El silencio de la ciudad blanca… y azul

               El coronavirus nos ha traído mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha angustia, mucha desazón, muchas dudas, muchos inconvenientes y no pocas cosas negativas más, entre ellas padecer limitaciones e imbuirnos en una dialéctica propias de tiempos bélicos y no de paz: confinamientos, toques de queda, salvoconductos, guerrillas urbanas… Guadalajara, en el silencio tras el toque de queda que nos confina en casa desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, es una ciudad sin alma, como la bella de la canción de Ricardo Cocciante. Es azul porque la oscuridad de la noche también lo es, lo que sucede es que la falta de luz del sol hace que el cielo parezca sombrío, pero sigue siendo infinitamente azul. No tiene alma porque una ciudad no solo la conforman sus edificios y sus calles, sino fundamentalmente las personas que viven en ella, especialmente cuando salen de aquéllos y deambulan por éstas. La gente confinada en sus casas no hace ciudad, aunque ahora sea necesario que lo esté porque los virus de marzo no se fueron en junio, sino que jugaron al escondite en el verano para regresar en otoño aún con más virulencia a jugar ese otro juego, no precisamente de niños, que es el de la enfermedad y la muerte. Las noches azules de la Guadalajara sin gente son aún más sombrías porque las farolas que antaño fueron de vapor de sodio o de mercurio y que ahora son de leds, más que luminarias para poner un poco de día a la noche, parecen focos cenitales para alumbrar y hacer aún más patente la soledad.

Primera bandera de la ciudad de Guadalajara

La Guadalajara azul de las noches en toque de queda, aunque no lo parezca porque el sol calienta e ilumina el hemisferio sur mientras el cielo duerme en el norte, espera los gallos picajosos de la madrugada para desperezarse y volver a ser ciudad del todo pues, sin gente que la ande y vocee, es solo un decorado con el cielo oscuro, incluso moteado de estrellas como ciclorama. Las cosas no son lo que son si no pueden ser todo lo que podrían ser, y una ciudad sin gente en la calle, aunque sea a deshoras, está tan alejada de la plenitud que está más cerca de ser nada que de ser algo. No es filosofía barata de confinado a toque de queda, es la verdad, nada más que la verdad, aunque no sea toda la verdad. Las noches no son solo de los noctámbulos, sino de quienes, como yo, hace tiempo que dejamos de serlo porque nos cansamos de ellas de tanto vivirlas. La noche confinada en azul, aunque sea tan oscuro que parezca negro, es una emboscada sin bosque, es el absurdo porque no puede haber bosque sin árboles, aunque solo sean los que te impiden verlo. Las calles no sirven de nada sin transeúntes y hasta las farolas iluminan la nada que es un gasto ineficiente e inútil. Hasta el aire de la noche que no se respira es un despilfarro de dióxido de carbono pues los árboles no entienden de toques de queda y siguen a lo suyo con la fotosíntesis. El asfalto, sin coches que lo transiten, excepto los de los servicios de seguridad y emergencias, parece enlutar aún más la ciudad al hacerse todavía más evidente su betún negro negrísimo. Los carteles iluminados de los comercios y otros tipos de negocio son faros en medio de un naufragio al que la luz, lejos de ayudar, le pone el foco para aumentar su dramatismo. En los parques, la vida vegetal y animal sigue a lo suyo: estorninos, gorriones, herrerillos, jilgueros, mirlos, petirrojos, palomas, tórtolas y urracas duermen entre acacias, aralias y aucubas; entre pinos también, donde el carbonero pasa el invierno que pronto se adivinará. Y entre árboles del amor, sin más amantes que un par de buchonas cuyo zureo es el sonido del silencio de la noche. Si Vitoria es la ciudad blanca en el silencio de la novela de Eva García Sáenz de Urturi, la reciente ganadora del premio Planeta, Guadalajara es la ciudad blanca… y azul. No solo porque sus noches -¿verdad, queridos Javier Borobia y Fernando Borlán?- se tiñen de azul por mor de la huida del sol y la arribada de las absentas, sino porque la primera bandera histórica de esta ciudad de la que hay noticias en los archivos municipales, fue una franjada horizontal en esos dos colores, según documentó el competentísimo y recordado archivero municipal, Javier Barbadillo. No se trata de dar un toque de queda a la historia, sino de ponerla en su sitio: ni las banderas históricas de Guadalajara y de Castilla son moradas, ni el caballero del escudo de la ciudad es Alvarfáñez reconquistándola en la noche de San Juan de 1085, como es ampliamente tenido por cierto. La bandera de Guadalajara, según documentos del XIII confirmados en otros de principios del XVII, constaba de cinco franjas horizontales azules y blancas, la bandera castellana es roja carmesí -la morada era de los borbones y del Regimiento Castilla- y el caballero del escudo de la ciudad es el del sello concejil, precisamente portando la bandera listada en azul y blanco. Confínese, duerma, pero no mire para otro lado ni calle la ciudad.

Aire que nos lleva el aire

               Pongamos que sigo hablando de Madrid… Resulta que diez días después de que el gobierno de España, contra la voluntad del de Madrid, forzara la declaración del “estado de alarma” para semi-confinar a los madrileños y así parar a la desenfrenada Covid-19 en la capital, ésta presenta un continuado descenso en el número de contagios, pero similar al ya iniciado con las medidas previamente tomadas por el ejecutivo de Díaz Ayuso. Eso sí, se cuentan por millones las pérdidas económicas causadas por algunas medidas derivadas de la alarma. Por el contrario, la transmisión del virus en Castilla-La Mancha y Castilla y León ha aumentado de forma significativa en este mismo espacio temporal, pese a que los madrileños no han podido desplazarse a estas dos comunidades cuyos respectivos presidentes, como vimos en la entrada anterior, se habían felicitado vivamente del cerrojazo a Madrid por entender que eran los capitalinos, en diáspora por sus provincias, quienes portaban y transmitían el virus de forma patente. Hace ya tiempo que se evidenció que la Covid-19 no entiende de casi nada, menos aún de fronteras, y que ponerle puertas al campo es un esfuerzo tan inútil como intentar echar culpas al vecino de las que son propias. O no. Ahí lo dejo, de momento, porque con este dichoso virus ocurre lo que con muchos políticos y todos los yogures, que las palabras y los hechos tienen fecha de caducidad.

               Decía que procurar ponerle puertas al campo es un esfuerzo vano, casi tanto como intentar frenar el cauce de un río con las manos o tratar de mover las aspas de un molino de viento soplando. Ni siquiera don Quijote, con la ayuda de Emiliano García Page, sería capaz de hacer esto último, aunque los delirantes intentos del primero serían obra de la mejor literatura y los del segundo de la ciencia-ficción, en la que parece haberse instalado la política actual, una vez que los políticos han decidido hablar mucho y hacer poco…, y muchas veces mal.

               Pero huyamos de fútiles calenturas y, cual hoja caída en el otoño que ya va cuajando, dejémonos llevar quedamente por el aire, ese aire que, en la canción tradicional recogida por el gran folklorista extremeño, Manuel García Matos, en su “Magna Antología del Folklore Musical de España”, lleva así:

Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva al aire
El aire de mi morena
Aire que me lleva el aire
El aire de mi morena

Entre Sevilla y Triana, aire
Cádiz y Guadalajara, aire.

(Si algún lector desea escuchar la letra completa y la música de esta ronda festiva, en este enlace puede acceder a la versión cantada y recogida en el pueblo cacereño de Madrigal de la Vera, cuna de nuestro querido amigo y gran periodista y poeta, Pedro Lahorascala: https://porverita.wordpress.com/el-aire-madrigal-de-la-vega/)

               En otras versiones, territorialmente más lógicas -la lógica en el folklore siempre es relativa y muchas veces caprichosa-, ese aire que “me lleva” y que dice esta canción de ronda que tiene “mi morena”, no está entre la lejana Cádiz y Guadalajara, sino entre la cercana -aunque ahora inaccesible, excepto con salvoconducto, como en tiempos de guerra- Madrid y la capital alcarreña, que no manchega, se pongan algunos como se pongan. A la geografía no le puede enmendar la plana la política. ¿O es que después de lo de la memoria histórica, ahora se van a empeñar también en desarrollar una nueva memoria geográfica para extender la Mancha hasta la provincia de Guadalajara?

               Efectivamente, como dice la canción, entre Cádiz o Madrid y Guadalajara, lo que hay es aire, también tierra y agua, pero fundamentalmente aire. Ni los límites municipales, ni los provinciales, ni tampoco los cada día más evidentes regionales -que más que límites, ahora ya son fronteras para muchas cosas- pueden detener, discriminar o segregar el aire, como ni siquiera lo pueden hacer las fronteras entre los países. Sófocles, el padre literario de Antígona y Edipo Rey, incluso redujo el hombre a aire y sombra. Por cierto, si Antígona se hizo presente, de alguna manera, en los momentos más duros de la primera ola de la pandemia cuando los velatorios y los entierros vieron limitadísima la presencia de acompañantes para evitar que fueran focos de transmisión del virus, confío en que los españoles no nos convirtamos en edipos y “matemos” al rey para casarnos con una república bolivariana o bananera, que tanto da. Algunos están poniéndose morados de tanto soplar para que eso ocurra.

Portada y vista parcial del mensario de la iglesia de San Bartolomé, en Campisábalos. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara. Fondo Layna Serrano. 1933.  

               Termino ya con un mensaje de esperanza, tan necesario como el respirar en los difíciles tiempos que vivimos. Si las casas y las cosas se nos caen encima, si ya no podemos soportar los telediarios y si tanta mascarilla nos impide ver bien la jeta de algunos, tomemos, no las de Villadiego, sino las de Campisábalos y vayamos a respirar el aire más limpio de España, según la OMS, y el tercero del mundo, tras el de Muonio (Finlandia) y el de Norman Wells (Canadá). Y, de paso, disfrutemos del mejor cogollo del Románico Rural de Guadalajara: la iglesia de San Bartolomé y su mensario en el propio Campisábalos, la de Santa Coloma y su leyenda templaria en Albendiego, y la de San Pedro, en Villacadima, un pueblo tan bien puesto en el medio de los páramos altos de la Sierra de Pela que es un grito callado, un himno sin letra, pero con la música del viento, al silencio y la soledad.

Pongamos que hablo de Madrid

               Uno de los principales problemas de España continúa siendo Cataluña, pero la perversa política que se practica ahora ha desviado esa atención a Madrid, por causa de la pandemia de Covid-19 como excusa aparente, aunque todo apunta a que lo que en el fondo se ventila va más allá: asaltar el poder en la CAM. El gobierno de Sánchez-Iglesias y los/las tropecientos/as ministros y ministras que lo conforman, después de dejar a las comunidades autónomas al pairo para que ventilasen ellas solas los rebrotes estivales aduciendo que la sanidad es competencia suya, ha dictado una orden ministerial contra la voluntad de la de Madrid, reduciendo drásticamente la movilidad de los ciudadanos en la capital y otras nueve grandes ciudades de su entorno; un semi-confinamiento, vamos. No me voy a meter en el avispero de afirmar quién tiene razón en este asunto de si procedía o no dar esa orden por parte del gobierno español o si se debería haber dejado a la comunidad madrileña que siguiera adoptando las medidas que estimara convenientes, porque es un tema archicomplejo y que tiene mil aristas. Intuyo que las dos partes tienen algo de razón, pero ninguna toda ella, aunque parece que la CAM no se queja de vicio al denunciar que el ministerio dicta ordenes drásticas contra ella, pero no contra otras comunidades y/o ciudades en situación similar e, incluso peor, como es el caso de la Navarra que el PSOE gobierna gracias a Bildu. Lo lógico sería que el paso del tiempo diera la razón a quien más la tenga, pero según están ocurriendo las cosas últimamente, me temo que seremos incapaces de determinar quién llevaba la razón, o al menos la llevaba en mayor parte, y que lo que percibiremos será el relato interesado de ambos actores político-institucionales, es decir, su versión de la razón. La verdad, especialmente en estos tiempos del coronavirus, no es lo que es, es lo que parece, y en eso hay que reconocer que la izquierda suele dar sopas con honda a la derecha, incluido el centro que quiere representar Ciudadanos, pero que está muy lejos de representarlo. Creo que ya lo he dicho otras veces, pero lo repito: Una cosa es estar en medio y otra en el centro.

               Lo que está ocurriendo, lo que ha ocurrido y lo que vaya a ocurrir en Madrid no es una cuestión baladí para los guadalajareños. Dada nuestra cercanía a la CAM, la conurbación casi ya sin discontinuidad entre la capital alcarreña y la de España, la interrelación social y económica que vertebra el Corredor del Henares o los nexos culturales e históricos entre ambos territorios, entre otros factores, nosotros no podemos mirar como meros espectadores lo que allí ocurre; somos también actores del entorno madrileño, unas veces de reparto y otras figurantes, pero actores al fin y al cabo. Lo que allí sucede nos importa y afecta, en ocasiones de forma directa y en otras más tangencial. Ahora mismo, con la orden ministerial de reducción de la movilidad en la capital y casi toda su área metropolitana, muchos guadalajareños que diariamente se tienen que desplazar a esa zona a trabajar, a estudiar, a un centro sanitario, a realizar gestiones o a lo que sea, evidentemente van a ver comprometida su propia movilidad. Igualmente les va a suceder a los madrileños que desde allí se desplazan a nuestra provincia para realizar tareas o acciones similares. Podría decirse que, si Madrid se constipa, Guadalajara también tose e, incluso, hasta esa tos puede agravarse y derivar en neumonía, aunque confío en que no sea la bilateral, que es como se ha certificado la muerte de muchas personas por coronavirus cuando a los médicos no se les ha permitido poner que esa ha sido la causa, por no habérseles hecho pruebas previas de diagnóstico a los fallecidos.

               No quiero concluir esta entrada sin dejar constancia de mi solidaridad con los madrileños que, por causa de la Covid-19, están siendo quasi satanizados por algunos, incluso altos dirigentes políticos, como si en vez de personas fueran coronavirus andantes, pidiéndoseles que no salgan de su “madriguera” madrileña. A este respecto, les están dando desde diestra -por ejemplo, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco– y siniestra -caso de Emiliano García Page, el de Castilla-La Mancha-, cargando sobre los madrileños en diáspora el aumento de la incidencia de la pandemia en sus respectivas comunidades, al tiempo que pidiéndoles que no vayan a ellas para evitar contagios. Sobre esto último, quiero llamar la atención de la “galleguización” de ambos dirigentes castellanos pues sabido es el tópico que atribuye solo a los gallegos la posibilidad de soplar y absorber a la vez. Lo digo porque tanto Castilla y León como Castilla-La Mancha dependen enormemente del valor añadido que, en todo orden, especialmente el económico, les deja su proximidad a Madrid y ambas comunidades reciben cerca del 40 por ciento de su turismo de la CAM, además de estar en ellas las patrias chicas y las segundas residencias de centenares de miles de madrileños. En el caso concreto de Castilla-La Mancha, resulta esclarecedor el hecho de que Page tratara de absorber, hace apenas unas semanas, turistas madrileños con su campaña titulada “Tus vacaciones nunca han estado tan cerca”, cuando ahora trata de alejarles soplando con declaraciones como éstas: “Madrid es una bomba vírica” y señalando a la CAM de provocar el 80 por ciento de los contagios que ha habido en Castilla-La Mancha. Mal anfitrión y peor vecino.

               Es evidente que la política española está cada día más infectada de incompetencia, intolerancia, radicalidad y sectarismo, y que ha venido un virus polimorfo para quedarse: la tensión entre territorios, los derechos asimétricos entre españoles, la crisis institucional casi permanente y el deterioro de España como marca y como Estado. ¿Vacuna contra ello? Volver al espíritu de la Transición que, incluso desde una parte del propio gobierno actual, están tratando de subvertir, aniquilar y enterrar.

               Gracias, Joaquín Sabina, por prestarme el título.

Crónica de las no-ferias

               Como es sabido, este año no ha podido haber ni “pregón” de ferias ni “pobre de mí”, los dos actos con los que suelen principiar y concluir las fiestas de la capital. La pandemia de Covid-19 que, lejos de cesar, ya se aviene como una (segunda) ola -como el título de la conocida canción de Rocío Jurado-, no solo se ha llevado muchas vidas y traído sufrimiento, dolor, anormalidades e inconvenientes de toda clase, además de graves consecuencias sociales y económicas, también ha dejado las fiestas para mejor ocasión con el fin de evitar que se convirtieran en un “infectódromo”. Desde 1938, el penúltimo año de la Guerra Civil, la ciudad de Guadalajara no había dejado de celebrar sus tradicionales ferias y fiestas que, en aquel entonces, aún tenían lugar a mediados de octubre. Veinte años antes, en 1918, las ferias capitalinas también fueron suspendidas con el fin de evitar que se propagara la grave epidemia de “grippe”, que después se bautizó como “española”, que también se llevó no pocas vidas y trajo mucho sufrimiento en aquel año y el siguiente, si bien en este segundo ya cursó de forma bastante menos mortífera.

               Evidentemente, no solo la ciudad de Guadalajara se ha quedado compuesta y sin ferias, prácticamente toda España ha renunciado a sus fiestas este año o, como mucho, ha reducido a la mínima expresión sus programas, como las circunstancias y el sentido común aconsejaban. Pese a ello, no han sido pocos los lugares en los que, grupos de irresponsables liderados por descerebrados, han intentado e, incluso, conseguido, celebrar algún acto festivo con importante concentración de personas -es una forma de llamarlas-, en lo que, con retintín de listillos memos, han bautizado como “no fiestas”. No me consta que en Guadalajara se haya dado este caso, al menos de manera notoria, escandalosa y peligrosa, de lo cual me alegro sobremanera porque bastante está corriendo ya el “bicho” sin jolgorios festivos grupales, como para invitarle a que aún acelere más gracias a ellos.

               Cuando el ministro de la Gobernación suspendió las ferias de Guadalajara de 1918, la decisión estuvo rodeada de bastante polémica porque no se tomó en la propia ciudad, sino que se impuso desde Madrid. Es más, el entonces gobernador civil de la provincia, el liberal Diego Trevilla, convocó una reunión a la que asistieron médicos, autoridades provinciales y municipales, comerciantes y representantes de otros sectores sociales y económicos para pulsar su opinión respecto a la conveniencia, o no, de celebrar las ferias en función de la situación de la epidemia de gripe que se vivía en aquel momento; la mayoría se pronunció por mantener su celebración. A pesar de este dictamen que partió de la propia ciudad y de que sí se autorizaron las ferias de San Saturio, en Soria, e incluso algunas en la propia provincia, el ministro optó por suspender las arriacenses, lo que derivó en duras críticas a la actuación gubernamental de los “feriófilos” y encendidos elogios de los “feriófobos”; estos fueron los dos curiosos términos con los que “Flores y Abejas” bautizó y agrupó a los partidarios y a los detractores de la celebración festiva. Como es fácilmente deducible, los principales argumentos de los primeros para defender el mantenimiento de las ferias fueron que aquella epidemia no era para tanto, que se estaban celebrando o se iban a celebrar fiestas en otros lugares y que la ciudad iba a dejar de ingresar de los forasteros de 10.000 a 12.000 duros -entre 50.000 y 60.000 pesetas, o sea, 360 euros al cambio actual-, hecho muy perjudicial para el comercio y la industria local. Los contrarios a la celebración ferial se apoyaban, fundamentalmente, en el caldo de cultivo idóneo para la propagación de aquella mortal gripe que, a su juicio, supondría mantener las fiestas. Como recordatorio de la letalidad de esa pandemia de finales de la segunda década del siglo XX, decir que en el mundo murieron más de 30 millones de personas por ella, mientras que en España bailan las cifras según las fuentes consultadas; los fallecidos en nuestro país por aquella epidemia oscilan entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico- y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población española de ese momento. En la provincia de Guadalajara, la incidencia de la mal llamada “gripe española” -su probable origen estuvo en un campamento militar en Estados Unidos y llegó a Europa vía Francia, a través de tropas desplazadas a la I Guerra Mundial- fue moderada respecto al ámbito nacional, si bien hubo pueblos, como Aldeanueva de Guadalajara, en los que llegó a morir casi el 50 por ciento de su población.

               Concluidas las no-ferias de 2020, no nos queda más consuelo que pensar que ya queda menos para las de 2021, confiando en que dentro de doce meses la pandemia sí esté vencida de verdad y no como ocurrió a finales de junio, cuando cesó el confinamiento y algunos irresponsables con responsabilidades quisieron cantar victoria y echar a la gente a la calle, tratándose solo de una tregua temporal y después de mucho sacrificio. La concejala de festejos del ayuntamiento de Guadalajara, Sara Simón, ha asegurado públicamente, con un optimismo que el tiempo dirá si era exacerbado o  no, que las del año que viene “van a ser las mejores ferias de la historia”; espero que lleve razón y que sus socios de gobierno, Ciudadanos, le dejen gastarse el dinero necesario para elaborar un buen programa festivo pues, sabido es, que este grupo es partidario de la reducción de gastos en esta materia; sin ir más lejos, este mismo año -eso sí, cuando ya se sabía que era probable que no se celebraran- condicionaron a reducir el presupuesto para ferias en un 14 por ciento y se jactaron de ello. En el último mandato de Román, Cs también insistió de forma recurrente en la necesidad de bajar la dotación presupuestaria de ferias y fiestas con una especie de mantra, reiterado un pleno tras otro por su entonces portavoz, Alejandro Ruiz, con estas palabras: “hay que invertir menos en fiestas y más en empleo”. Es de suponer que, por coherencia, y dado el dramático incremento del paro en que está derivando la crisis socio-económica del coronavirus, Ciudadanos insista y profundice aún más en esa posición política. Pero no solo con dinero se organizan unas buenas ferias, aunque sin él, es muy difícil hacerlo; hay que echarle muchas horas de trabajo en equipo, acertar en las contrataciones de espectáculos, innovar, pero con criterio, mejorar lo que funciona y no suprimirlo o cambiarlo por cambiar, programar para todos los públicos, no solo actos en cantidad sino sobre todo en calidad, ponderar las demandas e intereses de todos los sectores de población, no fastidiar a unos para contentar a otros, cuidar al detalle la celebración y la seguridad de los actos programados… Y no olvidarse de que el mal tiempo arruina un buen programa y a un mal programa puede hacerlo parecer mejor un buen tiempo.

Taracena “okupada”

               Hace 84 años, un coronel del ejército republicano que mandaba las tropas que protegían la entrada a Guadalajara por la entonces llamada carretera de primer orden de Madrid a Francia, ocupó la vivienda de mis abuelos maternos en Taracena, junto con su mujer y su ayudante, residiendo en ella los casi tres años que duró la Guerra Civil. Evidentemente, la ocupación la hizo a la fuerza y con intimidación, pues mis abuelos vivían allí junto a sus cinco hijos. El jefe militar republicano tuvo, al menos, la delicadeza de permitir a mi familia seguir residiendo en su casa y hasta compartió con ella los “chuscos” de pan que diariamente traía su ayudante de la intendencia de Guadalajara. La convivencia forzosa y forzada de aquel matrimonio con mis abuelos, mis tíos y mi madre en su propia casa, fue bastante razonable, pese a la tesitura. Mi familia puso mucho de su parte para hacer lo más soportable y llevadera posible aquella incómoda situación, ayudando mucho a ello la mujer del coronel pues era muy educada, sensata y respetuosa. Acabada la guerra, se acabó la ocupación, y la separación de ambas familias fue todo lo cordial que podía ser en circunstancias como aquellas. Mi familia, en un “quid pro quo” propio de las buenas personas, hizo lo que pudo por aquel coronel, una vez acabada la contienda, al igual que él hiciera con los míos mientras duró el conflicto; eso sí, éste siempre desde una posición usurpadora y de fuerza.

Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado”

               He contado esta historia porque hace unos días, un par de individuos que residen en el bloque “okupado” de la calle Espíritu Santo de Taracena, según pueden atestiguar vecinos que les vieron, reconocieron y disuadieron, intentaron “okupar” -o robar, solo ellos saben su intención- las casas que ahora tenemos la familia de mi difunto y querido hermano, Carlos, y la mía, construidas de nuevo hace 14 años sobre el solar de la vieja casa de labranza de mis abuelos, ocupada durante la guerra. No se qué tendrá este terreno, además de una sima con agua que costó muchos camiones de hormigón drenar, pero el caso es que es un recurrente objeto de oc/kupación, con “c” y con “k”. Pongamos que la de los militares fue con “c” y con “k” la de estos delincuentes a los que niego el matiz de “presuntos” pues hacen una tras otra, como bien saben y sufren los vecinos de Taracena desde que, hace ya más de dos años, “okuparan” un bloque de viviendas del pueblo de nueva construcción. Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado” y en el pueblo se tiene muy claro y probado que hay una relación directa de causa/efecto en ello. También ha habido un “efecto llamada” y se han “okupado” otros inmuebles del pueblo y hay algunos ya señalados, previsiblemente, para futura usurpación.

Taracena, visto desde la antigua carretera general a Francia. Fotografía tomada a la altura del lugar que desde principios de los años 60 ocupa la fábrica de caolines “Caobar”. C. 1930. Foto Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

En Taracena, un lugar tranquilo donde los hubiera y con un habitualmente pacífico clima de convivencia, hace tiempo que se ha perdido la tranquilidad, cunde el temor y la paz no puede estallar, parafraseando el título de la novela de José María Gironella que es la tercera de su tetralogía sobre la Guerra Civil, iniciada con “Los cipreses creen en Dios”. A los pies de un ciprés del cementerio de Taracena, probablemente descreído por el signo convulso y enrarecido de los tiempos, descansa Carlos, mi añorado hermano, quien tantas horas disfrutara en nuestra casa de la plaza de la Fuente del pueblo, ocupada en el 36 y ya dos veces intentada “okupar” en 2018 y 2020. Allí disfrutó de su música con la intensidad de su pasión por ella y su enorme talento y allí compuso su extraordinaria “Suite Taracena” en la que se reúnen pasacalles, reboladas, jotas, jotillas, pericones, mazurcas y bailes corridos dedicados a la recuperada botarga de San Ildefonso, calles, parajes y personas del pueblo. Si los “okupas” -o ladrones- hubieran conseguido su propósito, el ciprés bajo el que descansa mi hermano se habría pasado del descreimiento pasivo al agnosticismo activo.

La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia

               He contado mi propia experiencia y estoy aflorando mis sentimientos como testimonio personal y directo de la impotencia y otras muy desagradables sensaciones que deben tener las personas a quienes les llegan a usurpar sus viviendas que, lamentablemente, cada día son más. La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia, especialmente por parte de un amplio sector de la izquierda española que, para más inri, ahora se sienta en el consejo de ministros y gobierna ciudades.  Como muestra, un botón: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, confluente podemita con sus “Comús”, hasta imparte cursos de “okupación” para jóvenes basados en teorías anarquistas. Hablábamos antes del 36, pero 1909 tampoco está tan lejos.

La “okupación” en Guadalajara no sólo se limita al notorio caso de Taracena, aunque allí tiene un especial y grave impacto por ser un pueblo de poco más de 500 habitantes e idiosincrasia más rural que urbana. En la ciudad hay también viviendas “okupadas” en el barrio de los Manantiales, el de Aguas Vivas (Bulevar Clara Campoamor), la zona de las Lomas, en la calle Cuba y la avenida de Venezuela, calle Laguna de la Colmada, en pleno centro de la ciudad (calle Mayor, López de Haro, Plaza del Cívico) o en las viviendas de San Vicente Paúl. En el último pleno municipal se aprobó una moción para elaborar un protocolo para tratar de combatir la “okupación”, presentada por el PP y apoyada por el PSOE tras hacer una aportación transaccional; también la apoyaron Ciudadanos y Vox. Unidas Podemos votó en contra y AIKE (A Guadalajara hay que quererla), se abstuvieron, claro. ¡Aike… joderse y querer, de verdad, más a Guadalajara! Evidentemente, hay un problema social de acceso a la vivienda para jóvenes y para familias con escasos recursos, pero la solución no pasa por permitir, tolerar, mirar para otro lado e, incluso, enseñar a “okupar” viviendas a base de reventar bombines de cerraduras de inmuebles de propiedad privada, como también los que son de titularidad pública (especialmente de la Sareb), porque no hay nada que vaya más en contra de la propiedad pública que la usurpación violenta e impune de ésta por una persona privada. Y no se olviden que, sin ley, no hay derecho y, sin derecho, la selva, el estado natural… La anarquía.

Obituarios entre los rebrotes

Atardecer en el Cantábrico, visto desde la parte posterior del histórico cementerio de Comillas.

               En la pasada y confinada primavera y el rebrotado verano corriente se han acumulado un elevado número de decesos, gran parte de ellos por causa del coronavirus, pero otros debidos a diversas circunstancias clínicas, la mayoría asociadas a la edad, aunque no todas como más adelante veremos. Todavía no sabemos oficialmente el número de muertos que, a día de hoy, ha provocado el/la Covid-19 en España; un país que no sabe contar los muertos evidencia cierto analfabetismo funcional pues, que uno más uno son dos y dos más dos son cuatro, es algo que se aprende en primero de primaria. Lo que pasa es que el problema del conteo de los fallecidos por la pandemia no es matemático, sino ético, pues cuantos menos parezca que ha habido, mejor parece que se ha gestionado políticamente; o, al menos, eso creen los politiquillos y politicastros que desprecian la ética al practicar eso de que la verdad no importa, lo que verdaderamente importa es el relato. Maquiavelo está cada vez más vivo y Sócrates, el padre de la ética, cada vez más muerto.

               Ahí lo dejo y voy a lo que voy que no es otra cosa que rendir un pequeño homenaje a media docena de personas que han tenido el común denominador de ser activos públicos en la sociedad guadalajareña y que han fallecido en las últimas semanas. En el atardecer de sus vidas, esa bella metáfora de la muerte que nos legó San Juan de la Cruz, les ha llegado esa hora llamada de las alabanzas porque, como bien dijo el destacado dirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, en “España enterramos muy bien”; es decir, nos guardamos siempre los elogios y reconocimientos a una persona para su hora póstuma, aunque en vida le hayamos negado el pan y la sal. Ahí lo dejo también y voy ya con estas seis breves necrológicas de otros tantos personajes públicos que nos han dejado en las últimas semanas, a los que conocí bien y que creo se merecen un puñado de sentidas palabras de despedida que, en casi todos los casos, por mi parte también son de agradecimiento por lo que me enseñaron o hicieron por mí, incluso sin saberlo. El orden es alfabético, no cronológico por fecha de fallecimiento y, mucho menos aún, jerárquico. Todos los hombres, todas las mujeres, miden lo mismo en la horizontal de sus ataúdes.

MANUEL JIMÉNEZ MOYA. Expresidente de la Cámara de Comercio de Guadalajara y propietario y gerente del Hotel España. Murió con apenas unas horas de diferencia respecto a su anciana madre, circunstancia que confirma que cuando fallece un hijo aún demasiado joven para morir, su progenitora se muere también un poco con él. Bien lo sé porque lo he vivido dos veces de cerca. Manolo fue todo lo buena persona que la vida le dejó ser, además de un buen empresario y profesional del sector servicios. Se subió a algunos caballos indomables y gran parte de su existencia la pasó agarrado a sus crines para no caerse de ellos, mientras los jacos le intentaban descabalgar. Fue un buen amigo de mi hermano, Alfonso, y por ello también un buen amigo mío, aunque casi nunca coincidiéramos en el camino de Kerouac.

DANIEL MARTÍNEZ BATANERO. Como es sabido pues su sorpresiva y trágica muerte acaeció hace apenas unos días y fue ampliamente recogida en los medios, Dani murió de repente cuando descendía del Ocejón por la cara de Campillo de Ranas, mientras estaba de excursión con su hijo menor. Con el mayor había viajado a Entrepeñas dos días antes pues decidió vacacionar “guadalajareando” en familia en el verano del coronavirus. Fue una persona de una inteligencia extraordinaria que triunfó profesionalmente en el mundo del Big Data; los amplios, complejos y especializados campos de las ciencias exactas, la informática y las telecomunicaciones los dominaba con una solvencia absoluta. Como servidor público, fue concejal del Ayuntamiento de Guadalajara (mandato 2007-2011, con Román de Alcalde), debiéndose a él el inicio de la implementación del sistema de gestión y administración electrónica municipal y la mejora de su red de voz y datos, para lo que contó con la inestimable ayuda de Javier Barbadillo, el también recordado y extraordinario archivero del consistorio capitalino que falleció igualmente de forma trágica y sorpresiva hace unos meses. Martínez Batanero también fue Director General de Telecomunicaciones, Nuevas Tecnologías y CIO de la JCCM (mandato 2011-2015) donde no pudo hacer todo lo que hubiera querido pues los recortes presupuestarios condicionaron sus ambiciosos planes. Dani era una persona de grandes valores, de grandes amigos, de sólidos ideales, afable y entusiasta como pocas. El futuro de Guadalajara sin él es un poco menos esperanzador.

ANTONIO PAJARES RUIZ. Destacado, conocido y reputado profesional de la docencia, especialmente reconocido por ser el carismático director del Colegio Provincial San José durante más de treinta años. Supo combinar perfectamente su rectitud de carácter con una cercanía y afección hacia los internos de este centro, por quienes se desvivió literalmente. También supo ponderar y equilibrar de forma adecuada la lealtad hacia la Diputación Provincial con su obligada labor de tratar de obtener todos los medios posibles para mejorar las instalaciones, los servicios y los recursos, tanto humanos como materiales, del centro bajo su dirección. Persona de profundas convicciones religiosas, fue miembro de Cursillos de Cristiandad y un parroquiano muy activo y comprometido de San Nicolás. Con Antonio Pajares se ha ido, ya nonagenario, un Maestro con mayúsculas de la vieja escuela.

JULIÁN SEVILLA VALLEJO. Burgalés de nacimiento, pero guadalajareño de adopción, pues aquí residió la mayor parte de su vida y aquí desarrolló tres cuartas partes de su trayectoria profesional, entre la que destaca su paso por el Cabildo Insular de La Gomera, como Secretario General del mismo, adonde llegó mediados los años 50. Tras otros destinos, una década después, obtuvo la plaza de la Secretaría General del Ayuntamiento de Guadalajara; en el consistorio capitalino ejerció hasta que en 1975 tomó posesión del mismo puesto en la Diputación Provincial, donde prestó servicios hasta su jubilación, en 1994. Aunque algunas “leyendas urbanas” le achacan responsabilidades en el desarrollo urbanístico especulativo del denominado “Plan Sur” de la ciudad, lo que sí puede documentarse es que su concurso fue decisivo para que Guadalajara tenga muy bien resuelto, en cantidad y calidad, el problema del abastecimiento de agua a través de la Mancomunidad de Aguas del Sorbe. En la Diputación Provincial contribuyó desde sus responsabilidades técnicas a la transición de ésta al nuevo régimen democrático, así como al incremento de su actividad y plantilla. Fue una persona respetada y apreciada por la mayor parte de los funcionarios, especialmente los que trabajamos más cerca de él.

CARLOS IGNACIO TORRES MARTÍNEZ. Madrileño de nacimiento, pero otro guadalajareño de adopción y vocación. Vino a la capital destinado como alto ejecutivo de Unión Fenosa y fue un destacado militante, primero de AP y después del PP. Su más visible responsabilidad política fue la de ser candidato a alcalde y portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Guadalajara en el mandato 1983-1987, tras haber sido ya portavoz de Coalición Democrática en el anterior. Su extraordinaria oratoria y su capacidad y habilidad dialécticas, complementadas por su inteligencia y vasta cultura, le hicieron destacar sobremanera en aquellas primeras corporaciones municipales de la transición, presididas por el socialista Javier Irízar, con quien, pese a la rivalidad política, trazó una buena amistad, hecho muy indicativo de su talante abierto e ideal liberal. Junto con José Jodar, Gabriel Leblic y Carlos García Cuesta, aunque con ninguno de ellos coincidió en militancia, fue un referente del liberalismo moderado en Guadalajara, a pesar de pertenecer a un partido como AP que, en ese momento, era netamente conservador. Confieso públicamente que oyendo intervenir en los plenos municipales a Carlos Torres y hablando en privado con él, me acerqué al liberalismo político y valoré intentar ser algún día concejal del Ayuntamiento.

MARIANO VICENTE RECUERO. Natural de Ruguilla y fallecido ya nonagenario, fue un destacado funcionario de carrera de la Diputación Provincial de Guadalajara, en la que se inició como auxiliar administrativo tras haber estado acogido en el Colegio Provincial San José -hasta 1955 llamado “Casa de Expósitos y de la Misericordia”- y llegó a ser uno de sus técnicos más cualificados, una vez aprobada la carrera de Derecho cuando ya era un hombre maduro y padre de familia. Trabajador, competente, inteligente, brillante y recto son algunos de los adjetivos que, con absoluta justicia, se le pueden atribuir. Tuvo la responsabilidad principal de poner en marcha todo el armazón jurídico y documental de los planes provinciales de obras y servicios de la Diputación Provincial, a principios de los años ochenta del siglo pasado, justamente cuando éstos alcanzaron sus mayores niveles de actividad y presupuestos. Fue un buen jefe, un gran compañero y un excelente maestro; doy fe de ello pues tuve el honor y el placer de trabajar durante un tiempo con él y forjar una buena amistad, pese a nuestra diferencia de edad.

               Que la tierra les sea leve a todos ellos. Gracias por haber vivido. Descansen en paz.

Lavanda alcarreña de Loewe

Aunque ya se van agostando y la cosecha va muy avanzada, los espectaculares campos de lavanda de Brihuega siguen atrayendo turistas y dinamizando económicamente una zona que, como la mayor parte de las de la Guadalajara rural, languidecía con los cultivos tradicionales y llevaba décadas despoblándose y vaciándose. El segundo domingo de agosto, que se avino con un sol de justicia y de “polvo, sudor y hierro”, como con los que cabalgaba el Cid en el poema “Castilla”, de Manuel Machado, el ocaso en los campos de lavanda convocó a cerca de un centenar de personas, que se dice pronto. Durante el día, el goteo de visitantes también fue constante, a pesar de que el mejor momento de estos campos ya ha pasado, gran parte de ellos están cosechados y el fuerte calor no invitaba, precisamente, a echarse a los llanos alcarreños con el sol en todo lo alto.

En lo que antaño fueran estepas cerealistas, salpicadas de bosquetes de chaparros, desde hace menos de cuatro décadas se cultiva la lavanda, aunque en realidad la mayor parte de estos campos son de lavandín, un híbrido entre el espliego y la lavanda. Fue un maestro briocense, Álvaro Mayoral, quien hace cuatro décadas se trajo unos esquejes de lavandín de la Provenza francesa -la zona europea más conocida en la que se cultiva la lavanda y que aglutina gran parte de la producción mundial junto con China, Bulgaria y ahora también España, fundamentalmente Brihuega– que supusieron el inicio de estos coloristas y fragantes campos en nuestra provincia. Pese a que puede haber hasta quien piense que el objeto de su plantación fue y es promover el turismo en la época de su floración, que tiene lugar en la primera mitad del verano, estos campos aportan en realidad casi el 10 por ciento de la producción mundial de lavandín y lavanda, un producto básico en la alta y media perfumería. De hecho, quien más ha impulsado la explotación agraria de estos campos, al tiempo que su aprovechamiento turístico, es Emilio Valeros, uno de los más grandes perfumistas españoles de todos los tiempos, ya septuagenario, y que fue director técnico de la prestigiosa firma Loewe durante más de 30 años, tras haber trabajado para algunas de las empresas francesas de cosméticos de referencia. A su buen olfato, su extraordinario criterio profesional y acreditado buen gusto se deben cerca de un centenar de perfumes, algunos tan reputados como los de las marcas “Solo Ella”, “Loewe Solo” o “Loewe Agua”. Valeros es un destacado miembro de la Academia Española del Perfume en la que, como no podía ser de otra manera, ocupa el sillón “Lavanda”. Él es el gran impulsor del Festival de la Lavanda que, cada año, excepto éste por causa del coronavirus, se celebra en el mes de julio en Brihuega y que progresivamente atrae a más visitantes y tiene más peso en la economía local, sobremanera en el sector servicios. El gran interés y atención que las RRSS y los medios de comunicación nacionales e, incluso, internacionales, vienen prestando en los últimos años a los campos de lavanda briocenses –se suelen referir a ellos como la “Provenza española”- y a su Festival de la Lavanda, están contribuyendo decisivamente a su conocimiento y difusión, una publicidad y una promoción gratis, impagable y, por lo que parece, también imparable.

Son ya más de mil hectáreas de estas aromáticas las que se siembran anualmente solo en la zona de Brihuega, la mayor parte de ellas propiedad de la familia Corral, si bien también hay algunos campos de mucha menor extensión de este cultivo en otros municipios alcarreños, como por ejemplo Almadrones o Escamilla. Es muy significativo el hecho de que, anualmente, los campos de lavanda vayan creciendo en torno a un diez por ciento en extensión en la zona de Brihuega. Sin duda, el lavandín y la lavanda han llegado para quedarse en la Alcarria, al menos mientras su producción sea totalmente absorbida por el mercado, como lo es hasta ahora, y su rentabilidad supere claramente a la de los cultivos tradicionales de la zona, fundamentalmente el cereal. El clima, el suelo y la altura de la Alcarria son idóneos para que los campos de lavanda se desarrollen de la feliz manera en que lo vienen haciendo; las abejas no se equivocan, además de muy trabajadoras, son muy listas, y desde la noche de los tiempos han elegido estas tierras para hacer la mejor miel por la riqueza, variedad y calidad de sus plantas aromáticas. La nariz de los buenos perfumeros debe ser tan fina y capaz de captar matices como la de las abejas. Puede que algún día, que seguramente no conoceremos porque el proverbial “chauvinismo” galo pondrá pie en pared para evitarlo, a la Provenza alguien la llame la “Alcarria francesa”.

En todo caso, es evidente y progresivo el aprovechamiento turístico de los campos de lavanda briocenses; el problema de este nuevo y potente recurso es su estacionalidad extrema, pues la duración del momento álgido de su floración no supera los dos meses. Crear productos y servicios en torno a la lavanda que rompan esa estacionalidad -un museo del perfume, un centro de interpretación virtual de los campos de lavanda, un aula de iniciación a la perfumería… se me ocurren como ideas en tormenta- es una clara oportunidad de futuro que pueden y deben aprovechar Brihuega, en particular, y la Alcarria en general.

Si una jarcha ya comparaba, en el aún balbuciente castellano de finales del XI y principios del XII, la alegría de una mujer por el regreso de su amado con un amanecer en la ciudad de Guadalajara, pocas puestas de sol hay en España parangonables en belleza con las de los campos de lavanda de Brihuega en la primera mitad del verano. No dejen de visitar Brihuega, en este tiempo y en cualquier otro. La lavanda es una de las muchas motivaciones que hay para hacerlo.

Suite Comillas

               Pese a la preocupación por los numerosos y progresivos rebrotes de contagios del/la Covid-19 –como no se terminan de poner de acuerdo en si es chico o chica el dichoso virus, pues yo me refugio en la ambivalencia- ya tengo las maletas hechas para irme a Comillas, el refugio cántabro que hace años adopté como propio de forma convencida y entusiasta. Quienes sigan este hilo de manera más o menos fiel –la fidelidad en estos tiempos de valores en saldo se puede dar por buena, incluso si se manifiesta intermitentemente-, a buen seguro que ya se esperaban este post sobre Comillas de finales de julio que es cuando suelo subir allí con la familia, pues me gusta vivir la vacación subido a horcajadas entre los finales de este mes y los principios de agosto.

               Comillas es un lugar privilegiado en el que la montaña y el mar forman pareja estable de verdad, sin altibajos en la relación y manteniendo debidamente encendida la llama de la pasión entre ellos para que la monotonía no apague su amor. Ese matrimonio entre la verticalidad de la montaña y la horizontalidad del mar se repite de manera recurrente por toda la costa cantábrica española. Son los detalles, a veces pequeños y otras no tantos, los que diferencian un lugar de otro, a pesar de que casi todos ellos son realmente bellos por ese constante y fiel romance entre el verde intenso y recostado de los prados y el azul infinito del mar. Comillas tiene a su favor que, además de ofrecer mar y montaña en las dosis más altas que la vista y, sobre todo, el alma precisen, reúne un catálogo monumental único y excelente por la extraordinaria huella que dejó allí el mejor modernismo catalán, Gaudí incluido, gracias a Antonio López y López, un humilde comillano que se fue a Cuba a hacer las américas y regresó siendo un indiano multimillonario. Llegó a codearse literalmente con los reyes de España, hasta el punto de que tanto Alfonso XII como Alfonso XIII veranearon allí gracias a sus buenos oficios, pagados por la corona con un marquesado, precisamente el de Comillas, como no debía ser de otra manera. El marquesado de Comillas está emparentado con la baronía de Güell –sí, la del parque barcelonés obra de Gaudí- y la estupidez revisionista, trufada por las miopías nacionalista y populista, ha propiciado que la alcaldesa Colau retirara de su emplazamiento público y llevara a un almacén la estatua que de López y López había en Barcelona, al ser acusado de esclavista, una leyenda negra de la que el gran culpable fue su envidioso cuñado. Si Jacinto Verdaguer, los arquitectos y escultores modernistas y otros creadores catalanes a los que tanto apoyó el Marqués de Comillas levantaran la cabeza, es más que probable que se volvieran a sus tumbas y se pusieran en ellas boca abajo. No solo quedó indeleble huella del mecenazgo artístico del marqués en Barcelona y en Comillas, sino también de su sensibilidad y altruismo social pues nunca olvidó sus humildes orígenes.

               Si al espectacular macropaisaje cántabro de costa se le une la maravilla del rastro modernista dejado en Comillas por Gaudí, Doménech i Montaner, Martorell o Llimona, entre otros, y a ello le adicionamos el hecho de que esta villa está magníficamente situada: a apenas 50 kilómetros de Santander, a 20 de Santillana del Mar, a otros tantos de Suances, a una docena de San Vicente de la Barquera y a poco más de Cabezón de la Sal, es fácil deducir que esos detalles, pequeños y no tanto como decía, son valiosos aliados suyos para convertirla en un lugar de referencia que a muchos, entre los que me incluyo, nos ha cautivado y ganado. Comllas tiene un censo de población de derecho similar al de Brihuega, si bien en verano se multiplica por bastante pues es un lugar tradicional de segunda residencia. Mucho tienen que cambiar las cosas para que deje de ser también la mía; es más, si el tiempo y las circunstancias me lo permiten, proclamo públicamente que es mi intención residir de mayo a septiembre en Comillas que, ahora pertenece a Cantabria, pero que siempre fue y por tanto nunca dejará de ser, Castilla, parte del verdadero mar y la verdadera montaña castellana.

               El próximo otoño, virus mediante, tengo intención de presentar mi primer poemario, escrito en versos que van más allá de ser libres y que se acercan a lo libérrimo. Más que poesía es “proesía”, prosa con forma, tono y ritmo poético, poesía en ciernes y a mi aire, pero la quiero sacar del cajón en que la guardo y compartirla con los lectores que se quieran acercar a ella. Se titulará “Suite Comillas” y les adelanto su portada. Como siempre que puedo y él quiere, que también es siempre, las imágenes que acompañarán mis composiciones las va a aportar Nacho Abascal que es aún mejor persona que fotógrafo y ese es el mejor y más justo piropo que le puedo echar. Les adelanto unos versos del poema dedicado al Capricho, el palacete que Gaudí proyectó en Comillas, y que, como ven en la imagen, servirá de espectacular y colorista portada del libro.

Quijano/Alonso/Quijote por fantasía y delirio.

Quijano/Máximo Díaz de/Gaudí en Comillas.

A Capricho.

Si Alonso navegó por mares de secano,

polvo manchego levantado a uña de Rocinante,

Máximo atracó el “llaut” del modernismo

en un pequeño y viejo puerto ballenero montañés.

Mar de lana y requesón/

Mar de espuma y relanzón.

Capricho ecléctico.

Oriental/Medieval.

Capricho espurio.

Mediterráneo/Cantábrico.

Capricho armónico y colorista (…)

(Primeros versos de “Sueño en color” –El Capricho-)

P.D.- “Llaut” es una embarcación típica catalana.

Los idus de marzo en “time lapse”

               Marzo era el primer mes del año en el calendario romano, la mensualidad del dios Marte, y el día 15 tenían lugar los llamados idus que, aunque los más nombrados son los de este mes, los había también los días 15 de los de mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. Al parecer, idus es una palabra importada del etrusco por el latín que hace referencia a la noche clara, iluminada y brillante por la luz de la luna. A pesar de que en las últimas horas de los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, Bruto asesinó a su padre, Julio César, con sus compinches y a partir de entonces se han tenido por una fecha de pésimos augurios, en la tradición romana los idus eran, precisamente, todo lo contrario: un día especialmente propicio para la buena ventura y en el que se fijaban muchas expectativas favorables. Si nos retrotraemos a los idus de marzo de 2020, es evidente que están más cerca de la negrura que para César y Roma trajeron aquellos en que fue víctima de un complot magnicida, que de los que la tradición romana decía que eran muy propicios; recuerden que a las 0 horas del pasado 15 de marzo, o sea, el día “d” y la hora “h” en que daban comienzo los idus de este mes, se inició la primera quincena de confinamiento que conllevó el primer decreto de declaración del estado de alarma por causa del/la Covid-19,  aprobado por el gobierno de España, y que terminó prolongándose por espacio de 99 días. Lo decimos en pasado y como si hubiera ocurrido hace más tiempo del que verdaderamente ha transcurrido, pero esa prisión domiciliaria está más cerca de lo que parece y sus negativas consecuencias de todo orden, sanitarias, sociales, políticas, económicas, psicológicas -¡ojo a éstas!-, etc. están ahí y tardarán aún tiempo en diluirse. Y esto no es pasado pasado, sino pasado presente, pues la actual proliferación de rebrotes de contagios en varias zonas de España es harto preocupante y la perspectiva de que en otoño se reactiven y generalicen de forma exponencial está ahí, a pesar de la irresponsabilidad de muchos que se toman esto a chufla, como la gente se tomaba al Piyayo, el “viejecillo renegro, reseco y chicuelo” del poema de José Carlos de Luna.

               Como hemos dicho, aquellos idus que nos encerraron en nuestras casas para tratar de que el coronavirus no se colara en ellas, no solo nos trajeron limitación de movimientos e incomodidades, sino también angustia y miedo pues nuestro único contacto con la calle era a través de la televisión, la radio, el teléfono y las redes sociales y estos medios no nos daban más que noticias acongojantes y, en algunos casos, también acojonantes, permítaseme la expresión. Estábamos tan descolocados que hasta nos dio por salir a los balcones a aplaudir, supuestamente a los sanitarios, cuando en realidad eran las palmas del miedo, las que en un coso taurino se dedican al torero que, gravemente herido por el toro, es conducido a toda prisa a la enfermería. Los sanitarios, evidentemente, se merecían aquellos aplausos y muchos más, pero sobre todo se merecían medios personales de protección, que no tuvieron en gran medida y de ahí el escandaloso número de profesionales españoles infectados e, incluso, muertos en la pandemia; también precisaban, en vez de ovaciones, más y mejores recursos hospitalarios para poder atender con eficacia aquel tsunami que se les vino encima. Dijo Churchill cuando acabó la Batalla de Inglaterra en la II Guerra Mundial que «nunca tan pocos hicieron tanto por tantos», refiriéndose a los pilotos de la RAF; esa frase es perfectamente trasladable a lo que han hecho los sanitarios por nosotros. Y lo que siguen haciendo, porque la lucha contra el virus no ha terminado aún, sino que estamos en período de tregua en el que se están produciendo menos heridos y bajas que en los momentos de mayor crudeza, pero esto aún no ha acabado, aunque algunos actúen como si lo hubiera hecho. Allá ellos si solo ellos fueran a pagar las consecuencias; el problema es que la irresponsabilidad de algunos puede afectar a muchos. Nunca tan pocos pusieron en peligro a tantos.

               Y mientras llegan la vacuna y los tratamientos que puedan dar de verdad por terminada la batalla contra el coronavirus, la vida se nos ha complicado sobremanera. Eufemísticamente, lo llaman “nueva normalidad” pero en realidad podrían decir que a la fuerza ahorcan; nada que sea impuesto puede ser asumido como algo normal, aunque haya que aceptarlo como mal menor. Entre esa anormalidad impuesta disfrazada de “nueva normalidad”, hay muchas cosas molestas y otras limitativas de males mayores: mascarillas, distanciamiento -físico, que nunca social, pues ese tipo de alejamiento tiene unas connotaciones de marginación e incluso exclusión-, limitaciones de movilidad, reducción o cierre de servicios, etc. etc. Como hoy me está saliendo una entrada gris oscura para el ánimo, pese a que no era esa mi intención inicial, voy a tratar de compensar a los lectores que hayan aguantado leyendo hasta aquí con una recomendación que, espero, mute y mude el gesto de contrariedad por uno de optimismo. Sean lo más responsables y solidarios posibles -recuerden que esta batalla no es individual, sino colectiva-, pero déjense del “síndrome de la cabaña” y salgan de casa y viajen todo lo que puedan. España es el segundo destino del turismo mundial y eso indica que fuera nos perciben como un país con una gran industria hotelera, de restauración y de servicios, pero sobre todo como un lugar en el que es extraordinaria la variedad y riqueza de los recursos y el atractivo y la competitividad de los productos turísticos. Este verano, opten por viajar por España, especialmente por la más recóndita, por la menos saturada, por la alternativa a los lugares masificados. La elección del turismo de interior, lejos de descartarla, priorícenla. Tiempo tendrán de volver a tostarse al sol en la costa, vuelta y vuelta como se asan los espetos en las playas malagueñas. Y tengan en cuenta que no es tampoco necesario viajar muy lejos; en nuestra misma provincia, hay lugares bellísimos que a buen seguro no conocen, o pueden conocer más y mejor, y ya vamos teniendo una oferta de hoteles, hostales, casas rurales, restaurantes, servicios y turismo activo bastante estimable. Aunque podría ponerles no pocos ejemplos, les voy a remitir a un par de sugerentes enlaces en los que podrán ver dos preciosos vídeos en “time lapse” -técnica fotográfica de cámara rápida-, realizados por Miguel Ángel Langa, uno de los principales impulsores del Festival Internacional de Time Lapse, de Molina de Aragón -el único que tiene lugar en el mundo-, que este año debería haber celebrado en agosto su octava edición, pero que ha tenido que ser suspendida. Otra buena actividad que el coronavirus se llevó. En el primer enlace https://vimeo.com/104876235 podrán ver el vídeo en time lapse titulado “Un año en el Barranco de la Hoz”, verdaderamente espectacular, y en el segundo  https://www.youtube.com/watch?v=3B8CcxlMVQA verán “El Castillo 2.0”, dedicado al castillo molinés, uno de los recintos fortificados medievales más amplios e importante de España. Precisamente, a raíz de este time lapse de Langa, nació el festival molinés al que hemos hecho referencia. Espero que estas hermosas e impactantes imágenes en movimiento les sirvan de motivación al viaje. Recuerden que viajar es una forma de soñar despiertos, la disyuntiva a las pesadillas.

Sin fiestas y con mascarilla

               El verano, sobre todo el período que va entre “las dos vírgenes” -la del Carmen, en julio, y la de la Asunción, en agosto-, suele traer a los pueblos de la provincia una imagen temporal y atípica respecto a su cotidiano ser y vivir, con fecha de caducidad como los yogures, que es la del regreso de sus hijos, nietos y bisnietos que tienen casa en ellos, pero residen en zonas urbanas. De este fenómeno sociológico periódico hemos hablado en este blog prácticamente cada estío porque, sin duda, es el hecho que más altera y condiciona la vida provincial por las consecuencias que conlleva, positivas casi todas ellas. Aunque a veces hay cierta carga de negatividad en el impacto que supone que unos seres eminentemente urbanos trasladen parte de sus hábitos urbanitas a zonas rurales, este hecho también conlleva que se produzca el reencuentro entre los pueblos y quienes se vieron obligados a emigrar de ellos y sus descendientes. Y los reencuentros siempre son eminentemente positivos, tanto entre personas, como entre el paisaje y sus figuras, pues minoran el desarraigo y restablecen equilibrios. Eso, desde un punto de vista emocional; desde un punto de vista racional, los regresos de la gente a sus pueblos, o a los de sus padres o abuelos, implican dinamizar la actividad social y económica, darles algo de oxígeno en verano, especialmente a las actividades del sector servicios, para cuando llegue la larga hipoxia del otoño avanzado y todo el invierno.

Encierro de toros de Brihuega entrando en la plaza del Coso, 1928. Este año ya se ha anunciado su suspensión. Foto Archivo Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

               Este verano, que ya está ahí, pese a que el sol lleve mascarilla, va a ser especialmente atípico, como lo ha sido la primavera que nos ha robado el coronavirus. “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, se pregunta ese pedazo de poeta que además canta regular, llamado Joaquín Sabina. La realidad, a veces, como en esta, va mucho más allá de la ficción y hasta de las metáforas de quienes mejor cantan a la vida; este dichoso Covid 19 -o esta, porque uno ya no sabe si es chico o chica, aunque igual da porque estamos en tiempos arcoíris- ha ido más allá de lo que se preguntaba Sabina y nos ha traído una meta-metáfora: ¿quién nos ha robado la primavera del 2020 y se propone restarnos también parte del tiempo presente y aún del futuro inmediato? La respuesta no está en el viento, como dice la también hermosa canción de Bob Dylan; bien sabemos cuál es, aunque no sepamos su género y si está a gusto con su identidad.

               El verano de 2020 con mascarilla va a robarnos en la provincia poder respirar plenamente el aire sin contaminar de nuestros pueblos, un aire que, como el de Campisábalos, aunque me consta que también el de muchos otros lugares, está científicamente considerado como el más limpio y puro de España y el tercero del mundo. Da gusto encabezar este tipo de rankings y no el de despoblación -vaciamiento les ha dado por llamarlo ahora en esta etapa del nominalismo extremo- pues, como saben, algunas zonas de Guadalajara, especialmente las Serranías del Norte y el Señorío de Molina, presentan datos en ese ámbito similares a los de la lejana, fría, escandinava y ártica Laponia. Resulta curioso que las tierras que recorrió el Cid camino de su exilio a Valencia estén tan cerca de aquellas en las que vive Papá Noël; lo mismo hasta Babieca ha compartido pastos con Trueno, Relámpago, Bromista o cualquier otro de los renos del “viejito pascuero”, como llaman los argentinos a “Papá Navidad”.

               El verano con mascarilla de 2020 -si nos la ponemos tapándonos mentón, boca y nariz, como Dios y las autoridades sanitarias mandan- también nos va a robar parte de los olores de la tierra, especialmente los de ésta que es una de las que mejor huelen del mundo; la calidad de su miel y el buen gusto y mejor olfato de las abejas, avalan esta grandilocuente, pero certera, afirmación que en un viaje por la Alcarria me hizo una vieja y querida amiga que ya murió, la gran -en todos los sentidos- periodista de ABC, Isabel Montejano.

               Y este verano con el sol con gafas y mascarilla, también nos robará la mayor parte de las fiestas populares que, como un cohete revienta en la altura, estallan, sobre todo en agosto y en la primera quincena de septiembre, por todos los rincones de la provincia y ponen bullicio, jarana y alegría donde habitualmente solo hay silencio y soledad. Guadalajara tiene muchas carencias, sin duda, al tiempo que puede que le sobre algo -por ejemplo, resignación y acomodo-, pero es una tierra festera como pocas; es probable que esa alma festiva estival sea la reacción, el otro yo, el yang, al cuerpo doliente que presenta gran parte del resto del año. Sin duda, la fiesta es más ruidosa donde más se escucha el silencio.

               En vez del pañuelo de peñista atado al cuello, este verano vamos a llevar las gomas de las mascarillas asidas a las orejas, como si fueran orejeras de burro; en vez de encierros de toros, vamos a tener tiempo para aburrirnos y hasta observar a las afanosas hormigas acarreando alimento a sus nidos para sobrevivir en invierno, mientras no solo las cigarras están a la molicie; en vez de verbenas hasta la madrugada, vamos a poder ver, con más tiempo y silencio que nunca, cómo las perseidas se nos antojan lágrimas celestes de y por San Lorenzo, allá en torno al 10 de agosto.

Cantaba Paloma San Basilio, con su gran e infinita voz, que “la fiesta terminó”; este año, ha terminado antes si quiera de empezar. Asumamos el espíritu positivo de la fiesta de las fiestas españolas que es la pamplonica de San Fermín -también suspendida este año- y pensemos que ya nos queda un día menos para celebrar nuestras fiestas… del año que viene.  Coronavirus mediante.

Ir a la barra de herramientas