Lo que va a ser, va siendo

Vivido ya el llamado “domingo gaudete” -el de la tercera semana de Adviento, en el que la Iglesia proclama la alegría por el cada vez más inminente “re-nacimiento” de Jesús-, el que está por venir, ya está viniendo,  al igual que lo que va a ser, va siendo, como afirmaba el exlibris del doctor Castillo de Lucas, médico, escritor, folklorista y etnólogo muy prolífico, estrechamente vinculado a nuestra provincia, y autor, entre otras, de una notable obra: “Historia y tradiciones de Guadalajara y su provincia”, editada por la Diputación Provincial en 1970. Parte significativa de ella relata y describe las costumbres guadalajareñas más arraigadas en el tiempo de Navidad.

               La Navidad de 2020, un año duro, complicado, poliédrico y vidrioso como pocos, se va a celebrar en el mismo contexto de pandemia en el que llevamos viviendo -sobre-viviendo, más bien- desde los “idus de marzo”, cuando el terrible y dichoso coronavirus se presentó en nuestras vidas sin avisar, amenazándolas tan seriamente que, a casi dos millones de personas en el mundo, no solo las intimidó, sino que les ha causado la muerte. Además, a muchos millones más les ha afectado la enfermedad, a no pocos les ha dejado secuelas y a todos, sin excepción, nos está condicionando sobremanera nuestras vidas. Eso sí, como siempre, a los más débiles, social y económicamente hablando, no solo les ha condicionado su vivir -su sobre-vivir en este caso, nunca mejor dicho-, sino que directamente se lo ha chafado o comprometido muy seriamente. Un paisaje vital desolador el actual que puede que haya venido para quedarse más tiempo del deseable.

               Esta Navidad va a estar tan coartada por el Covid-19 que, hasta las tradicionales cenas y comidas familiares de las fechas más señaladas de este tiempo, Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, van a tener limitado el número de comensales. Quién nos iba a decir que se iba a producir tal invasión de la privacidad, pero cierto es que de forma absolutamente necesaria porque, de no limitarse la cantidad de reunidos en este tipo de celebraciones, nuestros hogares pueden convertirse en auténticos “infectódromos”, con consecuencias dramáticas. Decía mi abuelo Juan que “de grandes cenas están las sepulturas llenas”; obviamente, ese refrán venía a advertir de lo desaconsejable que es para la salud cenar copiosamente, pero en este caso es también de aplicación porque una ligera y frugal colación al estilo frailuno, si se produce con un gran número de participantes y con que solo uno de ellos esté infectado del virus, puede tener consecuencias letales. En la progresión geométrica de los contagios del Covid-19 y su expansión exponencial, radica su mayor dificultad de control y su verdadera peligrosidad, al tiempo que su virulencia.

Esta Navidad va a estar tan coartada por el Covid-19 que, hasta las tradicionales cenas y comidas familiares de las fechas más señaladas de este tiempo, Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, van a tener limitado el número de comensales. Quién nos iba a decir que se iba a producir tal invasión de la privacidad, pero cierto es que de forma absolutamente necesaria porque, de no limitarse la cantidad de reunidos en este tipo de celebraciones, nuestros hogares pueden convertirse en auténticos “infectódromos”, con consecuencias dramáticas

               Dicho esto, que no deja ser mi llana aportación para concienciarnos de que este año las navidades han de ser lo más contenidas posible en lo que a celebraciones privadas y concentraciones públicas se refiere, quiero redireccionar mi entrada hacia el misterio y el verdadero sentido de este tiempo, tan diluido y opacado por las cosas y los hechos materiales, cuando su esencia es puro alimento y pasto espiritual. Los árboles del consumismo, de las copiosas comidas y cenas, de las juergas desbordadas, de la serpentina, el espumillón, el confeti, las uvas y el champán nos impiden ver el bosque de la sencillez y la humildad más absolutas que es la forma en la que Jesús vino al mundo hace 2020 años. Ningún virus, por letal que sea, va a poder cambiar jamás esa natividad de pesebre, de sagrada familia encabezada por un carpintero, de humildes pastores, de reyes en camino por la tira larga, por el naranjel, por los arenales, por el camino que lleva a Belén… Hace mucho tiempo que a la Navidad le sobran las bacterias del materialismo y los virus que se ensañan con las virtudes y los valores cristianos, que han movido durante dos milenios largos al mundo occidental, que están en la propia esencia y el progreso de nuestra civilización y que son muchos, pero se resumen en tres: fe -confianza en Dios-, esperanza -conducirnos por la vida con luces largas y pensar que la muerte no es el final del camino- y, sobre todo, caridad -solidaridad, fraternidad o como lo prefieran llamar, pero que es, ni más ni menos, que compartir generosamente y renunciar al yo y al nosotros, para potenciar el tú, el él, el vosotros y el ellos-.

               Que el coronavirus nos conduzca con prudencia en esta Navidad, pero que no se convierta en una nueva excusa para mirar hacia cualquier parte menos a Belén. Allí está la luz y brilla cada vez con más fuerza pese a que hace ya 2020 años que lo hace. La luz, por contraste, se hace más visible cuanto más la envuelve la oscuridad. La luz brilla, incluso, cuando se cierran los ojos; basta con querer verla.

El belén de Jesús Orea

               En mi Belén familiar, tan abigarrado de figuras y elementos escenográficos que parece un homenaje al “horror vacui”, mi añorada conejita “Tambi” mira de pie y de frente al niño en el pesebre, dos pollitos picotean algún grano caído en el suelo, el buey se relame y la mula, ni relincha ni rebuzna, gime. Una oveja orejigacha, tumbada sobre su vientre, mira el cayado de San José como si fuera el de su pastor, mientras otra escocesa de cara negra está muy cerca de la Virgen, como si quisiera que también fuera su madre y no solo la del niño Dios. En el horno se cuece el pan al paso de Melchor y su paje. Cerca de Gaspar hay un río de papel de plata y un puente de solo un ojo. El camello de Baltasar está junto a la fuente en la que, desde su pretil, una gran oca ve en el pilón chapotear a un pequeño zampullín. Unas hojas secas de roble de Arroyo de Fraguas y unas piñas de Las Cabezadas dan carácter provincial al paisaje universal que es la escenografía del nacimiento de Jesús.

               ¡Feliz, sencilla, verdadera y sensata Navidad!    

Un concejal extraordinario

               Eladio Freijo, responsable de la concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Guadalajara desde 2007 a 2019, ha sido, muy probablemente, el mejor concejal que ha tenido la ciudad de Guadalajara en los últimos 40 años, si medimos ese valor en cuanto al volumen de actividad que ha generado en su ámbito competencial y la repercusión social y económica de ésta. Este juicio de valor que hago de la extraordinaria labor de Eladio es evidentemente subjetivo y opinable, pero lo que no admite interpretación ni lugar a la duda son los datos que cerraron 2018, su último año completo al frente de la concejalía, y que coincidió con el período en que Guadalajara fue “Ciudad Europea del Deporte”, ya todo un hito el haber logrado esa distinción que muchas ciudades solicitan y solo unas pocas alcanzan. Estos son los principales datos de balance de la actividad deportiva habida en Guadalajara durante 2018:

               –  290 actividades deportivas extraordinarias celebradas en la ciudad (Campeonatos oficiales -de ellos 17 de carácter internacional y 31 nacional-, torneos amistosos, concentraciones y entrenamientos oficiales de selecciones nacionales, tanto de base como absolutas, etc.).

               – 59 actividades correspondientes a competiciones de ligas regulares.

               – 50 disciplinas deportivas distintas representadas en las actividades (En España hay reconocidas 66 federaciones deportivas y las actividades de algunas de ellas no pueden ser practicadas en la ciudad por falta de instalaciones ad hoc -automovilismo, por ejemplo- o recursos naturales adecuados -vela, piragüismo, remo, esquí náutico, etc.-), por lo que el año en que Guadalajara fue Ciudad Europea del Deporte, lo fue de verdad al estar representada en su programación la práctica totalidad del deporte potencialmente practicable.

               A estos datos, que indican que en Guadalajara se celebró en 2018 una media de casi un evento deportivo extraordinario al día, cabe aportar los del gran impacto social y económico que los mismos supusieron para la ciudad, evaluado con rigor y profesionalidad por la consultoría empresarial “Yellow rocks”. Su administrador único, José Miguel Peñas, si mal no recuerdo fue en tiempos representante del PSOE en el Patronato Deportivo Municipal, por lo que su criterio no puede estar condicionado por la conmilitancia política con el entonces concejal de Deportes ya que, como es sabido, éste lo era y aún lo es, ahora en la oposición, por el Partido Popular. Estos son los principales parámetros contemplados en el estudio de impacto social y económico de la actividad que supuso “Guadalajara, Ciudad Europea del Deporte” en 2018 (Quienes estén interesados en conocerlo más en profundidad, pueden acceder al estudio completo en este enlace: Informe impacto económico Guadalajara. Ciudad del deporte 2018.pdf):

  • Cerca de 80.000 pernoctaciones fueron las que generaron en la ciudad y su entorno más próximo las actividades deportivas celebradas (Un 27,88 por ciento más que las habidas en 2017, otro año también con notoria actividad pues, sabido es, que Eladio Freijo apostó desde el inicio de su mandato, no solo al final, porque Guadalajara fuera anfitriona de eventos de este carácter para fomentar el deporte, al tiempo que dinamizar la economía local, potenciando también la práctica deportiva local y construyendo nuevas instalaciones y/o reparando y mejorando las ya existentes: Ciudad de la Raqueta, Campos de fútbol anexos al Escartín, Campos de Futbol de la Fuente de la Niña, Centro Acuático, renovación del tartán de las pistas de atletismo, etc. )
  • Las pernoctaciones del “turismo deportivo” promovido en la ciudad de Guadalajara en 2018 supusieron un 13,24 por ciento del total de pernoctaciones que hubo ese año en la provincia. Esos datos se pueden proyectar también al sector de la restauración.
  • El impacto económico directo de “Guadalajara, Ciudad Europea del deporte” fue de más de 10 millones de euros y casi 11 si sumamos el indirecto.
  • El impacto en términos de publicidad de la ciudad, no pagada, se puede estimar entre 6,2 y 10,1 millones de euros.

He querido recuperar y resaltar estos datos para poner en valor la extraordinaria valoración que, no solo a mi juicio sino al de mucha gente más -especialmente en el ámbito deportivo local, provincial y nacional, donde goza de general aprecio y reconocimiento-, le merece el trabajo de ese incansable gestor y dinamizador deportivo que es Eladio Freijo. Lástima que, por causa de la política, tan emponzoñadora, rastrera e injusta veces, algunos estén intentando, de forma interesada, menoscabar y enturbiar esa labor que, bien al contrario, cada día que pasa se engrandece más porque se echa de menos. Me consta que de manera especial en el ámbito empresarial del sector servicios en la ciudad, como dos reconocidos empresarios locales me comentaban hace unos días, hecho que ha motivado esta entrada. Uno de ellos, me decía: “Yo no he cerrado mi negocio en esta pandemia, gracias, en gran medida, al remanente del movimiento económico que tuve en los últimos años por los eventos deportivos traídos por Eladio a la ciudad”. Puedo asegurar que no es una opinión aislada, sino generalizada.

Trabajé codo con codo con Eladio en la Fundación Provincial de Deportes de la Diputación de Guadalajara, especialmente en el Polideportivo San José, durante 12 años y, además de para consolidar una entrañable y sólida amistad, esa etapa me sirvió para aprender muchas cosas buenas de él, sobre todo a trabajar siempre con la ética de la ilusión y hacerlo de manera intensa, esforzada y por afección al deporte y amor a Guadalajara. Eladio, además, es una persona honrada y honesta donde las haya, capaz de meter la pata, pero jamás la mano. Es, en definitiva, todo un ejemplo de servidor público entregado y generoso en estos tiempos que corren en los que tantos se sirven de la política, pero su servicio en ella es más que cuestionable.

El puente sin aguas turbulentas

                              La ciudad, poco a poco, se va reencontrando con el Henares, el río junto al que se asentó en uno de sus vados más fácilmente superables que, además de franquear el paso de una ribera a otra, también aportaba a sus moradores el agua necesaria para cuajar como urbe surgida ex novo. El puente árabe es la construcción más antigua de la ciudad que sigue en pie -data de los siglos X y XI- y los estudiosos en la materia consideran que, por su longitud -117 metros- y su altura -10 sobre el cauce-, cuando se erigió no era para facilitar el paso en un vado fluvial en un entorno rural, de escasa población y dispersa, sino que se construyó para dar acceso a una urbe ya consolidada desde hacía varias décadas. Esa ciudad aún no era conocida como Wad-al-Hayara, sino como Madinat-al-Faray -la ciudad de Faray-, que fue el primer nombre que tuvo Guadalajara, en honor del cadí que la impulsó y consolidó como urbe y de la que ya hay constancia en el siglo IX.

Familia de patos junto al gran tajamar del puente árabe

                              Durante mucho tiempo, prácticamente desde que a Guadalajara se le puso cara de ciudad industrial, vivió de espaldas al Henares, cada vez más sucio su cauce y enmarañada su ribera, cuando hasta hace tres cuartos de siglo era un recurso del que vivían varias familias -recordemos que aún pervive una calle de Pescadores dedicada a quienes practicaban ese oficio en la ciudad- y hace apenas unas décadas era un lugar de baño y asueto en verano, con su chiringuito y todo.  Como decía, ese vivir de la ciudad a espaldas de su río hace ya un tiempo que ha comenzado a revertirse y, aunque todavía es notoriamente mejorable el estado de conservación medioambiental de curso y ribera, ambos son ahora disfrutables con comodidad gracias a la senda, los miradores y las zonas estanciales y de juegos que se habilitaron hace un par de años entre el puente árabe y los Manantiales. La mota y los parques construidos a principios del siglo XX entre el río y las urbanizaciones paralelas a él, incluida la de los Manantiales, fueron los primeros pasos para, primero, proteger de posibles inundaciones esas zonas residenciales y, después, comenzar a integrar el río en ellas como un espacio natural disfrutable y no como una barrera. Es cuestionable, sin duda, que primero en los años sesenta y después en los ochenta se construyeran viviendas en zonas potencialmente inundables, pero una vez que las casas y sus moradores estaban ya ahí y que se contaban por centenares, sin duda lo razonable era tratar de evitar inundaciones gracias a la mota y hacer de ésta y su entorno, no un muro, sino un paseo y un parque lineal. Lo que no es discutible es que, en menos de un cuarto de siglo, haya mejorado de forma notable la situación medioambiental de la ribera y el entorno más próximo del Henares a su paso por la ciudad y también la del barranco del Alamín que converge en el río y que se suma a él como geografía fluvial.

               Aguas arriba del puente árabe hay unos optimistas carteles que dicen “aguas trucheras”; en su día hubo truchas, doy fe de ello, aunque abundaban más los barbos, las carpas, los cachos, tas tencas, las bogas y demás especies de ciprínidos que viven como peces en el agua, nunca mejor dicho, en aguas con lecho cenagoso y cauce turbio, unas condiciones ambientales que no son ya las idóneas para las “salmo trutta fario” -nombre científico de la trucha autóctona-. La presencia de truchas comunes en un rio es un indicador positivo de la calidad de sus aguas y, ¡ese ya es otro cantar respecto a las riberas!, mucho me temo que aún hay mucho que trabajar en la depuración de las aguas que bajan por el Henares antes de llegar a Guadalajara. Lo que sí me consta es que la EDAR de la ciudad hace razonablemente bien su trabajo, pero ella, evidentemente, solo depura las aguas residuales generadas en la propia urbe.

               Desde hace ya unos años, varias familias de patos silvestres -especialmente ánades reales- viven, nadan, bucean y chapotean en el Henares a su paso por la ciudad, con notoria presencia en el entorno del puente árabe; también en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín es habitual ver un amplio grupo de estas anátidas. Es muy probable que llegaran al río y al parque procedentes del mini-zoo y que, incluso, retornen periódicamente a las charcas de éste en busca del alimento fácil que allí se les provee a los animales a diario. No hace mucho, GD se hacía eco de la presencia de un exótico y vistoso pato “mandarín” en el Henares, algo que, sin duda, confirma que las charcas de patos del mini-zoo intercambian e interrelacionan anátidas con el Henares. Me produce una especial sensación de sosiego ver grupos de patos viviendo tranquilamente en el río a su paso por Guadalajara, es un certificado de salud biocenótica y ambiental con la que, es obvio, no hay que conformarse porque aún hay mucho camino que recorrer en esta materia.

               El puente del Henares nunca ha sido el de las aguas turbulentas de la conocida canción de Simon y Garfunkel; menos aún en las últimas décadas pues es evidente que cada vez trae menos agua porque progresivamente llueve menos, además de haber ahora varias presas en la cabecera de su cuenca que la regulan. No obstante, en octubre de 1961, hubo una gran riada que anegó todo el barrio de la Estación y que llegó hasta Marchamalo; la causa de aquel gran desbordamiento estuvo en una fuerte tormenta que evacuó más de 90 litros por metro cuadrado en apenas cuatro horas. No fue la única, aunque sí la más destructiva. En 1970 se produjo otra importante crecida, aunque esta vez afectó más a Alcalá que a Guadalajara, y a finales de los años 90 del siglo pasado, el cauce estuvo a punto de desbordarse a la altura del puente de los Manantiales, generando mucho temor entre los vecinos de las urbanizaciones “La Chopera”, “Río Henares” y los propios Manantiales que, incluso, estuvieron en pre-aviso de evacuación; aquella circunstancia motivó que el ayuntamiento, siendo alcalde José María Bris, gestionara con la Confederación Hidrográfica del Tajo la construcción de la mota del río a su paso por la ciudad. Como dice el sabio refranero castellano, “casa junto al río y ruin en cargo, no dura tiempo largo”. Bueno, el refranero es sabio, pero hay ruines que aún lo son más, aunque su sabiduría sea solo provechosa para ellos y tóxica y nociva para los demás.  Y, ya que el río nos ha traído hasta aquí, para turbulentas, las aguas revueltas de la política actual. Por eso prefiero quedarme con la verdad de los patos chapoteando tranquilamente en el Henares.

El silencio de la ciudad blanca… y azul

               El coronavirus nos ha traído mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha angustia, mucha desazón, muchas dudas, muchos inconvenientes y no pocas cosas negativas más, entre ellas padecer limitaciones e imbuirnos en una dialéctica propias de tiempos bélicos y no de paz: confinamientos, toques de queda, salvoconductos, guerrillas urbanas… Guadalajara, en el silencio tras el toque de queda que nos confina en casa desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, es una ciudad sin alma, como la bella de la canción de Ricardo Cocciante. Es azul porque la oscuridad de la noche también lo es, lo que sucede es que la falta de luz del sol hace que el cielo parezca sombrío, pero sigue siendo infinitamente azul. No tiene alma porque una ciudad no solo la conforman sus edificios y sus calles, sino fundamentalmente las personas que viven en ella, especialmente cuando salen de aquéllos y deambulan por éstas. La gente confinada en sus casas no hace ciudad, aunque ahora sea necesario que lo esté porque los virus de marzo no se fueron en junio, sino que jugaron al escondite en el verano para regresar en otoño aún con más virulencia a jugar ese otro juego, no precisamente de niños, que es el de la enfermedad y la muerte. Las noches azules de la Guadalajara sin gente son aún más sombrías porque las farolas que antaño fueron de vapor de sodio o de mercurio y que ahora son de leds, más que luminarias para poner un poco de día a la noche, parecen focos cenitales para alumbrar y hacer aún más patente la soledad.

Primera bandera de la ciudad de Guadalajara

La Guadalajara azul de las noches en toque de queda, aunque no lo parezca porque el sol calienta e ilumina el hemisferio sur mientras el cielo duerme en el norte, espera los gallos picajosos de la madrugada para desperezarse y volver a ser ciudad del todo pues, sin gente que la ande y vocee, es solo un decorado con el cielo oscuro, incluso moteado de estrellas como ciclorama. Las cosas no son lo que son si no pueden ser todo lo que podrían ser, y una ciudad sin gente en la calle, aunque sea a deshoras, está tan alejada de la plenitud que está más cerca de ser nada que de ser algo. No es filosofía barata de confinado a toque de queda, es la verdad, nada más que la verdad, aunque no sea toda la verdad. Las noches no son solo de los noctámbulos, sino de quienes, como yo, hace tiempo que dejamos de serlo porque nos cansamos de ellas de tanto vivirlas. La noche confinada en azul, aunque sea tan oscuro que parezca negro, es una emboscada sin bosque, es el absurdo porque no puede haber bosque sin árboles, aunque solo sean los que te impiden verlo. Las calles no sirven de nada sin transeúntes y hasta las farolas iluminan la nada que es un gasto ineficiente e inútil. Hasta el aire de la noche que no se respira es un despilfarro de dióxido de carbono pues los árboles no entienden de toques de queda y siguen a lo suyo con la fotosíntesis. El asfalto, sin coches que lo transiten, excepto los de los servicios de seguridad y emergencias, parece enlutar aún más la ciudad al hacerse todavía más evidente su betún negro negrísimo. Los carteles iluminados de los comercios y otros tipos de negocio son faros en medio de un naufragio al que la luz, lejos de ayudar, le pone el foco para aumentar su dramatismo. En los parques, la vida vegetal y animal sigue a lo suyo: estorninos, gorriones, herrerillos, jilgueros, mirlos, petirrojos, palomas, tórtolas y urracas duermen entre acacias, aralias y aucubas; entre pinos también, donde el carbonero pasa el invierno que pronto se adivinará. Y entre árboles del amor, sin más amantes que un par de buchonas cuyo zureo es el sonido del silencio de la noche. Si Vitoria es la ciudad blanca en el silencio de la novela de Eva García Sáenz de Urturi, la reciente ganadora del premio Planeta, Guadalajara es la ciudad blanca… y azul. No solo porque sus noches -¿verdad, queridos Javier Borobia y Fernando Borlán?- se tiñen de azul por mor de la huida del sol y la arribada de las absentas, sino porque la primera bandera histórica de esta ciudad de la que hay noticias en los archivos municipales, fue una franjada horizontal en esos dos colores, según documentó el competentísimo y recordado archivero municipal, Javier Barbadillo. No se trata de dar un toque de queda a la historia, sino de ponerla en su sitio: ni las banderas históricas de Guadalajara y de Castilla son moradas, ni el caballero del escudo de la ciudad es Alvarfáñez reconquistándola en la noche de San Juan de 1085, como es ampliamente tenido por cierto. La bandera de Guadalajara, según documentos del XIII confirmados en otros de principios del XVII, constaba de cinco franjas horizontales azules y blancas, la bandera castellana es roja carmesí -la morada era de los borbones y del Regimiento Castilla- y el caballero del escudo de la ciudad es el del sello concejil, precisamente portando la bandera listada en azul y blanco. Confínese, duerma, pero no mire para otro lado ni calle la ciudad.

Aire que nos lleva el aire

               Pongamos que sigo hablando de Madrid… Resulta que diez días después de que el gobierno de España, contra la voluntad del de Madrid, forzara la declaración del “estado de alarma” para semi-confinar a los madrileños y así parar a la desenfrenada Covid-19 en la capital, ésta presenta un continuado descenso en el número de contagios, pero similar al ya iniciado con las medidas previamente tomadas por el ejecutivo de Díaz Ayuso. Eso sí, se cuentan por millones las pérdidas económicas causadas por algunas medidas derivadas de la alarma. Por el contrario, la transmisión del virus en Castilla-La Mancha y Castilla y León ha aumentado de forma significativa en este mismo espacio temporal, pese a que los madrileños no han podido desplazarse a estas dos comunidades cuyos respectivos presidentes, como vimos en la entrada anterior, se habían felicitado vivamente del cerrojazo a Madrid por entender que eran los capitalinos, en diáspora por sus provincias, quienes portaban y transmitían el virus de forma patente. Hace ya tiempo que se evidenció que la Covid-19 no entiende de casi nada, menos aún de fronteras, y que ponerle puertas al campo es un esfuerzo tan inútil como intentar echar culpas al vecino de las que son propias. O no. Ahí lo dejo, de momento, porque con este dichoso virus ocurre lo que con muchos políticos y todos los yogures, que las palabras y los hechos tienen fecha de caducidad.

               Decía que procurar ponerle puertas al campo es un esfuerzo vano, casi tanto como intentar frenar el cauce de un río con las manos o tratar de mover las aspas de un molino de viento soplando. Ni siquiera don Quijote, con la ayuda de Emiliano García Page, sería capaz de hacer esto último, aunque los delirantes intentos del primero serían obra de la mejor literatura y los del segundo de la ciencia-ficción, en la que parece haberse instalado la política actual, una vez que los políticos han decidido hablar mucho y hacer poco…, y muchas veces mal.

               Pero huyamos de fútiles calenturas y, cual hoja caída en el otoño que ya va cuajando, dejémonos llevar quedamente por el aire, ese aire que, en la canción tradicional recogida por el gran folklorista extremeño, Manuel García Matos, en su “Magna Antología del Folklore Musical de España”, lleva así:

Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva al aire
El aire de mi morena
Aire que me lleva el aire
El aire de mi morena

Entre Sevilla y Triana, aire
Cádiz y Guadalajara, aire.

(Si algún lector desea escuchar la letra completa y la música de esta ronda festiva, en este enlace puede acceder a la versión cantada y recogida en el pueblo cacereño de Madrigal de la Vera, cuna de nuestro querido amigo y gran periodista y poeta, Pedro Lahorascala: https://porverita.wordpress.com/el-aire-madrigal-de-la-vega/)

               En otras versiones, territorialmente más lógicas -la lógica en el folklore siempre es relativa y muchas veces caprichosa-, ese aire que “me lleva” y que dice esta canción de ronda que tiene “mi morena”, no está entre la lejana Cádiz y Guadalajara, sino entre la cercana -aunque ahora inaccesible, excepto con salvoconducto, como en tiempos de guerra- Madrid y la capital alcarreña, que no manchega, se pongan algunos como se pongan. A la geografía no le puede enmendar la plana la política. ¿O es que después de lo de la memoria histórica, ahora se van a empeñar también en desarrollar una nueva memoria geográfica para extender la Mancha hasta la provincia de Guadalajara?

               Efectivamente, como dice la canción, entre Cádiz o Madrid y Guadalajara, lo que hay es aire, también tierra y agua, pero fundamentalmente aire. Ni los límites municipales, ni los provinciales, ni tampoco los cada día más evidentes regionales -que más que límites, ahora ya son fronteras para muchas cosas- pueden detener, discriminar o segregar el aire, como ni siquiera lo pueden hacer las fronteras entre los países. Sófocles, el padre literario de Antígona y Edipo Rey, incluso redujo el hombre a aire y sombra. Por cierto, si Antígona se hizo presente, de alguna manera, en los momentos más duros de la primera ola de la pandemia cuando los velatorios y los entierros vieron limitadísima la presencia de acompañantes para evitar que fueran focos de transmisión del virus, confío en que los españoles no nos convirtamos en edipos y “matemos” al rey para casarnos con una república bolivariana o bananera, que tanto da. Algunos están poniéndose morados de tanto soplar para que eso ocurra.

Portada y vista parcial del mensario de la iglesia de San Bartolomé, en Campisábalos. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara. Fondo Layna Serrano. 1933.  

               Termino ya con un mensaje de esperanza, tan necesario como el respirar en los difíciles tiempos que vivimos. Si las casas y las cosas se nos caen encima, si ya no podemos soportar los telediarios y si tanta mascarilla nos impide ver bien la jeta de algunos, tomemos, no las de Villadiego, sino las de Campisábalos y vayamos a respirar el aire más limpio de España, según la OMS, y el tercero del mundo, tras el de Muonio (Finlandia) y el de Norman Wells (Canadá). Y, de paso, disfrutemos del mejor cogollo del Románico Rural de Guadalajara: la iglesia de San Bartolomé y su mensario en el propio Campisábalos, la de Santa Coloma y su leyenda templaria en Albendiego, y la de San Pedro, en Villacadima, un pueblo tan bien puesto en el medio de los páramos altos de la Sierra de Pela que es un grito callado, un himno sin letra, pero con la música del viento, al silencio y la soledad.

Pongamos que hablo de Madrid

               Uno de los principales problemas de España continúa siendo Cataluña, pero la perversa política que se practica ahora ha desviado esa atención a Madrid, por causa de la pandemia de Covid-19 como excusa aparente, aunque todo apunta a que lo que en el fondo se ventila va más allá: asaltar el poder en la CAM. El gobierno de Sánchez-Iglesias y los/las tropecientos/as ministros y ministras que lo conforman, después de dejar a las comunidades autónomas al pairo para que ventilasen ellas solas los rebrotes estivales aduciendo que la sanidad es competencia suya, ha dictado una orden ministerial contra la voluntad de la de Madrid, reduciendo drásticamente la movilidad de los ciudadanos en la capital y otras nueve grandes ciudades de su entorno; un semi-confinamiento, vamos. No me voy a meter en el avispero de afirmar quién tiene razón en este asunto de si procedía o no dar esa orden por parte del gobierno español o si se debería haber dejado a la comunidad madrileña que siguiera adoptando las medidas que estimara convenientes, porque es un tema archicomplejo y que tiene mil aristas. Intuyo que las dos partes tienen algo de razón, pero ninguna toda ella, aunque parece que la CAM no se queja de vicio al denunciar que el ministerio dicta ordenes drásticas contra ella, pero no contra otras comunidades y/o ciudades en situación similar e, incluso peor, como es el caso de la Navarra que el PSOE gobierna gracias a Bildu. Lo lógico sería que el paso del tiempo diera la razón a quien más la tenga, pero según están ocurriendo las cosas últimamente, me temo que seremos incapaces de determinar quién llevaba la razón, o al menos la llevaba en mayor parte, y que lo que percibiremos será el relato interesado de ambos actores político-institucionales, es decir, su versión de la razón. La verdad, especialmente en estos tiempos del coronavirus, no es lo que es, es lo que parece, y en eso hay que reconocer que la izquierda suele dar sopas con honda a la derecha, incluido el centro que quiere representar Ciudadanos, pero que está muy lejos de representarlo. Creo que ya lo he dicho otras veces, pero lo repito: Una cosa es estar en medio y otra en el centro.

               Lo que está ocurriendo, lo que ha ocurrido y lo que vaya a ocurrir en Madrid no es una cuestión baladí para los guadalajareños. Dada nuestra cercanía a la CAM, la conurbación casi ya sin discontinuidad entre la capital alcarreña y la de España, la interrelación social y económica que vertebra el Corredor del Henares o los nexos culturales e históricos entre ambos territorios, entre otros factores, nosotros no podemos mirar como meros espectadores lo que allí ocurre; somos también actores del entorno madrileño, unas veces de reparto y otras figurantes, pero actores al fin y al cabo. Lo que allí sucede nos importa y afecta, en ocasiones de forma directa y en otras más tangencial. Ahora mismo, con la orden ministerial de reducción de la movilidad en la capital y casi toda su área metropolitana, muchos guadalajareños que diariamente se tienen que desplazar a esa zona a trabajar, a estudiar, a un centro sanitario, a realizar gestiones o a lo que sea, evidentemente van a ver comprometida su propia movilidad. Igualmente les va a suceder a los madrileños que desde allí se desplazan a nuestra provincia para realizar tareas o acciones similares. Podría decirse que, si Madrid se constipa, Guadalajara también tose e, incluso, hasta esa tos puede agravarse y derivar en neumonía, aunque confío en que no sea la bilateral, que es como se ha certificado la muerte de muchas personas por coronavirus cuando a los médicos no se les ha permitido poner que esa ha sido la causa, por no habérseles hecho pruebas previas de diagnóstico a los fallecidos.

               No quiero concluir esta entrada sin dejar constancia de mi solidaridad con los madrileños que, por causa de la Covid-19, están siendo quasi satanizados por algunos, incluso altos dirigentes políticos, como si en vez de personas fueran coronavirus andantes, pidiéndoseles que no salgan de su “madriguera” madrileña. A este respecto, les están dando desde diestra -por ejemplo, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco– y siniestra -caso de Emiliano García Page, el de Castilla-La Mancha-, cargando sobre los madrileños en diáspora el aumento de la incidencia de la pandemia en sus respectivas comunidades, al tiempo que pidiéndoles que no vayan a ellas para evitar contagios. Sobre esto último, quiero llamar la atención de la “galleguización” de ambos dirigentes castellanos pues sabido es el tópico que atribuye solo a los gallegos la posibilidad de soplar y absorber a la vez. Lo digo porque tanto Castilla y León como Castilla-La Mancha dependen enormemente del valor añadido que, en todo orden, especialmente el económico, les deja su proximidad a Madrid y ambas comunidades reciben cerca del 40 por ciento de su turismo de la CAM, además de estar en ellas las patrias chicas y las segundas residencias de centenares de miles de madrileños. En el caso concreto de Castilla-La Mancha, resulta esclarecedor el hecho de que Page tratara de absorber, hace apenas unas semanas, turistas madrileños con su campaña titulada “Tus vacaciones nunca han estado tan cerca”, cuando ahora trata de alejarles soplando con declaraciones como éstas: “Madrid es una bomba vírica” y señalando a la CAM de provocar el 80 por ciento de los contagios que ha habido en Castilla-La Mancha. Mal anfitrión y peor vecino.

               Es evidente que la política española está cada día más infectada de incompetencia, intolerancia, radicalidad y sectarismo, y que ha venido un virus polimorfo para quedarse: la tensión entre territorios, los derechos asimétricos entre españoles, la crisis institucional casi permanente y el deterioro de España como marca y como Estado. ¿Vacuna contra ello? Volver al espíritu de la Transición que, incluso desde una parte del propio gobierno actual, están tratando de subvertir, aniquilar y enterrar.

               Gracias, Joaquín Sabina, por prestarme el título.

Crónica de las no-ferias

               Como es sabido, este año no ha podido haber ni “pregón” de ferias ni “pobre de mí”, los dos actos con los que suelen principiar y concluir las fiestas de la capital. La pandemia de Covid-19 que, lejos de cesar, ya se aviene como una (segunda) ola -como el título de la conocida canción de Rocío Jurado-, no solo se ha llevado muchas vidas y traído sufrimiento, dolor, anormalidades e inconvenientes de toda clase, además de graves consecuencias sociales y económicas, también ha dejado las fiestas para mejor ocasión con el fin de evitar que se convirtieran en un “infectódromo”. Desde 1938, el penúltimo año de la Guerra Civil, la ciudad de Guadalajara no había dejado de celebrar sus tradicionales ferias y fiestas que, en aquel entonces, aún tenían lugar a mediados de octubre. Veinte años antes, en 1918, las ferias capitalinas también fueron suspendidas con el fin de evitar que se propagara la grave epidemia de “grippe”, que después se bautizó como “española”, que también se llevó no pocas vidas y trajo mucho sufrimiento en aquel año y el siguiente, si bien en este segundo ya cursó de forma bastante menos mortífera.

               Evidentemente, no solo la ciudad de Guadalajara se ha quedado compuesta y sin ferias, prácticamente toda España ha renunciado a sus fiestas este año o, como mucho, ha reducido a la mínima expresión sus programas, como las circunstancias y el sentido común aconsejaban. Pese a ello, no han sido pocos los lugares en los que, grupos de irresponsables liderados por descerebrados, han intentado e, incluso, conseguido, celebrar algún acto festivo con importante concentración de personas -es una forma de llamarlas-, en lo que, con retintín de listillos memos, han bautizado como “no fiestas”. No me consta que en Guadalajara se haya dado este caso, al menos de manera notoria, escandalosa y peligrosa, de lo cual me alegro sobremanera porque bastante está corriendo ya el “bicho” sin jolgorios festivos grupales, como para invitarle a que aún acelere más gracias a ellos.

               Cuando el ministro de la Gobernación suspendió las ferias de Guadalajara de 1918, la decisión estuvo rodeada de bastante polémica porque no se tomó en la propia ciudad, sino que se impuso desde Madrid. Es más, el entonces gobernador civil de la provincia, el liberal Diego Trevilla, convocó una reunión a la que asistieron médicos, autoridades provinciales y municipales, comerciantes y representantes de otros sectores sociales y económicos para pulsar su opinión respecto a la conveniencia, o no, de celebrar las ferias en función de la situación de la epidemia de gripe que se vivía en aquel momento; la mayoría se pronunció por mantener su celebración. A pesar de este dictamen que partió de la propia ciudad y de que sí se autorizaron las ferias de San Saturio, en Soria, e incluso algunas en la propia provincia, el ministro optó por suspender las arriacenses, lo que derivó en duras críticas a la actuación gubernamental de los “feriófilos” y encendidos elogios de los “feriófobos”; estos fueron los dos curiosos términos con los que “Flores y Abejas” bautizó y agrupó a los partidarios y a los detractores de la celebración festiva. Como es fácilmente deducible, los principales argumentos de los primeros para defender el mantenimiento de las ferias fueron que aquella epidemia no era para tanto, que se estaban celebrando o se iban a celebrar fiestas en otros lugares y que la ciudad iba a dejar de ingresar de los forasteros de 10.000 a 12.000 duros -entre 50.000 y 60.000 pesetas, o sea, 360 euros al cambio actual-, hecho muy perjudicial para el comercio y la industria local. Los contrarios a la celebración ferial se apoyaban, fundamentalmente, en el caldo de cultivo idóneo para la propagación de aquella mortal gripe que, a su juicio, supondría mantener las fiestas. Como recordatorio de la letalidad de esa pandemia de finales de la segunda década del siglo XX, decir que en el mundo murieron más de 30 millones de personas por ella, mientras que en España bailan las cifras según las fuentes consultadas; los fallecidos en nuestro país por aquella epidemia oscilan entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico- y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población española de ese momento. En la provincia de Guadalajara, la incidencia de la mal llamada “gripe española” -su probable origen estuvo en un campamento militar en Estados Unidos y llegó a Europa vía Francia, a través de tropas desplazadas a la I Guerra Mundial- fue moderada respecto al ámbito nacional, si bien hubo pueblos, como Aldeanueva de Guadalajara, en los que llegó a morir casi el 50 por ciento de su población.

               Concluidas las no-ferias de 2020, no nos queda más consuelo que pensar que ya queda menos para las de 2021, confiando en que dentro de doce meses la pandemia sí esté vencida de verdad y no como ocurrió a finales de junio, cuando cesó el confinamiento y algunos irresponsables con responsabilidades quisieron cantar victoria y echar a la gente a la calle, tratándose solo de una tregua temporal y después de mucho sacrificio. La concejala de festejos del ayuntamiento de Guadalajara, Sara Simón, ha asegurado públicamente, con un optimismo que el tiempo dirá si era exacerbado o  no, que las del año que viene “van a ser las mejores ferias de la historia”; espero que lleve razón y que sus socios de gobierno, Ciudadanos, le dejen gastarse el dinero necesario para elaborar un buen programa festivo pues, sabido es, que este grupo es partidario de la reducción de gastos en esta materia; sin ir más lejos, este mismo año -eso sí, cuando ya se sabía que era probable que no se celebraran- condicionaron a reducir el presupuesto para ferias en un 14 por ciento y se jactaron de ello. En el último mandato de Román, Cs también insistió de forma recurrente en la necesidad de bajar la dotación presupuestaria de ferias y fiestas con una especie de mantra, reiterado un pleno tras otro por su entonces portavoz, Alejandro Ruiz, con estas palabras: “hay que invertir menos en fiestas y más en empleo”. Es de suponer que, por coherencia, y dado el dramático incremento del paro en que está derivando la crisis socio-económica del coronavirus, Ciudadanos insista y profundice aún más en esa posición política. Pero no solo con dinero se organizan unas buenas ferias, aunque sin él, es muy difícil hacerlo; hay que echarle muchas horas de trabajo en equipo, acertar en las contrataciones de espectáculos, innovar, pero con criterio, mejorar lo que funciona y no suprimirlo o cambiarlo por cambiar, programar para todos los públicos, no solo actos en cantidad sino sobre todo en calidad, ponderar las demandas e intereses de todos los sectores de población, no fastidiar a unos para contentar a otros, cuidar al detalle la celebración y la seguridad de los actos programados… Y no olvidarse de que el mal tiempo arruina un buen programa y a un mal programa puede hacerlo parecer mejor un buen tiempo.

Taracena “okupada”

               Hace 84 años, un coronel del ejército republicano que mandaba las tropas que protegían la entrada a Guadalajara por la entonces llamada carretera de primer orden de Madrid a Francia, ocupó la vivienda de mis abuelos maternos en Taracena, junto con su mujer y su ayudante, residiendo en ella los casi tres años que duró la Guerra Civil. Evidentemente, la ocupación la hizo a la fuerza y con intimidación, pues mis abuelos vivían allí junto a sus cinco hijos. El jefe militar republicano tuvo, al menos, la delicadeza de permitir a mi familia seguir residiendo en su casa y hasta compartió con ella los “chuscos” de pan que diariamente traía su ayudante de la intendencia de Guadalajara. La convivencia forzosa y forzada de aquel matrimonio con mis abuelos, mis tíos y mi madre en su propia casa, fue bastante razonable, pese a la tesitura. Mi familia puso mucho de su parte para hacer lo más soportable y llevadera posible aquella incómoda situación, ayudando mucho a ello la mujer del coronel pues era muy educada, sensata y respetuosa. Acabada la guerra, se acabó la ocupación, y la separación de ambas familias fue todo lo cordial que podía ser en circunstancias como aquellas. Mi familia, en un “quid pro quo” propio de las buenas personas, hizo lo que pudo por aquel coronel, una vez acabada la contienda, al igual que él hiciera con los míos mientras duró el conflicto; eso sí, éste siempre desde una posición usurpadora y de fuerza.

Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado”

               He contado esta historia porque hace unos días, un par de individuos que residen en el bloque “okupado” de la calle Espíritu Santo de Taracena, según pueden atestiguar vecinos que les vieron, reconocieron y disuadieron, intentaron “okupar” -o robar, solo ellos saben su intención- las casas que ahora tenemos la familia de mi difunto y querido hermano, Carlos, y la mía, construidas de nuevo hace 14 años sobre el solar de la vieja casa de labranza de mis abuelos, ocupada durante la guerra. No se qué tendrá este terreno, además de una sima con agua que costó muchos camiones de hormigón drenar, pero el caso es que es un recurrente objeto de oc/kupación, con “c” y con “k”. Pongamos que la de los militares fue con “c” y con “k” la de estos delincuentes a los que niego el matiz de “presuntos” pues hacen una tras otra, como bien saben y sufren los vecinos de Taracena desde que, hace ya más de dos años, “okuparan” un bloque de viviendas del pueblo de nueva construcción. Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado” y en el pueblo se tiene muy claro y probado que hay una relación directa de causa/efecto en ello. También ha habido un “efecto llamada” y se han “okupado” otros inmuebles del pueblo y hay algunos ya señalados, previsiblemente, para futura usurpación.

Taracena, visto desde la antigua carretera general a Francia. Fotografía tomada a la altura del lugar que desde principios de los años 60 ocupa la fábrica de caolines “Caobar”. C. 1930. Foto Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

En Taracena, un lugar tranquilo donde los hubiera y con un habitualmente pacífico clima de convivencia, hace tiempo que se ha perdido la tranquilidad, cunde el temor y la paz no puede estallar, parafraseando el título de la novela de José María Gironella que es la tercera de su tetralogía sobre la Guerra Civil, iniciada con “Los cipreses creen en Dios”. A los pies de un ciprés del cementerio de Taracena, probablemente descreído por el signo convulso y enrarecido de los tiempos, descansa Carlos, mi añorado hermano, quien tantas horas disfrutara en nuestra casa de la plaza de la Fuente del pueblo, ocupada en el 36 y ya dos veces intentada “okupar” en 2018 y 2020. Allí disfrutó de su música con la intensidad de su pasión por ella y su enorme talento y allí compuso su extraordinaria “Suite Taracena” en la que se reúnen pasacalles, reboladas, jotas, jotillas, pericones, mazurcas y bailes corridos dedicados a la recuperada botarga de San Ildefonso, calles, parajes y personas del pueblo. Si los “okupas” -o ladrones- hubieran conseguido su propósito, el ciprés bajo el que descansa mi hermano se habría pasado del descreimiento pasivo al agnosticismo activo.

La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia

               He contado mi propia experiencia y estoy aflorando mis sentimientos como testimonio personal y directo de la impotencia y otras muy desagradables sensaciones que deben tener las personas a quienes les llegan a usurpar sus viviendas que, lamentablemente, cada día son más. La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia, especialmente por parte de un amplio sector de la izquierda española que, para más inri, ahora se sienta en el consejo de ministros y gobierna ciudades.  Como muestra, un botón: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, confluente podemita con sus “Comús”, hasta imparte cursos de “okupación” para jóvenes basados en teorías anarquistas. Hablábamos antes del 36, pero 1909 tampoco está tan lejos.

La “okupación” en Guadalajara no sólo se limita al notorio caso de Taracena, aunque allí tiene un especial y grave impacto por ser un pueblo de poco más de 500 habitantes e idiosincrasia más rural que urbana. En la ciudad hay también viviendas “okupadas” en el barrio de los Manantiales, el de Aguas Vivas (Bulevar Clara Campoamor), la zona de las Lomas, en la calle Cuba y la avenida de Venezuela, calle Laguna de la Colmada, en pleno centro de la ciudad (calle Mayor, López de Haro, Plaza del Cívico) o en las viviendas de San Vicente Paúl. En el último pleno municipal se aprobó una moción para elaborar un protocolo para tratar de combatir la “okupación”, presentada por el PP y apoyada por el PSOE tras hacer una aportación transaccional; también la apoyaron Ciudadanos y Vox. Unidas Podemos votó en contra y AIKE (A Guadalajara hay que quererla), se abstuvieron, claro. ¡Aike… joderse y querer, de verdad, más a Guadalajara! Evidentemente, hay un problema social de acceso a la vivienda para jóvenes y para familias con escasos recursos, pero la solución no pasa por permitir, tolerar, mirar para otro lado e, incluso, enseñar a “okupar” viviendas a base de reventar bombines de cerraduras de inmuebles de propiedad privada, como también los que son de titularidad pública (especialmente de la Sareb), porque no hay nada que vaya más en contra de la propiedad pública que la usurpación violenta e impune de ésta por una persona privada. Y no se olviden que, sin ley, no hay derecho y, sin derecho, la selva, el estado natural… La anarquía.

Obituarios entre los rebrotes

Atardecer en el Cantábrico, visto desde la parte posterior del histórico cementerio de Comillas.

               En la pasada y confinada primavera y el rebrotado verano corriente se han acumulado un elevado número de decesos, gran parte de ellos por causa del coronavirus, pero otros debidos a diversas circunstancias clínicas, la mayoría asociadas a la edad, aunque no todas como más adelante veremos. Todavía no sabemos oficialmente el número de muertos que, a día de hoy, ha provocado el/la Covid-19 en España; un país que no sabe contar los muertos evidencia cierto analfabetismo funcional pues, que uno más uno son dos y dos más dos son cuatro, es algo que se aprende en primero de primaria. Lo que pasa es que el problema del conteo de los fallecidos por la pandemia no es matemático, sino ético, pues cuantos menos parezca que ha habido, mejor parece que se ha gestionado políticamente; o, al menos, eso creen los politiquillos y politicastros que desprecian la ética al practicar eso de que la verdad no importa, lo que verdaderamente importa es el relato. Maquiavelo está cada vez más vivo y Sócrates, el padre de la ética, cada vez más muerto.

               Ahí lo dejo y voy a lo que voy que no es otra cosa que rendir un pequeño homenaje a media docena de personas que han tenido el común denominador de ser activos públicos en la sociedad guadalajareña y que han fallecido en las últimas semanas. En el atardecer de sus vidas, esa bella metáfora de la muerte que nos legó San Juan de la Cruz, les ha llegado esa hora llamada de las alabanzas porque, como bien dijo el destacado dirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, en “España enterramos muy bien”; es decir, nos guardamos siempre los elogios y reconocimientos a una persona para su hora póstuma, aunque en vida le hayamos negado el pan y la sal. Ahí lo dejo también y voy ya con estas seis breves necrológicas de otros tantos personajes públicos que nos han dejado en las últimas semanas, a los que conocí bien y que creo se merecen un puñado de sentidas palabras de despedida que, en casi todos los casos, por mi parte también son de agradecimiento por lo que me enseñaron o hicieron por mí, incluso sin saberlo. El orden es alfabético, no cronológico por fecha de fallecimiento y, mucho menos aún, jerárquico. Todos los hombres, todas las mujeres, miden lo mismo en la horizontal de sus ataúdes.

MANUEL JIMÉNEZ MOYA. Expresidente de la Cámara de Comercio de Guadalajara y propietario y gerente del Hotel España. Murió con apenas unas horas de diferencia respecto a su anciana madre, circunstancia que confirma que cuando fallece un hijo aún demasiado joven para morir, su progenitora se muere también un poco con él. Bien lo sé porque lo he vivido dos veces de cerca. Manolo fue todo lo buena persona que la vida le dejó ser, además de un buen empresario y profesional del sector servicios. Se subió a algunos caballos indomables y gran parte de su existencia la pasó agarrado a sus crines para no caerse de ellos, mientras los jacos le intentaban descabalgar. Fue un buen amigo de mi hermano, Alfonso, y por ello también un buen amigo mío, aunque casi nunca coincidiéramos en el camino de Kerouac.

DANIEL MARTÍNEZ BATANERO. Como es sabido pues su sorpresiva y trágica muerte acaeció hace apenas unos días y fue ampliamente recogida en los medios, Dani murió de repente cuando descendía del Ocejón por la cara de Campillo de Ranas, mientras estaba de excursión con su hijo menor. Con el mayor había viajado a Entrepeñas dos días antes pues decidió vacacionar “guadalajareando” en familia en el verano del coronavirus. Fue una persona de una inteligencia extraordinaria que triunfó profesionalmente en el mundo del Big Data; los amplios, complejos y especializados campos de las ciencias exactas, la informática y las telecomunicaciones los dominaba con una solvencia absoluta. Como servidor público, fue concejal del Ayuntamiento de Guadalajara (mandato 2007-2011, con Román de Alcalde), debiéndose a él el inicio de la implementación del sistema de gestión y administración electrónica municipal y la mejora de su red de voz y datos, para lo que contó con la inestimable ayuda de Javier Barbadillo, el también recordado y extraordinario archivero del consistorio capitalino que falleció igualmente de forma trágica y sorpresiva hace unos meses. Martínez Batanero también fue Director General de Telecomunicaciones, Nuevas Tecnologías y CIO de la JCCM (mandato 2011-2015) donde no pudo hacer todo lo que hubiera querido pues los recortes presupuestarios condicionaron sus ambiciosos planes. Dani era una persona de grandes valores, de grandes amigos, de sólidos ideales, afable y entusiasta como pocas. El futuro de Guadalajara sin él es un poco menos esperanzador.

ANTONIO PAJARES RUIZ. Destacado, conocido y reputado profesional de la docencia, especialmente reconocido por ser el carismático director del Colegio Provincial San José durante más de treinta años. Supo combinar perfectamente su rectitud de carácter con una cercanía y afección hacia los internos de este centro, por quienes se desvivió literalmente. También supo ponderar y equilibrar de forma adecuada la lealtad hacia la Diputación Provincial con su obligada labor de tratar de obtener todos los medios posibles para mejorar las instalaciones, los servicios y los recursos, tanto humanos como materiales, del centro bajo su dirección. Persona de profundas convicciones religiosas, fue miembro de Cursillos de Cristiandad y un parroquiano muy activo y comprometido de San Nicolás. Con Antonio Pajares se ha ido, ya nonagenario, un Maestro con mayúsculas de la vieja escuela.

JULIÁN SEVILLA VALLEJO. Burgalés de nacimiento, pero guadalajareño de adopción, pues aquí residió la mayor parte de su vida y aquí desarrolló tres cuartas partes de su trayectoria profesional, entre la que destaca su paso por el Cabildo Insular de La Gomera, como Secretario General del mismo, adonde llegó mediados los años 50. Tras otros destinos, una década después, obtuvo la plaza de la Secretaría General del Ayuntamiento de Guadalajara; en el consistorio capitalino ejerció hasta que en 1975 tomó posesión del mismo puesto en la Diputación Provincial, donde prestó servicios hasta su jubilación, en 1994. Aunque algunas “leyendas urbanas” le achacan responsabilidades en el desarrollo urbanístico especulativo del denominado “Plan Sur” de la ciudad, lo que sí puede documentarse es que su concurso fue decisivo para que Guadalajara tenga muy bien resuelto, en cantidad y calidad, el problema del abastecimiento de agua a través de la Mancomunidad de Aguas del Sorbe. En la Diputación Provincial contribuyó desde sus responsabilidades técnicas a la transición de ésta al nuevo régimen democrático, así como al incremento de su actividad y plantilla. Fue una persona respetada y apreciada por la mayor parte de los funcionarios, especialmente los que trabajamos más cerca de él.

CARLOS IGNACIO TORRES MARTÍNEZ. Madrileño de nacimiento, pero otro guadalajareño de adopción y vocación. Vino a la capital destinado como alto ejecutivo de Unión Fenosa y fue un destacado militante, primero de AP y después del PP. Su más visible responsabilidad política fue la de ser candidato a alcalde y portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Guadalajara en el mandato 1983-1987, tras haber sido ya portavoz de Coalición Democrática en el anterior. Su extraordinaria oratoria y su capacidad y habilidad dialécticas, complementadas por su inteligencia y vasta cultura, le hicieron destacar sobremanera en aquellas primeras corporaciones municipales de la transición, presididas por el socialista Javier Irízar, con quien, pese a la rivalidad política, trazó una buena amistad, hecho muy indicativo de su talante abierto e ideal liberal. Junto con José Jodar, Gabriel Leblic y Carlos García Cuesta, aunque con ninguno de ellos coincidió en militancia, fue un referente del liberalismo moderado en Guadalajara, a pesar de pertenecer a un partido como AP que, en ese momento, era netamente conservador. Confieso públicamente que oyendo intervenir en los plenos municipales a Carlos Torres y hablando en privado con él, me acerqué al liberalismo político y valoré intentar ser algún día concejal del Ayuntamiento.

MARIANO VICENTE RECUERO. Natural de Ruguilla y fallecido ya nonagenario, fue un destacado funcionario de carrera de la Diputación Provincial de Guadalajara, en la que se inició como auxiliar administrativo tras haber estado acogido en el Colegio Provincial San José -hasta 1955 llamado “Casa de Expósitos y de la Misericordia”- y llegó a ser uno de sus técnicos más cualificados, una vez aprobada la carrera de Derecho cuando ya era un hombre maduro y padre de familia. Trabajador, competente, inteligente, brillante y recto son algunos de los adjetivos que, con absoluta justicia, se le pueden atribuir. Tuvo la responsabilidad principal de poner en marcha todo el armazón jurídico y documental de los planes provinciales de obras y servicios de la Diputación Provincial, a principios de los años ochenta del siglo pasado, justamente cuando éstos alcanzaron sus mayores niveles de actividad y presupuestos. Fue un buen jefe, un gran compañero y un excelente maestro; doy fe de ello pues tuve el honor y el placer de trabajar durante un tiempo con él y forjar una buena amistad, pese a nuestra diferencia de edad.

               Que la tierra les sea leve a todos ellos. Gracias por haber vivido. Descansen en paz.

Lavanda alcarreña de Loewe

Aunque ya se van agostando y la cosecha va muy avanzada, los espectaculares campos de lavanda de Brihuega siguen atrayendo turistas y dinamizando económicamente una zona que, como la mayor parte de las de la Guadalajara rural, languidecía con los cultivos tradicionales y llevaba décadas despoblándose y vaciándose. El segundo domingo de agosto, que se avino con un sol de justicia y de “polvo, sudor y hierro”, como con los que cabalgaba el Cid en el poema “Castilla”, de Manuel Machado, el ocaso en los campos de lavanda convocó a cerca de un centenar de personas, que se dice pronto. Durante el día, el goteo de visitantes también fue constante, a pesar de que el mejor momento de estos campos ya ha pasado, gran parte de ellos están cosechados y el fuerte calor no invitaba, precisamente, a echarse a los llanos alcarreños con el sol en todo lo alto.

En lo que antaño fueran estepas cerealistas, salpicadas de bosquetes de chaparros, desde hace menos de cuatro décadas se cultiva la lavanda, aunque en realidad la mayor parte de estos campos son de lavandín, un híbrido entre el espliego y la lavanda. Fue un maestro briocense, Álvaro Mayoral, quien hace cuatro décadas se trajo unos esquejes de lavandín de la Provenza francesa -la zona europea más conocida en la que se cultiva la lavanda y que aglutina gran parte de la producción mundial junto con China, Bulgaria y ahora también España, fundamentalmente Brihuega– que supusieron el inicio de estos coloristas y fragantes campos en nuestra provincia. Pese a que puede haber hasta quien piense que el objeto de su plantación fue y es promover el turismo en la época de su floración, que tiene lugar en la primera mitad del verano, estos campos aportan en realidad casi el 10 por ciento de la producción mundial de lavandín y lavanda, un producto básico en la alta y media perfumería. De hecho, quien más ha impulsado la explotación agraria de estos campos, al tiempo que su aprovechamiento turístico, es Emilio Valeros, uno de los más grandes perfumistas españoles de todos los tiempos, ya septuagenario, y que fue director técnico de la prestigiosa firma Loewe durante más de 30 años, tras haber trabajado para algunas de las empresas francesas de cosméticos de referencia. A su buen olfato, su extraordinario criterio profesional y acreditado buen gusto se deben cerca de un centenar de perfumes, algunos tan reputados como los de las marcas “Solo Ella”, “Loewe Solo” o “Loewe Agua”. Valeros es un destacado miembro de la Academia Española del Perfume en la que, como no podía ser de otra manera, ocupa el sillón “Lavanda”. Él es el gran impulsor del Festival de la Lavanda que, cada año, excepto éste por causa del coronavirus, se celebra en el mes de julio en Brihuega y que progresivamente atrae a más visitantes y tiene más peso en la economía local, sobremanera en el sector servicios. El gran interés y atención que las RRSS y los medios de comunicación nacionales e, incluso, internacionales, vienen prestando en los últimos años a los campos de lavanda briocenses –se suelen referir a ellos como la “Provenza española”- y a su Festival de la Lavanda, están contribuyendo decisivamente a su conocimiento y difusión, una publicidad y una promoción gratis, impagable y, por lo que parece, también imparable.

Son ya más de mil hectáreas de estas aromáticas las que se siembran anualmente solo en la zona de Brihuega, la mayor parte de ellas propiedad de la familia Corral, si bien también hay algunos campos de mucha menor extensión de este cultivo en otros municipios alcarreños, como por ejemplo Almadrones o Escamilla. Es muy significativo el hecho de que, anualmente, los campos de lavanda vayan creciendo en torno a un diez por ciento en extensión en la zona de Brihuega. Sin duda, el lavandín y la lavanda han llegado para quedarse en la Alcarria, al menos mientras su producción sea totalmente absorbida por el mercado, como lo es hasta ahora, y su rentabilidad supere claramente a la de los cultivos tradicionales de la zona, fundamentalmente el cereal. El clima, el suelo y la altura de la Alcarria son idóneos para que los campos de lavanda se desarrollen de la feliz manera en que lo vienen haciendo; las abejas no se equivocan, además de muy trabajadoras, son muy listas, y desde la noche de los tiempos han elegido estas tierras para hacer la mejor miel por la riqueza, variedad y calidad de sus plantas aromáticas. La nariz de los buenos perfumeros debe ser tan fina y capaz de captar matices como la de las abejas. Puede que algún día, que seguramente no conoceremos porque el proverbial “chauvinismo” galo pondrá pie en pared para evitarlo, a la Provenza alguien la llame la “Alcarria francesa”.

En todo caso, es evidente y progresivo el aprovechamiento turístico de los campos de lavanda briocenses; el problema de este nuevo y potente recurso es su estacionalidad extrema, pues la duración del momento álgido de su floración no supera los dos meses. Crear productos y servicios en torno a la lavanda que rompan esa estacionalidad -un museo del perfume, un centro de interpretación virtual de los campos de lavanda, un aula de iniciación a la perfumería… se me ocurren como ideas en tormenta- es una clara oportunidad de futuro que pueden y deben aprovechar Brihuega, en particular, y la Alcarria en general.

Si una jarcha ya comparaba, en el aún balbuciente castellano de finales del XI y principios del XII, la alegría de una mujer por el regreso de su amado con un amanecer en la ciudad de Guadalajara, pocas puestas de sol hay en España parangonables en belleza con las de los campos de lavanda de Brihuega en la primera mitad del verano. No dejen de visitar Brihuega, en este tiempo y en cualquier otro. La lavanda es una de las muchas motivaciones que hay para hacerlo.

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