Crónica de las no-ferias

               Como es sabido, este año no ha podido haber ni “pregón” de ferias ni “pobre de mí”, los dos actos con los que suelen principiar y concluir las fiestas de la capital. La pandemia de Covid-19 que, lejos de cesar, ya se aviene como una (segunda) ola -como el título de la conocida canción de Rocío Jurado-, no solo se ha llevado muchas vidas y traído sufrimiento, dolor, anormalidades e inconvenientes de toda clase, además de graves consecuencias sociales y económicas, también ha dejado las fiestas para mejor ocasión con el fin de evitar que se convirtieran en un “infectódromo”. Desde 1938, el penúltimo año de la Guerra Civil, la ciudad de Guadalajara no había dejado de celebrar sus tradicionales ferias y fiestas que, en aquel entonces, aún tenían lugar a mediados de octubre. Veinte años antes, en 1918, las ferias capitalinas también fueron suspendidas con el fin de evitar que se propagara la grave epidemia de “grippe”, que después se bautizó como “española”, que también se llevó no pocas vidas y trajo mucho sufrimiento en aquel año y el siguiente, si bien en este segundo ya cursó de forma bastante menos mortífera.

               Evidentemente, no solo la ciudad de Guadalajara se ha quedado compuesta y sin ferias, prácticamente toda España ha renunciado a sus fiestas este año o, como mucho, ha reducido a la mínima expresión sus programas, como las circunstancias y el sentido común aconsejaban. Pese a ello, no han sido pocos los lugares en los que, grupos de irresponsables liderados por descerebrados, han intentado e, incluso, conseguido, celebrar algún acto festivo con importante concentración de personas -es una forma de llamarlas-, en lo que, con retintín de listillos memos, han bautizado como “no fiestas”. No me consta que en Guadalajara se haya dado este caso, al menos de manera notoria, escandalosa y peligrosa, de lo cual me alegro sobremanera porque bastante está corriendo ya el “bicho” sin jolgorios festivos grupales, como para invitarle a que aún acelere más gracias a ellos.

               Cuando el ministro de la Gobernación suspendió las ferias de Guadalajara de 1918, la decisión estuvo rodeada de bastante polémica porque no se tomó en la propia ciudad, sino que se impuso desde Madrid. Es más, el entonces gobernador civil de la provincia, el liberal Diego Trevilla, convocó una reunión a la que asistieron médicos, autoridades provinciales y municipales, comerciantes y representantes de otros sectores sociales y económicos para pulsar su opinión respecto a la conveniencia, o no, de celebrar las ferias en función de la situación de la epidemia de gripe que se vivía en aquel momento; la mayoría se pronunció por mantener su celebración. A pesar de este dictamen que partió de la propia ciudad y de que sí se autorizaron las ferias de San Saturio, en Soria, e incluso algunas en la propia provincia, el ministro optó por suspender las arriacenses, lo que derivó en duras críticas a la actuación gubernamental de los “feriófilos” y encendidos elogios de los “feriófobos”; estos fueron los dos curiosos términos con los que “Flores y Abejas” bautizó y agrupó a los partidarios y a los detractores de la celebración festiva. Como es fácilmente deducible, los principales argumentos de los primeros para defender el mantenimiento de las ferias fueron que aquella epidemia no era para tanto, que se estaban celebrando o se iban a celebrar fiestas en otros lugares y que la ciudad iba a dejar de ingresar de los forasteros de 10.000 a 12.000 duros -entre 50.000 y 60.000 pesetas, o sea, 360 euros al cambio actual-, hecho muy perjudicial para el comercio y la industria local. Los contrarios a la celebración ferial se apoyaban, fundamentalmente, en el caldo de cultivo idóneo para la propagación de aquella mortal gripe que, a su juicio, supondría mantener las fiestas. Como recordatorio de la letalidad de esa pandemia de finales de la segunda década del siglo XX, decir que en el mundo murieron más de 30 millones de personas por ella, mientras que en España bailan las cifras según las fuentes consultadas; los fallecidos en nuestro país por aquella epidemia oscilan entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico- y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población española de ese momento. En la provincia de Guadalajara, la incidencia de la mal llamada “gripe española” -su probable origen estuvo en un campamento militar en Estados Unidos y llegó a Europa vía Francia, a través de tropas desplazadas a la I Guerra Mundial- fue moderada respecto al ámbito nacional, si bien hubo pueblos, como Aldeanueva de Guadalajara, en los que llegó a morir casi el 50 por ciento de su población.

               Concluidas las no-ferias de 2020, no nos queda más consuelo que pensar que ya queda menos para las de 2021, confiando en que dentro de doce meses la pandemia sí esté vencida de verdad y no como ocurrió a finales de junio, cuando cesó el confinamiento y algunos irresponsables con responsabilidades quisieron cantar victoria y echar a la gente a la calle, tratándose solo de una tregua temporal y después de mucho sacrificio. La concejala de festejos del ayuntamiento de Guadalajara, Sara Simón, ha asegurado públicamente, con un optimismo que el tiempo dirá si era exacerbado o  no, que las del año que viene “van a ser las mejores ferias de la historia”; espero que lleve razón y que sus socios de gobierno, Ciudadanos, le dejen gastarse el dinero necesario para elaborar un buen programa festivo pues, sabido es, que este grupo es partidario de la reducción de gastos en esta materia; sin ir más lejos, este mismo año -eso sí, cuando ya se sabía que era probable que no se celebraran- condicionaron a reducir el presupuesto para ferias en un 14 por ciento y se jactaron de ello. En el último mandato de Román, Cs también insistió de forma recurrente en la necesidad de bajar la dotación presupuestaria de ferias y fiestas con una especie de mantra, reiterado un pleno tras otro por su entonces portavoz, Alejandro Ruiz, con estas palabras: “hay que invertir menos en fiestas y más en empleo”. Es de suponer que, por coherencia, y dado el dramático incremento del paro en que está derivando la crisis socio-económica del coronavirus, Ciudadanos insista y profundice aún más en esa posición política. Pero no solo con dinero se organizan unas buenas ferias, aunque sin él, es muy difícil hacerlo; hay que echarle muchas horas de trabajo en equipo, acertar en las contrataciones de espectáculos, innovar, pero con criterio, mejorar lo que funciona y no suprimirlo o cambiarlo por cambiar, programar para todos los públicos, no solo actos en cantidad sino sobre todo en calidad, ponderar las demandas e intereses de todos los sectores de población, no fastidiar a unos para contentar a otros, cuidar al detalle la celebración y la seguridad de los actos programados… Y no olvidarse de que el mal tiempo arruina un buen programa y a un mal programa puede hacerlo parecer mejor un buen tiempo.

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