pueblos españoles, especialmente bonitos, que no alcanzara la cifra del centenar, se quedaría siempre corta, por lo que el listado de estos siete que ha elaborado el periódico digital www.vozpopuli.com se me antoja, no corto, sino cortísimo; a saber: Albarracín (Teruel), Sos del Rey Católico (Zaragoza), Taramundi (Asturias), Hondarribia/Fuenterrabía (Guipúzcoa), Priego de Córdoba (Córdoba), Cadaqués (Gerona) y Valldemosa (Mallorca). Como dice el propio periódico que ha elaborado esta relación de siete de los pueblos más bonitos de España –que no de los siete pueblos españoles más bonitos-, aunque sea una muletilla muy socorrida, es evidente que son todos los que están, pero no están todos los que son. Así, a bote pronto, echo en falta en ella, sólo en Cantabria, por ser ésta la región que es y a la que considero mi segunda casa, pueblos como Fuente Dé, Mogroviejo, Santillana del Mar, San Vicente de la Barquera y Comillas, o Cudillero, Lastres, Llanes, Tazones y Ribadesella, en la vecina Asturias, dos de las cuatro regiones cantábricas del norte de España, que completan Galicia y el País Vasco, en las que los pueblos bonitos, entre los azules del mar y el cielo, las construcciones hechas con gusto y el verde de la montaña, se suceden uno tras otro, sin solución de continuidad.
Renuncio a la esforzada, y, con certeza, siempre incompleta, tarea de relacionar los pueblos que yo considero más bonitos del medio centenar de provincias o de las diecisiete comunidades autónomas españolas, aunque no me duelen prendas en proclamar mi especial afección por los pueblos castellanos y leoneses: Pedraza, Riaza o Sepúlveda, en Segovia, Ciudad Rodrigo y La Alberca, en Salamanca, o Urueña en Valladolid, o Astorga y Peñalba de Santiago, en León, por citar sólo algunos significativos ejemplos. Cada lector tendrá en su retina e, incluso, en su corazón, ese listado de pueblos españoles más bonitos que, además, posee una gran virtud: siempre será una relación abierta, de la que es improbable que se caiga ninguno, pero a la que se pueden ir incorporando muchos; por ejemplo, del Pirineo catalán y del aragonés, de la Vera y el Jerte extremeños; de la Andalucía que mira al mar y de la que se empina en las sierras; de La Rioja, la bella tierra con nombre de vino; de Murcia, la costa cálida; de la Valencia de tierra y mar que te da todo; del territorio de diversidad que es Navarra; de esas Canarias que están a un paso de todo lo que puedas desear; de esas Baleares que son el corazón del Mediterráneo; de ese sorprendente Madrid al que no eclipsan ni asfixian, ni su cielo ceniciento ni su ceñido corsé de capital de uno de los Estados más antiguos de Europa, y aún del mundo, espectacular suma de regiones, diversas y singulares, y en la que hay muchos más pueblos bonitos que feos, sólo basta ir a ellos para comprobarlo.
Sin ir más lejos, a Guadalajara, una provincia que, como decía al principio, reúne en su territorio 460 pueblos, entre los que hay que conocer tantos bonitos que no nombro a ninguno porque se nublarían los que se quedaran en el tintero y quiero cielos siempre azules para mi tierra, porque aquí los nublos vienen solos.