A mí las “no-ferias” me han ido bien, gracias. Y las he calificado de “no-ferias” porque, la verdad sea dicha, apenas he participado en ellas pues bien cierto es que cada tiempo tiene su afán y, en el momento actual, mis afanes no pasan, precisamente, por los encierros de aguardiente tras la albada, las mañanas de sol picajoso y sueño, los mediodías de vermú y charanga, las tardes de toros y las interminables noches azules de la fiesta septembrina arriacense. Nunca seré demasiado viejo para el rock and roll y, por muy mayor que muera, seguro que creeré morir aún joven, pero reconozco que no estoy madurando bien para la fiesta y que ésta cada día me parece más juvenil, edad en la que ya no estoy pero sin dejar de estarlo. Aunque pueda parecer un contrasentido, yo sé bien lo que me digo…
Una vez que de la fiesta solo queda el olor a pólvora -y también a orín e, incluso, a vómito allá donde se desmadró- del último cohete que estalló anoche en la traca final del espectáculo pirotécnico y a Guadalajara se le ha puesto ya cara de otoño, entramos de lleno en las vísperas del centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo en nuestra ciudad, que se conmemorará el próximo 29 de septiembre. Para tan alta ocasión, el Ayuntamiento ha preparado un, a mi juicio, potente programa de actos, presentado y hecho público unos días antes de iniciarse las ferias que, como comentaba en mi entrada anterior, este año ha pregonado el hijo del dramaturgo, Carlos Buero Rodríguez, no de forma casual, sino evidente y oportunamente causal. Al programa elaborado por el consistorio y ya conocido, en los próximos días se va a sumar el que va a aportar a este centenario la Diputación Provincial, en cuya preparación he tomado parte por razones profesionales y que, por ello, no voy a adelantar ni valorar, pero les anticipo que creo que va a estar también a la altura de las circunstancias y a contribuir a que la celebración de la efeméride no se circunscriba al ámbito local, sino que llegue también al provincial, como no debía ser de otra manera.
Invito encarecidamente a los que el ruido de la fiesta no les haya permitido aún escuchar la silente, pero audible, llamada a la exposición que, con el título “Antes del Teatro. La pintura en la vida de Buero Vallejo”, permanecerá abierta al público en el Teatro Buero Vallejo hasta el próximo día 30, a que no dejen de acudir a verla ya que, realmente, merece la pena. Para quienes no lo sepan, Buero quiso ser artista plástico antes que escritor y tenía unas excepcionales aptitudes para ello, hasta el punto de manejar los pinceles con la habilidad de la pluma, o casi. Si quieren profundizar en esta faceta artística del escritor, deben estar pendientes a la publicación del libro que, próximamente, editará Planeta y en el que se van a recopilar más de medio centenar de dibujos que Buero realizó entre los 7 y los 15 años, una gran parte de los que “amorosamente” -en expresión acuñada por él mismo- fueron recogidos y guardados con celo por su padre y que realizó cuando vivía en Guadalajara.
El programa municipal del centenario de Buero, con todo sentido y lógica, lo integran varias citas con su obra dramática, el mejor homenaje que se puede rendir a un dramaturgo; de hecho, el mismo día en que cumpliría 100 años, Buero nos convoca en el Buero a ver “El sueño de la razón”, obra que estrenó en 1970, que él calificó de “fantasía” y que tiene a Goya por protagonista, cuyo papel asumió por primera vez un gran actor, Pepe Bódalo, habitual en el teatro de nuestro paisano. Un día después, en el Teatro Moderno -en el que, siendo niño y cuando era la sala del Ateneo Instructivo del Obrero, Buero vio muchas obras de teatro y pases de cinematógrafo-, los alumnos del IES que desde 1984 lleva su nombre escenificarán fragmentos de varias de sus obras. El 6 de octubre, de nuevo en el Moderno, también los alumnos del Buero realizarán una lectura dramatizada de “El Tragaluz”, obra estrenada en 1967. Una semana después, será el grupo de teatro “Phersa”, con la colaboración de la Asociación “Libros y más”, quien lleve a cabo una nueva lectura dramatizada, en esta ocasión bajo el título de “Las mujeres de Buero”, igualmente en el Moderno, sala en la que el 27 de octubre tendremos una nueva cita con una de las obras más conocidas del escritor alcarreño: “En la ardiente oscuridad”, estrenada en 1950. Este mismo espacio escénico, ocho días antes, acogerá la proyección de la película “Esquilache”, dirigida por Josefina Molina en 1989, y basada en la obra de Buero “Un soñador para un pueblo” (1958).
Otros actos completan el programa elaborado por el Ayuntamiento para conmemorar el centenario de Buero, como el que, el mismo día en que se cumple, está programado en su propia casa natal -Miguel Fluiters, 39-, en cuya fachada se proyectará la instalación artística de “Historia de una escalera”, obra con la que obtuvo el Premio Lope de Vega de Teatro, en 1949, y que impulsó, decisivamente, su carrera como dramaturgo, entonces recién iniciada. Y el Buero poeta -que también lo fue y de calidad estimable, aunque él mismo afirmara que no tenía aptitudes para ello- nos convoca de nuevo en el Buero, el 26 de octubre, a un recital de su obra poética en la que declamarán Manuel Galiana, Luis Martín y Emilio Gutiérrez Caba.
Concluyo la entrada de hoy -segunda, pero no última, de las que tengo intención de dedicar a Buero en su centenario- proponiéndoles que no se conformen con ser figurantes en esta importante efeméride, sino que asuman algún papel en ella, aunque sea secundario. Y si no se ven sobre el escenario, pueden asomarse a él entre bambalinas; en todo caso, siempre les quedará la opción de formar parte del público, porque, sin espectadores, no hay teatro posible. El eco es un efecto, no una realidad.
Ahora sí que termino por hoy y, precisamente, con estos versos de Buero que forman parte de su poema titulado “Dos dibujos”, dedicado a Miguel Hernández, a quien conoció en Benicassim en el transcurso de la Guerra Civil y con quien trabó amistad después de ella en las cárceles franquistas, realizando en una -la situada en la madrileña plaza de Conde de Toreno, en 1940- el más famoso dibujo del poeta alicantino:
“Duerme tranquilo. El polvo
resucita perenne
aunque nos sirva a todos de mortaja”.
Foto: Autorretrato de Buero. 1948