40 años

               Hay fechas muy especialmente señaladas en la vida de las personas: la de su propio nacimiento, las de su bautizo y primera comunión si se es cristiano, las de su licenciatura o graduación en la universidad, si se ha dado el caso, la de su matrimonio si se ha pasado por el altar, el juzgado o el ayuntamiento para dar carta de naturaleza jurídica eclesiástica o civil a las relaciones de pareja, las de los nacimientos de los hijos, si es que han venido al mundo porque cada vez se les olvida nacer a más niños, las de las muertes de los seres queridos, etc. etc. He dejado intencionadamente excluida de esta lista abierta una fecha particularmente señalada en la vida personal, la del primer día de inicio en el mundo laboral, y lo he hecho adrede porque, precisamente, el pasado día 2 de febrero hizo 40 años que comencé yo mi andadura profesional en la Diputación Provincial de Guadalajara. Al hilo de esta efeméride, más que de mi vida personal, que poco importa a la mayoría, voy a reflexionar sobre la evolución en estas cuatro décadas de la institución provincial, deteniéndome especialmente en cómo fue aquella primera corporación para la que comencé a trabajar, al tiempo que obligadamente me referiré a la maximalista evolución demográfica de la propia provincia.

               La Diputación a la que yo entré a trabajar en el invierno de 1981, con diecinueve años recién cumplidos, vivía entonces su primer mandato democrático, tras casi 40 años de franquismo en que los diputados provinciales eran elegidos por una pseudodemocracia orgánica, y los presidentes nombrados por los gobernadores civiles, quienes inspeccionaban y controlaban férreamente a las corporaciones provinciales, perdiendo éstas prácticamente su autonomía institucional. La primera corporación provincial democrática tras el franquismo (mandato 1979-1983) la conformaban 25 diputados provinciales, todos ellos de la UCD, pese a que ésta no pudo concurrir a las elecciones a la alcaldía de la capital por presentar su lista electoral tres minutos más tarde de la hora fijada como final del plazo. Aquél sorprendente hecho, en el que tuvo que ver mucho -más bien, todo- que el gobernador de turno –Fernando Domínguez– quisiera controlar la lista que la UCD pretendía presentar en un tic aún franquista, se tradujo en que el partido de Adolfo Suárez, que arrasaba en la capital y en la provincia en las primeras convocatorias electorales generales y municipales, no pudiera hacerse con la alcaldía capitalina y ésta fuera a parar a manos del PSOE porque los centristas pidieron la abstención a sus votantes. Con esta estrategia tendieron una alfombra a Javier Irízar para que, con el apoyo del PCE, pudiera hacerse con el sillón de primer munícipe en la casa consistorial, que ya no desocupó en 12 años. Así las cosas, ni Luis Suárez de Puga pudo ser el alcalde de Guadalajara, como con toda probabilidad hubiera ocurrido de no mediar el fiasco de los tres minutos pues él era el candidato de la UCD, ni Agustín de Grandes el presidente de la Diputación, que a su vez era el postulado por los centristas para ocupar este cargo. Finalmente, la presidencia de la corporación provincial recayó en Antonio López Fernández, un ingeniero asturiano de VICASA, concejal de Azuqueca de Henares por UCD, al que el “cainismo” político de la multitud, más que mayoría, de los 25 diputados provinciales suaristas, obligó a dimitir en 1982 para dar paso a la presidencia de Emilio Clemente. Éste, un entonces joven aparejador molinés, fue llevado al poder por la mayoría de sus compañeros de corporación, que se rebelaron contra los designios del partido, forzando primero la caída de López y negándose después a apoyar al candidato oficial a relevarle, que era Enrique Canales, alcalde de Almoguera, quien hubo de conformarse con la vicepresidencia.

Fachada principal del palacio de la Diputación según el proyecto original de sus arquitectos, Marañón y Aspiunza, realizado en 1879.

               Así de convulsas estaban las cosas cuando yo entré a trabajar en la Diputación porque la democracia recién estrenada aún andaba a gatas a no pocos niveles y, sobre todo, porque no hay peor cuña que la de la misma madera, y los 25 diputados del mismo partido que conformaban la corporación provincial, lejos de formar un sólido equipo de gobierno, a veces daban la sensación de ser chiquillería mal avenida, jugando a un juego que les superaba. No obstante, aquella corporación fue decisiva para impulsar los planes provinciales de obras y servicios en la provincia, para aumentar la plantilla provincial y ajustarla a las nuevas necesidades y competencias que los vientos democráticos habían traído, máxime cuando aún las “nacionalidades y regiones” eran solo preautonomías, y para acercar la administración provincial a sus verdaderos administrados, que son los ayuntamientos, a través de la creación de los centros comarcales de asesoramiento. Antonio López Fernández era una gran persona, pero no fue un buen político, y vino a ocupar la presidencia de la Diputación de manera imprevista y a tiempo parcial. Emilio Clemente sí demostró ser bastante más político y tener más mano izquierda que su antecesor, aunque su presidencia siempre estuvo condicionada por la forma levantisca en que le auparon a ella sus compañeros y, especialmente, porque coincidiendo con su llegada al poder provincial, la UCD se estaba desintegrando a nivel nacional. Como es sabido, los restos del naufragio de aquel primer y gran proyecto de Suárez, que tanto hizo por el advenimiento de la democracia a España, se repartieron entre la entonces AP de Fraga -la principal beneficiada-, el democristiano PDP -que terminó, primero pactando con AP y después integrándose en el PP– y el CDS, la opción resiliente suarista para mantener un centro que duró “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”, como canta Joaquín Sabina en “19 días y 500 noches”.

               Se da la curiosa circunstancia de que, en 1981, cuando aún casi imberbe comencé mi andadura profesional en la Diputación, la provincia de Guadalajara marcó con 143.473 habitantes su mínimo de población de toda la serie histórica, mientras que, a 1 de enero de 2021, aunque con datos de la revisión oficial de julio de 2020, ha alcanzado 263.019 habitantes, su máximo poblacional también histórico. Pero bien sabido es que en estos cuarenta años la provincia se ha partido en dos realidades demográficas muy distintas: la del entorno de la capital y el Corredor del Henares, que aglutinan el 80 por ciento de la población provincial, y el resto del territorio, que solo suma el 20 por ciento y que presenta 170 ayuntamientos con menos de 100 habitantes. Las comarcas de las Serranías del Norte y el Señorío de Molina son las que han acusado esa sangría demográfica de forma más notoria. La comunidad autónoma en la que nos integraron a empujones, Castilla-La Mancha, y que es la que verdaderamente tiene competencias y recursos para hacer política territorial, pese a la dialéctica toledana pro-ruralista que nunca falta, ha sido incapaz de frenar ese proceso y dudo que tenga capacidad para revertirlo. Entre tanto, la Diputación Provincial ha ido perdiendo competencias, recursos económicos y plantilla, pero, pese a ello, cada vez se ha hecho más necesaria para aportar respiración asistida a los ayuntamientos más pequeños de la provincia, que no son mayoría, sino multitud. 

San Ildefonso “vuelve” a Taracena


       Nueva talla policromada de San Ildefonso presidiendo el altar de la iglesia de Taracena el día de su bendición. Foto Jesús Orea

               Tras ochenta y cinco años de ausencia de la representación iconográfica de San Ildefonso en la iglesia parroquial de Taracena, el pasado día 24 de enero, el párroco del pueblo y exdelegado diocesano de patrimonio, Luis Herranz Riofrío, bendijo una nueva talla policromada del gran santo toledano que vivió en el siglo VII, realizada en Horche por “Artemartínez” con la maestría, profesionalidad y calidad que este taller acredita desde hace ya muchos años en el campo de la imaginería religiosa. La anterior imagen que de San Ildefonso había en la iglesia de Taracena era un relieve en madera policromada, desaparecida en la Guerra Civil, que según estudios aproximativos del actual delegado de patrimonio de la diócesis, Miguel Ángel Ortega Canales, era probablemente manierista “por la composición iconográfica y los estofados que presentaba”, y podría datarse entre 1545-1570. Casualmente -más bien causalmente- en esos años hubo en Taracena un cura-párroco muy relevante por sus aportaciones en el campo de la música, Luis Vargas de Henestrosa, que previamente había formado parte de la cámara del gran cardenal Tavera, en la catedral de Toledo, templo y ciudad en las que hay una importante huella de San Ildefonso. Cabe deducir, por tanto, que bien podría haber sido Vargas de Henestrosa quien llevara a la iglesia de Taracena esa excepcional tabla del santo toledano que, como ya hemos dicho, fue destruida en la Guerra Civil, al tiempo que el magnífico retablo barroco del altar mayor. Tanto de la tabla como del retablo, solo queda constancia gráfica gracias a Tomás Camarillo que c. 1930 tomó fotografías de una y de otro, que forman parte de su archivo custodiado por el CEFIHGU de la Diputación de Guadalajara. Precisamente la imagen del retablo de Taracena es una de las 30 que conforman la exposición de antiguos retablos desaparecidos que el servicio de Cultura de la Diputación titula “Arte perdido en la provincia de Guadalajara”. Esta exposición, completada por otra de 20 piezas religiosas desaparecidas de imaginería renacentista y barroca, lleva ya varios años recorriendo la provincia y es una de las más demandadas por los municipios del total de 23 exposiciones distintas que ofrece el CEFIHGU, dados sus valores fotográfico, artístico, patrimonial y testimonial.


        San Ildefonso. Relieve en madera policromada (siglo XVI). Se conservaba en la Iglesia Parroquial de Taracena. Fue destruido durante la Guerra Civil. (Foto T. Camarillo, c. 1930; CEFIHGU, Diputación de Guadalajara).

               Retomamos el hilo con el que hemos iniciado esta entrada y contestamos a la pregunta ¿Qué devoción y patronazgo unían a San Ildefonso con Taracena? Las fiestas tradicionales de invierno de Taracena se concentraban en tres días: el 23 (San Ildefonso), el 24 (La Virgen de la Paz) y el 25 (día en que se celebraba “La Paz chiquita”, que era una forma de llamar a la prolongación de la fiesta del día anterior, al igual que a San Blas le sigue “San Blasillo” en muchos lugares). Aquellas fiestas invernales de Taracena eran las primeras del año que se celebraban en el entorno de la capital, tenían mucha capacidad de convocatoria y a ellas acudían numerosas personas procedentes de ella y de los pueblos próximos, según se documenta en varias informaciones de finales del XIX y principios del XX publicadas en nuestro recordadísimo y muy querido periódico “Flores y Abejas”. Los actos principales del programa festivo eran los religiosos en honor a la Virgen de la Paz y San Ildefonso, complementados por diversiones profanas, como una animada feria comercial que concentraba en la calle principal del pueblo -la carretera que unía Madrid con Barcelona y Francia a través de La Junquera- numerosos puestos de venta, tómbolas, rifas, bailes de salón con organillo y otros actos lúdicos y festivos. El día 23 salía por las calles la, precisamente, llamada “Botarga de San Ildefonso”, que salió por última vez en 1900, no volviendo a las calles de Taracena hasta su reciente recuperación en 2017. En el nuevo traje de la botarga, concretamente en ambas mangas a la altura de los brazos, constan de manera bien visible las iniciales “S” e “I” en honor del santo que da nombre al enmascarado y en cuya fecha salía tradicionalmente desde tiempo inmemorial. La existencia de la botarga de San Ildefonso, de Taracena -y también la de la perdida de San Blas, en el vecino Iriépal-, la han acreditado investigaciones de dos de los más importantes y reputados etnólogos que ha dado esta provincia, Sinforiano García Sanz y José Ramón López de los Mozos, a quienes siempre tendré como maestros y recordaré como amigos, especialmente al segundo pues fueron muchos los hechos y circunstancias que nos unieron. Se da la circunstancia de que fue una charla-coloquio sobre botargas y otros enmascarados de la provincia dada en Taracena por José Ramón la que encendió la chispa para que, poco tiempo después, se recuperara la botarga de San Ildefonso. Yo aporté, como otras personas del pueblo, mi grano de arena para ello, pero quien hizo una dación valiosísima e impagable fue mi recordado y muy querido hermano, Carlos, que compuso expresamente doce temas para dulzaina, con el fin de que sirvieran de acompañamiento a la botarga de Taracena en su regreso a las calles el pueblo. Doce composiciones con ritmos de pasacalles, bailes corridos, pericones, mazurcas, revoladas y jotas que conforman la llamada “Suite Taracena”, cuyas partituras custodia la Biblioteca de Investigadores de la Provincia de Guadalajara -junto con el conjunto del amplio archivo de música tradicional de Carlos, donado por la familia tras su fallecimiento en 2019- y sobre las que se está trabajando -y muy bien, sobre todo gracias a ese gran dulzainero y mejor persona que es Antonio Trijueque- en la Escuela de Folclore de la propia Diputación. Todo en su sitio. Todo en casa.

Filomena a nuestro pesar

               A Filomeno Freijomil, el personaje protagonista de la novela de Torrente Ballester Filomeno a mi pesar” -Premio Planeta en 1988-, no le gustaba su nombre, de ahí el título de esta brillante novela de uno de los escritores españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Como saben, a la fortísima borrasca que ha desatado una nevada de aúpa en España, con especial incidencia en el centro, los científicos del llamado “Grupo suroeste” -conformado por las agencias estatales meteorológicas de España, Francia, Portugal y Bélgica– la han bautizado como “Filomena”. Desde hace cuatro temporadas, este conjunto de países decidió poner nombre propio a todos los temporales y borrascas esperados en su zona de influencia con el fin de coordinarse y prevenir mejor sus efectos y consecuencias. Cada temporada meteorológica se inicia en octubre y acaba en septiembre, nominando a las sucesivas borrascas siguiendo el orden de las letras del abecedario, alternándose nombres masculinos y femeninos; así, tras Filomena, la siguiente se llamará “Gaetan” -prevista también en enero-, al que seguirá “Hortense” -que se espera en febrero-. A quien no le ha gustado que a la gran borrasca de nieve pasada -pero aún presente por el hielo- la bautizaran con un nombre femenino es a la dirigente de Unidas Podemos, Rosa Pérez Garijo, coordinadora general de IU en la Comunidad Valenciana y consejera de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática -¡ahí es nada!- de la Generalitat Valenciana, quien ha criticado en un tuit que «a todos los desastres les ponen nombre de mujer». Después lo borró, claro, cuando supo lo que tenía que haber sabido antes de tuitear esa estupidez. Corren tiempos de políticos y políticas de dedo fácil; no solo lo digo por la cantidad de tuits por minuto que muchos y muchas producen, sino también por el elevado número de señalamientos/as y nombramientos/as “digitales” que suelen hacer, en el primer caso para acusar y/o descalificar a los/as de enfrente y, en el segundo, para otorgar dádivas y nóminas/os públicas/os a los/as suyos/as. Me dejo ya de lenguaje inclusivo forzado porque a mi linotipia figurada se le ha acabado ya el signo auxiliar de la barra inclinada que, como saben, en matemáticas es, al igual que los dos puntos, un signo de división. Ahí lo dejo, pues.

Guadalajara, la Campiña y la Sierra nevadas, vistas desde El Clavín. Foto: Rafael Alba Jiménez.

               Filomena, así llamada a pesar de Pérez Garijo, nos ha helado a media España y a muchos españoles, como la mítica revista de humor gráfico y literario “La Codorniz” que, dejando en Belén con los pastores a la censura franquista, abrió una de sus más recordadas portadas con este magistral titular de supina ironía: “Reina un fresco general procedente de Galicia”. Lo que no es ya ironía ni para tomárselo a broma, sino una triste realidad, es que en este país la imprevisión y la improvisación siguen campando a sus anchas o casi. La llegada de “Filomena” se sabía hace ya semanas, y que se avenía con un fuerte temporal de nieve se conocía desde, cuando menos, una semana antes; pues bien, pese a ello, ha reinado y aún sigue reinando el caos en muchos lugares: camiones y coches atrapados en las carreteras, líneas de trenes y de autobuses suspendidas, aeropuertos cerrados, calles atascadas, primero de nieve y después de hielo, hospitales y otros centros de urgencia con graves dificultades de acceso y hasta para relevar los turnos de trabajo, comercios y otros establecimientos cerrados, cortes de suministro de energía eléctrica -en el centro de Guadalajara, sin ir más lejos, la mañana del sábado hubo un corte duró una hora-, etc. etc. Es evidente que la fuerte y prolongada nevada que hemos vivido no es habitual, al menos por estos lares, pero también es una obviedad que ahora las previsiones meteorológicas son muy fiables y precisas con muchos días de antelación por lo que deberían haberse tomado bastantes más medidas preventivas de las tomadas y planificar muchos más recursos y medios para paliar sus efectos de los planificados. Ya se que los españoles somos los reyes de la improvisación y que nos venimos muy arriba en las peores circunstancias, pero no estaría mal que dejáramos de tener que hacernos los machotes cuando los problemas son evitables o, al menos, previsibles y atenuables. No hablaré del gobierno la próxima semana, como sarcásticamente decían Tip y Coll; acabo de hablar de él, de todos los muchos gobiernos que tenemos y no siempre coordinados y leales entre ellos: europeo, estatal, autonómico, provincial y local.

La Concordia nevada. Foto: Jesús Orea  

Lamentablemente, no solo ha quedado patente una vez más la proverbial improvisación hispana con la llegada de “Filomena”, sino que ya venía acreditada con la puesta en marcha del plan de vacunación contra el Covid-19, un problema muchísimo más grave aún que el que ha traído el temporal de nieve. A 9 de enero, España había recibido 743.925 dosis de la vacuna y solo se habían administrado 277.976; es decir, de cada tres vacunas que se podían haber administrado ya, únicamente se ha puesto una. De las pocas veces que el ministro Illa ha anticipado con acierto un dato, fue el verano pasado cuando aseveró que en diciembre llegarían las primeras vacunas; pues bien, pese a ello, el Ministerio de Sanidad no ha adjudicado el contrato de asistencia técnica del plan de vacunación hasta el pasado viernes, un contrato, por cierto, que ha recaído en Indra, una consultoría multinacional, por importe de 800.000 euros. Me llama poderosamente la atención que el “comité de expertos” que teóricamente ha gestionado la pandemia estuviera conformado solo por funcionarios y un profesional independiente y que para la elaboración de este importante plan se contrate, y muy tarde, a una empresa privada. Al mismo tiempo, me choca que no se esté permitiendo, al menos hasta el momento, que las residencias de mayores y los hospitales de titularidad privada puedan vacunar con su propio personal médico y de enfermería. ¿Cuántas muertes y cuantos pacientes graves va a suponer que no se esté vacunando al ritmo posible por el número de dosis que ya hay en España? Es una pregunta que dejo ahí.

               Filomena, a nuestro pesar, ha sido una borrasca que, sumadas su intensidad y la improvisación para paliar sus efectos, nos ha traído muchos problemas de movilidad, laborales, de servicios y suministros…, además de algunas muertes puntuales, ciertamente lamentables, pero el inicio lento y dubitativo del plan de vacunación contra el Covid-19 va a tener unas consecuencias previsibles y letales.

De pastores y de rebaños

               En España, y en las partes del mundo mundial –perdón por el pleonasmo- en las que no están a lo que deben estar, hace tiempo que más que la Constitución de la concordia –cuestionada, erosionada, zaherida, incluso desde el actual gobierno, y no pocas veces incumplida- parece que nos rigiéramos por la Ley de Murphy; es decir, que siempre sucede lo peor de lo que nos podría suceder, algo que gráficamente se resume en que si se cae una tostada al suelo, siempre lo hace por el lado de la mantequilla. No pretendo despedir el malo malísimo 2020 desde una perspectiva de fatalidad, pero es que estamos en la fatalidad misma y por ello no encuentro otro ángulo que no sea fatal para mirar al futuro. Bien sé que la vacuna del coronavirus se ha comenzado a inyectar, además en Guadalajara, y que, solo por ello, ya hay motivos para la esperanza, pero es que menos de 24 horas después de que una enfermera del Sescam pusiera en el brazo de la nonagenaria Araceli Hidalgo, en la residencia de los Olmos, la primera dosis del fármaco desarrollado por Pfizer, se anuncia que la segunda entrega de vacunas se va a retrasar al menos un día. Un día es muchísimo menos que veinte años y veinte años no es nada, como dice ese tango de los tangos gardeliano y porteño que es “Volver”. ¡Pero ya empezamos…!

Pico del Águila esta Navidad

               2020, ciertamente, ha sido un “annus horribilis” no solo para España, sino para la humanidad entera, pues el/la Covid 19 –yo sigo con el lenguaje inclusivo con el bicho o la bicha, no sea que se enfade Irene Montero– se ha llevado por delante millones de vidas en todo el mundo y ha dejado un rastro de enfermedad, dolor y dificultades sociales y económicas añadidas que, hace apenas un año, eran imprevisibles cuando nos felicitábamos efusivamente el año con uvas, cava, champán o sidra mientras veíamos la retransmisión de las campanadas del reloj el 31 de diciembre en la madrileña Puerta del Sol. 2020 ha estado a la altura de 1918, cuando la anterior gran pandemia mundial, la mal llamada de “la gripe española”, también hizo estragos. El año del coronavirus, incluso ha tenido más nexos de unión con los períodos de los letales y destructivos conflictos bélicos acaecidos en el siglo XX que con un tiempo de paz. Y los primeros meses de 2021 es muy probable que se parezcan bastante a los diez últimos de 2020 porque la vacuna tardará su tiempo en ser efectiva y en llegar a un porcentaje suficiente de la población como para que alcancemos eso que gráficamente se ha llamado “inmunidad de rebaño”. No se si haciendo rebaño en torno a Pfizer pondremos un escudo infranqueable al coronavirus, lo que sí tengo muy clarito es que, por nuestro comportamiento grupal, no pocas veces atontolinado, adocenado y aborregado, más que pastores parecemos ovejas… y cada día hay más lobos al acecho para sacar partido de esa realidad lanar hacia la que nos conducimos y a la vez nos conducen. O paramos los ministerios de la verdad, los pensamientos únicos, las normas invasivas de la privacidad, las agresiones a los valores cristianos –pilar de la sociedad europea, como el derecho romano y la filosofía griega- y otras herramientas de similar calado y calibre, como la propaganda y la información/opinión de bandería, o los virus liberticidas no van a tener vacuna.

               No era mi intención llegar tan lejos en este post que va a estar en línea a caballo del 20 y del 21 y que pretendía que fuera más bien laxo, pero los caminos del pensamiento y la palabra son inescrutables, como los del Señor que acaba de nacer en Belén para todos, aunque hay muchos que prefieren no darse por enterados, quizá porque bastantes no podrían aguantar la mirada de ese niño. Quienes quieran ir a Belén, adonde no es necesario ningún salvoconducto para llegar y no hay toque de queda alguno,  este año lo tienen más fácil que nunca pues la alineación planetaria y cercanía visual de Júpiter y Saturno posibilitan que vuelva a verse la estrella que condujo a los Magos de Oriente hasta la aldea de Judea para adorar a Jesús, algo que no sucedía desde hace 800 años. Según el astrónomo Patrick Hartigan, la llamada “Estrella de Belén” no es solamente una estrella, sino que se trata de una alineación planetaria única. Este fenómeno es una ilusión óptica provocada por la posición de la Tierra respecto al Sol. En la Navidad de 2020, Júpiter y Saturno están tan cerca que visualmente parece una sola estrella que brilla conjuntamente en el firmamento. Los días más adecuados para ver este fenómeno ya han pasado –fueron el 16 y el 21 de diciembre-, pero sabido es que las estrellas son como los amigos de verdad: no hace falta verlos para saber que están ahí.

               Esa estrella que guía a Belén lo mismo a reyes que a pastores, este año también ha pasado por el pico del Águila, junto a Taracena, como puede verse en el montaje que yo mismo he hecho, con más voluntad que acierto, sobre una foto tomada en la limpia y fresca albada del día de Navidad. Esa misma mañana, a apenas un par de kilómetros de ese monte alcarreño de libro, aparecía el cuerpo sin vida del joven de 20 años, Gabriel, desaparecido unos días antes y estrechamente vinculado al pueblo por lazos familiares. No hay, no puede haber, nada más desgarrador que una muerte joven. Los cadáveres “bonitos” –ese mito sobre el rastro físico de la muerte joven parte de una frase pronunciada por Humphrey Bogart en “Llamad a cualquier puerta”- son más dolorosos y luctuosos que ninguno otro porque la vida segada a tan temprana edad es terriblemente injusta, dramática y antinatural. ¡Que la tierra te sea leve, Gabriel, y tu familia encuentre pronto el sosiego que ahora parece imposible!

               Definitivamente, 2020 ha sido un año horrible. Difícilmente 2021 va a poder ser peor; en ello cimentaremos nuestra esperanza.

Lo que va a ser, va siendo

Vivido ya el llamado “domingo gaudete” -el de la tercera semana de Adviento, en el que la Iglesia proclama la alegría por el cada vez más inminente “re-nacimiento” de Jesús-, el que está por venir, ya está viniendo,  al igual que lo que va a ser, va siendo, como afirmaba el exlibris del doctor Castillo de Lucas, médico, escritor, folklorista y etnólogo muy prolífico, estrechamente vinculado a nuestra provincia, y autor, entre otras, de una notable obra: “Historia y tradiciones de Guadalajara y su provincia”, editada por la Diputación Provincial en 1970. Parte significativa de ella relata y describe las costumbres guadalajareñas más arraigadas en el tiempo de Navidad.

               La Navidad de 2020, un año duro, complicado, poliédrico y vidrioso como pocos, se va a celebrar en el mismo contexto de pandemia en el que llevamos viviendo -sobre-viviendo, más bien- desde los “idus de marzo”, cuando el terrible y dichoso coronavirus se presentó en nuestras vidas sin avisar, amenazándolas tan seriamente que, a casi dos millones de personas en el mundo, no solo las intimidó, sino que les ha causado la muerte. Además, a muchos millones más les ha afectado la enfermedad, a no pocos les ha dejado secuelas y a todos, sin excepción, nos está condicionando sobremanera nuestras vidas. Eso sí, como siempre, a los más débiles, social y económicamente hablando, no solo les ha condicionado su vivir -su sobre-vivir en este caso, nunca mejor dicho-, sino que directamente se lo ha chafado o comprometido muy seriamente. Un paisaje vital desolador el actual que puede que haya venido para quedarse más tiempo del deseable.

               Esta Navidad va a estar tan coartada por el Covid-19 que, hasta las tradicionales cenas y comidas familiares de las fechas más señaladas de este tiempo, Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, van a tener limitado el número de comensales. Quién nos iba a decir que se iba a producir tal invasión de la privacidad, pero cierto es que de forma absolutamente necesaria porque, de no limitarse la cantidad de reunidos en este tipo de celebraciones, nuestros hogares pueden convertirse en auténticos “infectódromos”, con consecuencias dramáticas. Decía mi abuelo Juan que “de grandes cenas están las sepulturas llenas”; obviamente, ese refrán venía a advertir de lo desaconsejable que es para la salud cenar copiosamente, pero en este caso es también de aplicación porque una ligera y frugal colación al estilo frailuno, si se produce con un gran número de participantes y con que solo uno de ellos esté infectado del virus, puede tener consecuencias letales. En la progresión geométrica de los contagios del Covid-19 y su expansión exponencial, radica su mayor dificultad de control y su verdadera peligrosidad, al tiempo que su virulencia.

Esta Navidad va a estar tan coartada por el Covid-19 que, hasta las tradicionales cenas y comidas familiares de las fechas más señaladas de este tiempo, Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, van a tener limitado el número de comensales. Quién nos iba a decir que se iba a producir tal invasión de la privacidad, pero cierto es que de forma absolutamente necesaria porque, de no limitarse la cantidad de reunidos en este tipo de celebraciones, nuestros hogares pueden convertirse en auténticos “infectódromos”, con consecuencias dramáticas

               Dicho esto, que no deja ser mi llana aportación para concienciarnos de que este año las navidades han de ser lo más contenidas posible en lo que a celebraciones privadas y concentraciones públicas se refiere, quiero redireccionar mi entrada hacia el misterio y el verdadero sentido de este tiempo, tan diluido y opacado por las cosas y los hechos materiales, cuando su esencia es puro alimento y pasto espiritual. Los árboles del consumismo, de las copiosas comidas y cenas, de las juergas desbordadas, de la serpentina, el espumillón, el confeti, las uvas y el champán nos impiden ver el bosque de la sencillez y la humildad más absolutas que es la forma en la que Jesús vino al mundo hace 2020 años. Ningún virus, por letal que sea, va a poder cambiar jamás esa natividad de pesebre, de sagrada familia encabezada por un carpintero, de humildes pastores, de reyes en camino por la tira larga, por el naranjel, por los arenales, por el camino que lleva a Belén… Hace mucho tiempo que a la Navidad le sobran las bacterias del materialismo y los virus que se ensañan con las virtudes y los valores cristianos, que han movido durante dos milenios largos al mundo occidental, que están en la propia esencia y el progreso de nuestra civilización y que son muchos, pero se resumen en tres: fe -confianza en Dios-, esperanza -conducirnos por la vida con luces largas y pensar que la muerte no es el final del camino- y, sobre todo, caridad -solidaridad, fraternidad o como lo prefieran llamar, pero que es, ni más ni menos, que compartir generosamente y renunciar al yo y al nosotros, para potenciar el tú, el él, el vosotros y el ellos-.

               Que el coronavirus nos conduzca con prudencia en esta Navidad, pero que no se convierta en una nueva excusa para mirar hacia cualquier parte menos a Belén. Allí está la luz y brilla cada vez con más fuerza pese a que hace ya 2020 años que lo hace. La luz, por contraste, se hace más visible cuanto más la envuelve la oscuridad. La luz brilla, incluso, cuando se cierran los ojos; basta con querer verla.

El belén de Jesús Orea

               En mi Belén familiar, tan abigarrado de figuras y elementos escenográficos que parece un homenaje al “horror vacui”, mi añorada conejita “Tambi” mira de pie y de frente al niño en el pesebre, dos pollitos picotean algún grano caído en el suelo, el buey se relame y la mula, ni relincha ni rebuzna, gime. Una oveja orejigacha, tumbada sobre su vientre, mira el cayado de San José como si fuera el de su pastor, mientras otra escocesa de cara negra está muy cerca de la Virgen, como si quisiera que también fuera su madre y no solo la del niño Dios. En el horno se cuece el pan al paso de Melchor y su paje. Cerca de Gaspar hay un río de papel de plata y un puente de solo un ojo. El camello de Baltasar está junto a la fuente en la que, desde su pretil, una gran oca ve en el pilón chapotear a un pequeño zampullín. Unas hojas secas de roble de Arroyo de Fraguas y unas piñas de Las Cabezadas dan carácter provincial al paisaje universal que es la escenografía del nacimiento de Jesús.

               ¡Feliz, sencilla, verdadera y sensata Navidad!    

Un concejal extraordinario

               Eladio Freijo, responsable de la concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Guadalajara desde 2007 a 2019, ha sido, muy probablemente, el mejor concejal que ha tenido la ciudad de Guadalajara en los últimos 40 años, si medimos ese valor en cuanto al volumen de actividad que ha generado en su ámbito competencial y la repercusión social y económica de ésta. Este juicio de valor que hago de la extraordinaria labor de Eladio es evidentemente subjetivo y opinable, pero lo que no admite interpretación ni lugar a la duda son los datos que cerraron 2018, su último año completo al frente de la concejalía, y que coincidió con el período en que Guadalajara fue “Ciudad Europea del Deporte”, ya todo un hito el haber logrado esa distinción que muchas ciudades solicitan y solo unas pocas alcanzan. Estos son los principales datos de balance de la actividad deportiva habida en Guadalajara durante 2018:

               –  290 actividades deportivas extraordinarias celebradas en la ciudad (Campeonatos oficiales -de ellos 17 de carácter internacional y 31 nacional-, torneos amistosos, concentraciones y entrenamientos oficiales de selecciones nacionales, tanto de base como absolutas, etc.).

               – 59 actividades correspondientes a competiciones de ligas regulares.

               – 50 disciplinas deportivas distintas representadas en las actividades (En España hay reconocidas 66 federaciones deportivas y las actividades de algunas de ellas no pueden ser practicadas en la ciudad por falta de instalaciones ad hoc -automovilismo, por ejemplo- o recursos naturales adecuados -vela, piragüismo, remo, esquí náutico, etc.-), por lo que el año en que Guadalajara fue Ciudad Europea del Deporte, lo fue de verdad al estar representada en su programación la práctica totalidad del deporte potencialmente practicable.

               A estos datos, que indican que en Guadalajara se celebró en 2018 una media de casi un evento deportivo extraordinario al día, cabe aportar los del gran impacto social y económico que los mismos supusieron para la ciudad, evaluado con rigor y profesionalidad por la consultoría empresarial “Yellow rocks”. Su administrador único, José Miguel Peñas, si mal no recuerdo fue en tiempos representante del PSOE en el Patronato Deportivo Municipal, por lo que su criterio no puede estar condicionado por la conmilitancia política con el entonces concejal de Deportes ya que, como es sabido, éste lo era y aún lo es, ahora en la oposición, por el Partido Popular. Estos son los principales parámetros contemplados en el estudio de impacto social y económico de la actividad que supuso “Guadalajara, Ciudad Europea del Deporte” en 2018 (Quienes estén interesados en conocerlo más en profundidad, pueden acceder al estudio completo en este enlace: Informe impacto económico Guadalajara. Ciudad del deporte 2018.pdf):

  • Cerca de 80.000 pernoctaciones fueron las que generaron en la ciudad y su entorno más próximo las actividades deportivas celebradas (Un 27,88 por ciento más que las habidas en 2017, otro año también con notoria actividad pues, sabido es, que Eladio Freijo apostó desde el inicio de su mandato, no solo al final, porque Guadalajara fuera anfitriona de eventos de este carácter para fomentar el deporte, al tiempo que dinamizar la economía local, potenciando también la práctica deportiva local y construyendo nuevas instalaciones y/o reparando y mejorando las ya existentes: Ciudad de la Raqueta, Campos de fútbol anexos al Escartín, Campos de Futbol de la Fuente de la Niña, Centro Acuático, renovación del tartán de las pistas de atletismo, etc. )
  • Las pernoctaciones del “turismo deportivo” promovido en la ciudad de Guadalajara en 2018 supusieron un 13,24 por ciento del total de pernoctaciones que hubo ese año en la provincia. Esos datos se pueden proyectar también al sector de la restauración.
  • El impacto económico directo de “Guadalajara, Ciudad Europea del deporte” fue de más de 10 millones de euros y casi 11 si sumamos el indirecto.
  • El impacto en términos de publicidad de la ciudad, no pagada, se puede estimar entre 6,2 y 10,1 millones de euros.

He querido recuperar y resaltar estos datos para poner en valor la extraordinaria valoración que, no solo a mi juicio sino al de mucha gente más -especialmente en el ámbito deportivo local, provincial y nacional, donde goza de general aprecio y reconocimiento-, le merece el trabajo de ese incansable gestor y dinamizador deportivo que es Eladio Freijo. Lástima que, por causa de la política, tan emponzoñadora, rastrera e injusta veces, algunos estén intentando, de forma interesada, menoscabar y enturbiar esa labor que, bien al contrario, cada día que pasa se engrandece más porque se echa de menos. Me consta que de manera especial en el ámbito empresarial del sector servicios en la ciudad, como dos reconocidos empresarios locales me comentaban hace unos días, hecho que ha motivado esta entrada. Uno de ellos, me decía: “Yo no he cerrado mi negocio en esta pandemia, gracias, en gran medida, al remanente del movimiento económico que tuve en los últimos años por los eventos deportivos traídos por Eladio a la ciudad”. Puedo asegurar que no es una opinión aislada, sino generalizada.

Trabajé codo con codo con Eladio en la Fundación Provincial de Deportes de la Diputación de Guadalajara, especialmente en el Polideportivo San José, durante 12 años y, además de para consolidar una entrañable y sólida amistad, esa etapa me sirvió para aprender muchas cosas buenas de él, sobre todo a trabajar siempre con la ética de la ilusión y hacerlo de manera intensa, esforzada y por afección al deporte y amor a Guadalajara. Eladio, además, es una persona honrada y honesta donde las haya, capaz de meter la pata, pero jamás la mano. Es, en definitiva, todo un ejemplo de servidor público entregado y generoso en estos tiempos que corren en los que tantos se sirven de la política, pero su servicio en ella es más que cuestionable.

El puente sin aguas turbulentas

                              La ciudad, poco a poco, se va reencontrando con el Henares, el río junto al que se asentó en uno de sus vados más fácilmente superables que, además de franquear el paso de una ribera a otra, también aportaba a sus moradores el agua necesaria para cuajar como urbe surgida ex novo. El puente árabe es la construcción más antigua de la ciudad que sigue en pie -data de los siglos X y XI- y los estudiosos en la materia consideran que, por su longitud -117 metros- y su altura -10 sobre el cauce-, cuando se erigió no era para facilitar el paso en un vado fluvial en un entorno rural, de escasa población y dispersa, sino que se construyó para dar acceso a una urbe ya consolidada desde hacía varias décadas. Esa ciudad aún no era conocida como Wad-al-Hayara, sino como Madinat-al-Faray -la ciudad de Faray-, que fue el primer nombre que tuvo Guadalajara, en honor del cadí que la impulsó y consolidó como urbe y de la que ya hay constancia en el siglo IX.

Familia de patos junto al gran tajamar del puente árabe

                              Durante mucho tiempo, prácticamente desde que a Guadalajara se le puso cara de ciudad industrial, vivió de espaldas al Henares, cada vez más sucio su cauce y enmarañada su ribera, cuando hasta hace tres cuartos de siglo era un recurso del que vivían varias familias -recordemos que aún pervive una calle de Pescadores dedicada a quienes practicaban ese oficio en la ciudad- y hace apenas unas décadas era un lugar de baño y asueto en verano, con su chiringuito y todo.  Como decía, ese vivir de la ciudad a espaldas de su río hace ya un tiempo que ha comenzado a revertirse y, aunque todavía es notoriamente mejorable el estado de conservación medioambiental de curso y ribera, ambos son ahora disfrutables con comodidad gracias a la senda, los miradores y las zonas estanciales y de juegos que se habilitaron hace un par de años entre el puente árabe y los Manantiales. La mota y los parques construidos a principios del siglo XX entre el río y las urbanizaciones paralelas a él, incluida la de los Manantiales, fueron los primeros pasos para, primero, proteger de posibles inundaciones esas zonas residenciales y, después, comenzar a integrar el río en ellas como un espacio natural disfrutable y no como una barrera. Es cuestionable, sin duda, que primero en los años sesenta y después en los ochenta se construyeran viviendas en zonas potencialmente inundables, pero una vez que las casas y sus moradores estaban ya ahí y que se contaban por centenares, sin duda lo razonable era tratar de evitar inundaciones gracias a la mota y hacer de ésta y su entorno, no un muro, sino un paseo y un parque lineal. Lo que no es discutible es que, en menos de un cuarto de siglo, haya mejorado de forma notable la situación medioambiental de la ribera y el entorno más próximo del Henares a su paso por la ciudad y también la del barranco del Alamín que converge en el río y que se suma a él como geografía fluvial.

               Aguas arriba del puente árabe hay unos optimistas carteles que dicen “aguas trucheras”; en su día hubo truchas, doy fe de ello, aunque abundaban más los barbos, las carpas, los cachos, tas tencas, las bogas y demás especies de ciprínidos que viven como peces en el agua, nunca mejor dicho, en aguas con lecho cenagoso y cauce turbio, unas condiciones ambientales que no son ya las idóneas para las “salmo trutta fario” -nombre científico de la trucha autóctona-. La presencia de truchas comunes en un rio es un indicador positivo de la calidad de sus aguas y, ¡ese ya es otro cantar respecto a las riberas!, mucho me temo que aún hay mucho que trabajar en la depuración de las aguas que bajan por el Henares antes de llegar a Guadalajara. Lo que sí me consta es que la EDAR de la ciudad hace razonablemente bien su trabajo, pero ella, evidentemente, solo depura las aguas residuales generadas en la propia urbe.

               Desde hace ya unos años, varias familias de patos silvestres -especialmente ánades reales- viven, nadan, bucean y chapotean en el Henares a su paso por la ciudad, con notoria presencia en el entorno del puente árabe; también en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín es habitual ver un amplio grupo de estas anátidas. Es muy probable que llegaran al río y al parque procedentes del mini-zoo y que, incluso, retornen periódicamente a las charcas de éste en busca del alimento fácil que allí se les provee a los animales a diario. No hace mucho, GD se hacía eco de la presencia de un exótico y vistoso pato “mandarín” en el Henares, algo que, sin duda, confirma que las charcas de patos del mini-zoo intercambian e interrelacionan anátidas con el Henares. Me produce una especial sensación de sosiego ver grupos de patos viviendo tranquilamente en el río a su paso por Guadalajara, es un certificado de salud biocenótica y ambiental con la que, es obvio, no hay que conformarse porque aún hay mucho camino que recorrer en esta materia.

               El puente del Henares nunca ha sido el de las aguas turbulentas de la conocida canción de Simon y Garfunkel; menos aún en las últimas décadas pues es evidente que cada vez trae menos agua porque progresivamente llueve menos, además de haber ahora varias presas en la cabecera de su cuenca que la regulan. No obstante, en octubre de 1961, hubo una gran riada que anegó todo el barrio de la Estación y que llegó hasta Marchamalo; la causa de aquel gran desbordamiento estuvo en una fuerte tormenta que evacuó más de 90 litros por metro cuadrado en apenas cuatro horas. No fue la única, aunque sí la más destructiva. En 1970 se produjo otra importante crecida, aunque esta vez afectó más a Alcalá que a Guadalajara, y a finales de los años 90 del siglo pasado, el cauce estuvo a punto de desbordarse a la altura del puente de los Manantiales, generando mucho temor entre los vecinos de las urbanizaciones “La Chopera”, “Río Henares” y los propios Manantiales que, incluso, estuvieron en pre-aviso de evacuación; aquella circunstancia motivó que el ayuntamiento, siendo alcalde José María Bris, gestionara con la Confederación Hidrográfica del Tajo la construcción de la mota del río a su paso por la ciudad. Como dice el sabio refranero castellano, “casa junto al río y ruin en cargo, no dura tiempo largo”. Bueno, el refranero es sabio, pero hay ruines que aún lo son más, aunque su sabiduría sea solo provechosa para ellos y tóxica y nociva para los demás.  Y, ya que el río nos ha traído hasta aquí, para turbulentas, las aguas revueltas de la política actual. Por eso prefiero quedarme con la verdad de los patos chapoteando tranquilamente en el Henares.

El silencio de la ciudad blanca… y azul

               El coronavirus nos ha traído mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha angustia, mucha desazón, muchas dudas, muchos inconvenientes y no pocas cosas negativas más, entre ellas padecer limitaciones e imbuirnos en una dialéctica propias de tiempos bélicos y no de paz: confinamientos, toques de queda, salvoconductos, guerrillas urbanas… Guadalajara, en el silencio tras el toque de queda que nos confina en casa desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, es una ciudad sin alma, como la bella de la canción de Ricardo Cocciante. Es azul porque la oscuridad de la noche también lo es, lo que sucede es que la falta de luz del sol hace que el cielo parezca sombrío, pero sigue siendo infinitamente azul. No tiene alma porque una ciudad no solo la conforman sus edificios y sus calles, sino fundamentalmente las personas que viven en ella, especialmente cuando salen de aquéllos y deambulan por éstas. La gente confinada en sus casas no hace ciudad, aunque ahora sea necesario que lo esté porque los virus de marzo no se fueron en junio, sino que jugaron al escondite en el verano para regresar en otoño aún con más virulencia a jugar ese otro juego, no precisamente de niños, que es el de la enfermedad y la muerte. Las noches azules de la Guadalajara sin gente son aún más sombrías porque las farolas que antaño fueron de vapor de sodio o de mercurio y que ahora son de leds, más que luminarias para poner un poco de día a la noche, parecen focos cenitales para alumbrar y hacer aún más patente la soledad.

Primera bandera de la ciudad de Guadalajara

La Guadalajara azul de las noches en toque de queda, aunque no lo parezca porque el sol calienta e ilumina el hemisferio sur mientras el cielo duerme en el norte, espera los gallos picajosos de la madrugada para desperezarse y volver a ser ciudad del todo pues, sin gente que la ande y vocee, es solo un decorado con el cielo oscuro, incluso moteado de estrellas como ciclorama. Las cosas no son lo que son si no pueden ser todo lo que podrían ser, y una ciudad sin gente en la calle, aunque sea a deshoras, está tan alejada de la plenitud que está más cerca de ser nada que de ser algo. No es filosofía barata de confinado a toque de queda, es la verdad, nada más que la verdad, aunque no sea toda la verdad. Las noches no son solo de los noctámbulos, sino de quienes, como yo, hace tiempo que dejamos de serlo porque nos cansamos de ellas de tanto vivirlas. La noche confinada en azul, aunque sea tan oscuro que parezca negro, es una emboscada sin bosque, es el absurdo porque no puede haber bosque sin árboles, aunque solo sean los que te impiden verlo. Las calles no sirven de nada sin transeúntes y hasta las farolas iluminan la nada que es un gasto ineficiente e inútil. Hasta el aire de la noche que no se respira es un despilfarro de dióxido de carbono pues los árboles no entienden de toques de queda y siguen a lo suyo con la fotosíntesis. El asfalto, sin coches que lo transiten, excepto los de los servicios de seguridad y emergencias, parece enlutar aún más la ciudad al hacerse todavía más evidente su betún negro negrísimo. Los carteles iluminados de los comercios y otros tipos de negocio son faros en medio de un naufragio al que la luz, lejos de ayudar, le pone el foco para aumentar su dramatismo. En los parques, la vida vegetal y animal sigue a lo suyo: estorninos, gorriones, herrerillos, jilgueros, mirlos, petirrojos, palomas, tórtolas y urracas duermen entre acacias, aralias y aucubas; entre pinos también, donde el carbonero pasa el invierno que pronto se adivinará. Y entre árboles del amor, sin más amantes que un par de buchonas cuyo zureo es el sonido del silencio de la noche. Si Vitoria es la ciudad blanca en el silencio de la novela de Eva García Sáenz de Urturi, la reciente ganadora del premio Planeta, Guadalajara es la ciudad blanca… y azul. No solo porque sus noches -¿verdad, queridos Javier Borobia y Fernando Borlán?- se tiñen de azul por mor de la huida del sol y la arribada de las absentas, sino porque la primera bandera histórica de esta ciudad de la que hay noticias en los archivos municipales, fue una franjada horizontal en esos dos colores, según documentó el competentísimo y recordado archivero municipal, Javier Barbadillo. No se trata de dar un toque de queda a la historia, sino de ponerla en su sitio: ni las banderas históricas de Guadalajara y de Castilla son moradas, ni el caballero del escudo de la ciudad es Alvarfáñez reconquistándola en la noche de San Juan de 1085, como es ampliamente tenido por cierto. La bandera de Guadalajara, según documentos del XIII confirmados en otros de principios del XVII, constaba de cinco franjas horizontales azules y blancas, la bandera castellana es roja carmesí -la morada era de los borbones y del Regimiento Castilla- y el caballero del escudo de la ciudad es el del sello concejil, precisamente portando la bandera listada en azul y blanco. Confínese, duerma, pero no mire para otro lado ni calle la ciudad.

Aire que nos lleva el aire

               Pongamos que sigo hablando de Madrid… Resulta que diez días después de que el gobierno de España, contra la voluntad del de Madrid, forzara la declaración del “estado de alarma” para semi-confinar a los madrileños y así parar a la desenfrenada Covid-19 en la capital, ésta presenta un continuado descenso en el número de contagios, pero similar al ya iniciado con las medidas previamente tomadas por el ejecutivo de Díaz Ayuso. Eso sí, se cuentan por millones las pérdidas económicas causadas por algunas medidas derivadas de la alarma. Por el contrario, la transmisión del virus en Castilla-La Mancha y Castilla y León ha aumentado de forma significativa en este mismo espacio temporal, pese a que los madrileños no han podido desplazarse a estas dos comunidades cuyos respectivos presidentes, como vimos en la entrada anterior, se habían felicitado vivamente del cerrojazo a Madrid por entender que eran los capitalinos, en diáspora por sus provincias, quienes portaban y transmitían el virus de forma patente. Hace ya tiempo que se evidenció que la Covid-19 no entiende de casi nada, menos aún de fronteras, y que ponerle puertas al campo es un esfuerzo tan inútil como intentar echar culpas al vecino de las que son propias. O no. Ahí lo dejo, de momento, porque con este dichoso virus ocurre lo que con muchos políticos y todos los yogures, que las palabras y los hechos tienen fecha de caducidad.

               Decía que procurar ponerle puertas al campo es un esfuerzo vano, casi tanto como intentar frenar el cauce de un río con las manos o tratar de mover las aspas de un molino de viento soplando. Ni siquiera don Quijote, con la ayuda de Emiliano García Page, sería capaz de hacer esto último, aunque los delirantes intentos del primero serían obra de la mejor literatura y los del segundo de la ciencia-ficción, en la que parece haberse instalado la política actual, una vez que los políticos han decidido hablar mucho y hacer poco…, y muchas veces mal.

               Pero huyamos de fútiles calenturas y, cual hoja caída en el otoño que ya va cuajando, dejémonos llevar quedamente por el aire, ese aire que, en la canción tradicional recogida por el gran folklorista extremeño, Manuel García Matos, en su “Magna Antología del Folklore Musical de España”, lleva así:

Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva el aire
Aire que el aire me lleva
Aire que me lleva al aire
El aire de mi morena
Aire que me lleva el aire
El aire de mi morena

Entre Sevilla y Triana, aire
Cádiz y Guadalajara, aire.

(Si algún lector desea escuchar la letra completa y la música de esta ronda festiva, en este enlace puede acceder a la versión cantada y recogida en el pueblo cacereño de Madrigal de la Vera, cuna de nuestro querido amigo y gran periodista y poeta, Pedro Lahorascala: https://porverita.wordpress.com/el-aire-madrigal-de-la-vega/)

               En otras versiones, territorialmente más lógicas -la lógica en el folklore siempre es relativa y muchas veces caprichosa-, ese aire que “me lleva” y que dice esta canción de ronda que tiene “mi morena”, no está entre la lejana Cádiz y Guadalajara, sino entre la cercana -aunque ahora inaccesible, excepto con salvoconducto, como en tiempos de guerra- Madrid y la capital alcarreña, que no manchega, se pongan algunos como se pongan. A la geografía no le puede enmendar la plana la política. ¿O es que después de lo de la memoria histórica, ahora se van a empeñar también en desarrollar una nueva memoria geográfica para extender la Mancha hasta la provincia de Guadalajara?

               Efectivamente, como dice la canción, entre Cádiz o Madrid y Guadalajara, lo que hay es aire, también tierra y agua, pero fundamentalmente aire. Ni los límites municipales, ni los provinciales, ni tampoco los cada día más evidentes regionales -que más que límites, ahora ya son fronteras para muchas cosas- pueden detener, discriminar o segregar el aire, como ni siquiera lo pueden hacer las fronteras entre los países. Sófocles, el padre literario de Antígona y Edipo Rey, incluso redujo el hombre a aire y sombra. Por cierto, si Antígona se hizo presente, de alguna manera, en los momentos más duros de la primera ola de la pandemia cuando los velatorios y los entierros vieron limitadísima la presencia de acompañantes para evitar que fueran focos de transmisión del virus, confío en que los españoles no nos convirtamos en edipos y “matemos” al rey para casarnos con una república bolivariana o bananera, que tanto da. Algunos están poniéndose morados de tanto soplar para que eso ocurra.

Portada y vista parcial del mensario de la iglesia de San Bartolomé, en Campisábalos. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara. Fondo Layna Serrano. 1933.  

               Termino ya con un mensaje de esperanza, tan necesario como el respirar en los difíciles tiempos que vivimos. Si las casas y las cosas se nos caen encima, si ya no podemos soportar los telediarios y si tanta mascarilla nos impide ver bien la jeta de algunos, tomemos, no las de Villadiego, sino las de Campisábalos y vayamos a respirar el aire más limpio de España, según la OMS, y el tercero del mundo, tras el de Muonio (Finlandia) y el de Norman Wells (Canadá). Y, de paso, disfrutemos del mejor cogollo del Románico Rural de Guadalajara: la iglesia de San Bartolomé y su mensario en el propio Campisábalos, la de Santa Coloma y su leyenda templaria en Albendiego, y la de San Pedro, en Villacadima, un pueblo tan bien puesto en el medio de los páramos altos de la Sierra de Pela que es un grito callado, un himno sin letra, pero con la música del viento, al silencio y la soledad.

Pongamos que hablo de Madrid

               Uno de los principales problemas de España continúa siendo Cataluña, pero la perversa política que se practica ahora ha desviado esa atención a Madrid, por causa de la pandemia de Covid-19 como excusa aparente, aunque todo apunta a que lo que en el fondo se ventila va más allá: asaltar el poder en la CAM. El gobierno de Sánchez-Iglesias y los/las tropecientos/as ministros y ministras que lo conforman, después de dejar a las comunidades autónomas al pairo para que ventilasen ellas solas los rebrotes estivales aduciendo que la sanidad es competencia suya, ha dictado una orden ministerial contra la voluntad de la de Madrid, reduciendo drásticamente la movilidad de los ciudadanos en la capital y otras nueve grandes ciudades de su entorno; un semi-confinamiento, vamos. No me voy a meter en el avispero de afirmar quién tiene razón en este asunto de si procedía o no dar esa orden por parte del gobierno español o si se debería haber dejado a la comunidad madrileña que siguiera adoptando las medidas que estimara convenientes, porque es un tema archicomplejo y que tiene mil aristas. Intuyo que las dos partes tienen algo de razón, pero ninguna toda ella, aunque parece que la CAM no se queja de vicio al denunciar que el ministerio dicta ordenes drásticas contra ella, pero no contra otras comunidades y/o ciudades en situación similar e, incluso peor, como es el caso de la Navarra que el PSOE gobierna gracias a Bildu. Lo lógico sería que el paso del tiempo diera la razón a quien más la tenga, pero según están ocurriendo las cosas últimamente, me temo que seremos incapaces de determinar quién llevaba la razón, o al menos la llevaba en mayor parte, y que lo que percibiremos será el relato interesado de ambos actores político-institucionales, es decir, su versión de la razón. La verdad, especialmente en estos tiempos del coronavirus, no es lo que es, es lo que parece, y en eso hay que reconocer que la izquierda suele dar sopas con honda a la derecha, incluido el centro que quiere representar Ciudadanos, pero que está muy lejos de representarlo. Creo que ya lo he dicho otras veces, pero lo repito: Una cosa es estar en medio y otra en el centro.

               Lo que está ocurriendo, lo que ha ocurrido y lo que vaya a ocurrir en Madrid no es una cuestión baladí para los guadalajareños. Dada nuestra cercanía a la CAM, la conurbación casi ya sin discontinuidad entre la capital alcarreña y la de España, la interrelación social y económica que vertebra el Corredor del Henares o los nexos culturales e históricos entre ambos territorios, entre otros factores, nosotros no podemos mirar como meros espectadores lo que allí ocurre; somos también actores del entorno madrileño, unas veces de reparto y otras figurantes, pero actores al fin y al cabo. Lo que allí sucede nos importa y afecta, en ocasiones de forma directa y en otras más tangencial. Ahora mismo, con la orden ministerial de reducción de la movilidad en la capital y casi toda su área metropolitana, muchos guadalajareños que diariamente se tienen que desplazar a esa zona a trabajar, a estudiar, a un centro sanitario, a realizar gestiones o a lo que sea, evidentemente van a ver comprometida su propia movilidad. Igualmente les va a suceder a los madrileños que desde allí se desplazan a nuestra provincia para realizar tareas o acciones similares. Podría decirse que, si Madrid se constipa, Guadalajara también tose e, incluso, hasta esa tos puede agravarse y derivar en neumonía, aunque confío en que no sea la bilateral, que es como se ha certificado la muerte de muchas personas por coronavirus cuando a los médicos no se les ha permitido poner que esa ha sido la causa, por no habérseles hecho pruebas previas de diagnóstico a los fallecidos.

               No quiero concluir esta entrada sin dejar constancia de mi solidaridad con los madrileños que, por causa de la Covid-19, están siendo quasi satanizados por algunos, incluso altos dirigentes políticos, como si en vez de personas fueran coronavirus andantes, pidiéndoseles que no salgan de su “madriguera” madrileña. A este respecto, les están dando desde diestra -por ejemplo, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco– y siniestra -caso de Emiliano García Page, el de Castilla-La Mancha-, cargando sobre los madrileños en diáspora el aumento de la incidencia de la pandemia en sus respectivas comunidades, al tiempo que pidiéndoles que no vayan a ellas para evitar contagios. Sobre esto último, quiero llamar la atención de la “galleguización” de ambos dirigentes castellanos pues sabido es el tópico que atribuye solo a los gallegos la posibilidad de soplar y absorber a la vez. Lo digo porque tanto Castilla y León como Castilla-La Mancha dependen enormemente del valor añadido que, en todo orden, especialmente el económico, les deja su proximidad a Madrid y ambas comunidades reciben cerca del 40 por ciento de su turismo de la CAM, además de estar en ellas las patrias chicas y las segundas residencias de centenares de miles de madrileños. En el caso concreto de Castilla-La Mancha, resulta esclarecedor el hecho de que Page tratara de absorber, hace apenas unas semanas, turistas madrileños con su campaña titulada “Tus vacaciones nunca han estado tan cerca”, cuando ahora trata de alejarles soplando con declaraciones como éstas: “Madrid es una bomba vírica” y señalando a la CAM de provocar el 80 por ciento de los contagios que ha habido en Castilla-La Mancha. Mal anfitrión y peor vecino.

               Es evidente que la política española está cada día más infectada de incompetencia, intolerancia, radicalidad y sectarismo, y que ha venido un virus polimorfo para quedarse: la tensión entre territorios, los derechos asimétricos entre españoles, la crisis institucional casi permanente y el deterioro de España como marca y como Estado. ¿Vacuna contra ello? Volver al espíritu de la Transición que, incluso desde una parte del propio gobierno actual, están tratando de subvertir, aniquilar y enterrar.

               Gracias, Joaquín Sabina, por prestarme el título.

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