He dormido, literalmente, durante varios años sobre la mayor parte de los fondos que en su día constituyeron el conjunto de bienes artísticos de la Obra Social y Cultural -en adelante, OBS- de la tristemente desaparecida Caja de Guadalajara. Ahora ya no duermo sobre ellos porque, al parecer, hace ya algunos meses que dejaron de estar almacenados en el local donde “la nuestra” tuvo su centro de recreo para jubilados, en el número 111 de la calle Capitán Boixareu Rivera, para ser trasladados a Sevilla, sede de la Fundación Cajasol que es su propietaria desde que en 2010 la caja andaluza absorbiera, por fusión -casi más por fisión, si me apuran- a la caja alcarreña.
Como recordarán -y si no, les refresco la memoria-, en 2010 la Caja de Guadalajara perdió su autonomía y entidad propia fusionándose con Cajasol, marca comercial que reunía las antiguas Caja de San Fernando, sevillana, El Monte, onubense, y Caja de Jerez. Poco después, la caja resultante, que oficial y mercantilmente tuvo el casi infinito nombre de “Monte de Piedad y Caja de Ahorros San Fernando de Guadalajara, Huelva, Jerez y Sevilla”, se fusionó también con Caja Navarra, Caja Canarias y Caja de Burgos, dado paso a Banca Cívica. Como a pesar de haberse fusionado ya siete antiguas cajas, la nueva entidad resultante, aunque travestida nominalmente como “banca”, era poco más que polvo en el viento -gran canción la de “Dust in the wind”, de Kansas– en el mercado financiero, uno de los peces grandes de aquel mercado, la catalana “Caixa”, se comió en 2012 -fusión por absorción volvieron a llamar a aquel proceso- al pez mediano de “Banca Cívica” y así nació “Caixabank”, marca que sigue operando como tal.
No es el objeto de esta entrada analizar las causas de aquel tsunami que vivió durante unos años el mercado financiero español y que estuvo a punto de que nuestro país, como le ocurrió a Grecia, tuviera que ser rescatado por la Unión Europea a precio de sangre, sudor, lágrimas y dejarse muchos pelos en la gatera, pero sí quiero constatar que una de sus muchas y negativas consecuencias fue la desaparición de la Caja de Guadalajara, una pequeña entidad, pero muy pegada al terreno, humana, con rostros reconocibles, vocación de servicio y una muy estimable OBS, cuyo rastro puede que lo hayamos perdido ya para siempre.
Retrotraigamos la historia de las fusiones bancarias que afectaron a Caja de Guadalajara al ámbito que hoy nos ocupa, su obra social y cultural. Cuando Cajasol se integra en Banca Cívica, su obra social mantiene su personalidad jurídica diferenciada como Fundación Cajasol, que a día de hoy aún pervive. Al absorber Caja Sol a la Caja de Guadalajara, una de las condiciones que se establecen en ese proceso -y que conocen y aprueban sus respectivas asambleas y tanto la Junta de Andalucía como la de Castilla-La Mancha- es que, con el patrimonio de la antigua obra de la caja guadalajareña y con el fin de mantener su actividad social y cultural, se cree una Fundación Caja de Guadalajara que, inicialmente, tendría una dotación de 5 millones de euros anuales durante los 3 primeros años de funcionamiento. Como es sabido, esa Fundación jamás llegó a constituirse, incumpliéndose así el acuerdo de fusión por absorción de Caja de Guadalajara con Cajasol, hecho que, a mi juicio, podría hacer hasta revisable la validez y eficacia del mismísimo acuerdo y, por supuesto, reclamable su cumplimiento ante las instancias judiciales que proceda.
Según informa en un buen reportaje publicado el finde del 6 y 7 de julio pasados en “La Tribuna de Guadalajara” la gran periodista que hace ya tiempo que es Beatriz Palancar, tres pisos por debajo de donde yo habito desde que era adolescente estuvieron almacenadas durante varios años las más de mil obras -fundamentalmente pinturas- que conformaban el inventario artístico de la OBS de la Caja de Guadalajara y que, según varias fuentes, tras un periplo previo por la pomposamente llamada “Torre Guadalajara” -casi vacía como el cerebro de algunos- y otro posterior por una nave azudense, pueden haber terminado en un almacén de Sevilla, propiedad de la Fundación Cajasol. O sea que, además de no cumplirse el acuerdo de crear la Fundación Caja de Guadalajara, hecho que ha supuesto que, al menos, 15 millones de euros hayan dejado de invertirse en obra social y cultural en la provincia, los rectores de Cajasol ya ni siquiera han dejado lo que era de Guadalajara en Guadalajara, sino que se lo han llevado a Sevilla. Y ya sabemos todos como acaba el dicho del que -en este caso, de lo que- se va a Sevilla…
En 2011, el valor material de esa obra artística que en su día fue propiedad de la OBS de Caja de Guadalajara estaba cuantificado oficialmente en 750.00 euros, aunque el valor inventariable total de su patrimonio -sumados muebles e inmuebles- superaba los 2,4 millones. Los inmuebles, evidentemente, siguen estando en Guadalajara, aunque su propiedad y usufructo los detenta la Fundación Cajasol, pero las obras artísticas marcharon a Sevilla y es probable que nunca vuelvan porque no sería de extrañar que se pusieran muy pronto a la venta en subasta para hacer caja, así con minúsculas. Esa almoneda y muy posible diáspora de obras de arte podría suponer que jamás se pudiera exhibir ya de forma conjunta y permanente en Guadalajara, como sería deseable, lo mejor de esos fondos artísticos que, además de creaciones de grandes artistas nacionales, está fundamentalmente conformada por pinturas de autores locales de la talla de Alejo Vera, Casto Plasencia, Regino Pradillo, Fermín Santos, Raúl Santos, Santos Viana, González Lamata, Fernández Molina, Antonio Burgos, Carlos Iznaola, José María Ortíz, etc.
He estado tentado de poner nombres y apellidos a las responsabilidades de algunos en este feo asunto pero, después de pensármelo, voy a darles el margen de la duda de que están trabajando en silencio para que se termine de constituir de una vez por todas la Fundación Caja de Guadalajara y en los términos en que en su día se aprobó jurídicamente y “vendió” mediáticamente, además de para que los fondos artísticos de la OBS de “la nuestra” regresen de Sevilla y esta vez para quedarse y ser expuestos y no solo almacenados acumulando polvo. Evidentemente, quienes también tienen mucho que decir en esta cuestión son la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha -que aprobó la fusión por absorción de Caja de Guadalajara con Cajasol y sus condicionantes-, la Diputación Provincial -entidad fundadora de la Caja- y el Ayuntamiento de Guadalajara, ciudad en la que tenía su sede social y anfitriona de esos bienes artísticos hasta hace unos meses.
Una gran sala en el Museo de la Ciudad, con sede en El Fuerte, en la que se exhibieran de manera permanente los más destacados fondos artísticos de la OBS de Caja de Guadalajara, sería un buen destino para ellos.