¡Hasta siempre, mi capitán!

Ahora que hay tanto vendepatrias, tanto “inventa-naciones” y tanto sansirolé jugando a poner y quitar fronteras -sobre todo a ponerlas, pues quitarlas no es de bobos, sino de inteligentes-, he recordado una cita del poeta Rilke que afirma, con buen criterio, que “la verdadera patria de los hombres es la infancia”. Me he acordado de esta cita cuando he conocido una noticia de esas que suelen pasar desapercibidas para la gran mayoría porque van muy en cola en los diarios digitales, pero que a mi me ha removido el corazón: Ha muerto Félix Casas, el actor que encarnara al “Capitán Tan” en el programa infantil de TVE “Los Chiripitifláuticos” con el que merendábamos cada tarde los chavales de mi generación pues se emitió durante diez años, entre 1966 y 1976, cuando yo tenía entre 5 y 15 años. O sea, cuando viví en mi verdadera patria según la reflexión de Rilke.

“Los Chiripitifláuticos” lo conformaban un grupo de singulares personajes de sonoros nombres, como el sobreesdrújulo que les aglutinaba, cada uno con sus rasgos de personalidad muy bien acotados y diferenciados: El Capitán Tan era un hombre afable y muy viajado por lo largo y ancho del mundo; Locomotoro hacía el papel del niño disparatado metido en un cuerpo de hombre; el Tío Aquiles era un abuelo bonachón con mucho carrete y Valentina aportaba al grupo el toque femenino, además de mucha sensatez  e inteligencia. Había otros miembros secundarios, como “Barullo” y “Poquito”, además de los malos malísimos de verdad, los “Hermanos Malasombra”, que, por supuesto, eran los malos de la película.

Aquella singular pandilla de personajes, que me saben a pan con chocolate o con mantequilla y salchichón, mis meriendas favoritas de niño, me huelen al hule de la mesa camilla del cuarto de estar de mi casa y al brasero de herraj y picón con el que entonces nos calentábamos, aunque también recuerdo de ese tiempo a las primeras estufas de butano, las llamadas “catalíticas”, que irradiaban no solo el calor bajo las faldas de la mesa como el brasero, sino por toda la habitación. “Los Chiripitifláuticos” me retrotraen a aquellos años sesenta en que comencé a despabilarme en la vida y de cuya mitad parten mis primeros recuerdos, mis primeros amigos, mis primeras heridas de guerras infantiles y hasta mis primeros amores de embozo, jamás declarados por temor a no ser correspondidos. Aquel programa de TVE emitido por VHF (muy alta frecuencia) en el primer canal -el segundo, precisamente, comenzó a emitir señal en 1966 en UHF (ultra alta frecuencia)- era inicialmente en blanco y negro, pero el color y el calor lo ponían Locomotoro y sus amigos que se colaron en nuestras vidas y en nuestras casas como si fueran unos miembros más de la familia. Aunque el Capitán Tan no hubiera salido nunca de su casa, él presumía de sus viajes “a lo largo y ancho de este mundo” y, dada la convicción con la que hablaba de ellos, nosotros le dábamos por muy viajado; pero para viajar no hace falta desplazarse, como demostró Emilio Salgari al no pisar jamás el sudeste asiático y, sin embargo, escribir “Sandokán”, la aventura del “Tigre de Malasia” que con tanto detalle describe aquellas exóticas y lejanas tierras y aquellos lejanos mares. El salacot del capitán Tan era suficiente para que los chavales que veíamos el programa con los ojos fijos en la pantalla y sin pestañear creyéramos que estábamos ante un aventurero de verdad y no uno de pacotilla. La credulidad de un niño la avivan la credibilidad de quienes le cuentan las cosas y aquellos “Chiripitifláuticos” eran nuestra “biblia” infantil, creyéndonos a pies juntillas todo lo que hacían y decían porque nos habían ganado el corazón.

Ha muerto el Capitán Tan a los 89 años de edad. El Tío Aquiles (Miguel Armario) murió hace 20 años y, si viviera, ya tendría 104. “Valentina” (Carmen Goñi) es octogenaria y reside en un pueblo de la sierra de Madrid, mientras que Locomotoro es el mayor del grupo que aún queda vivo y tiene más de 90 años. De los Hermanos Malasombra (Luis García Páramo y Carlos Meneghini) solo queda el primero, que está cerca ya de cumplir los ochenta, pues el segundo murió hace ya años. Dadas las edades de todos ellos, caigo en la cuenta de que quienes nos hacían pasar un rato entretenido y delicioso todas las tardes a través de la “pequeña pantalla” -el eufemismo más extendido para hablar del televisor- podrían haber sido nuestros propios padres e, incluso, nuestros abuelos, pero a nosotros nos parecían nuestros hermanos mayores.

Comenzaba citando a Rilke y termino haciéndolo con Facundo Cabral:Lo mejor de la vida es gratis”. Y nosotros perdiendo el tiempo en retiñir por las cosas más absurdas y miserables, en elevar a noticia solo la política o la catástrofe y en ponernos unos enfrente de otros en vez de al lado. Hoy el diario de mi vida lo ha abierto una noticia que me entristece al tiempo que lleva a la nostalgia, que es la sonrisa amable de lo vivido: Se me ha muerto Tan, mi capitán Tan, que ya ha hecho su último viaje. ¡Hasta siempre!

¡Vaya valla!

                Está pasando prácticamente inadvertida y poco menos que como una obra menor una actuación que juzgo de calado y trascendencia notables cual es la de restauración de la reja del afamado arquitecto, Ricardo Velázquez Bosco, que forma parte de la cerca, verja o valla perimetral original que aún se conserva del antiguo recinto de la Fundación y el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, vulgo Adoratrices, situada entre el nuevo parque que tomó este nombre y el de San Roque. La obra se inició el pasado verano y concluirá mediado este invierno, si se cumplen los plazos inicialmente previstos. El proyecto, cuyo importe asciende a 320.000 euros, está financiado en un 75 por ciento por el programa del “1,5 por ciento cultural”, que gestionan conjuntamente el Ministerio de Fomento y el de Cultura. Este programa responde a lo determinado en el artículo 46 de la Constitución que señala que “los Poderes Públicos deben garantizar la conservación y promover el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran”. Para ese fin, la Ley de Patrimonio Histórico estableció en 1985 el porcentaje mínimo del 1 por ciento a aplicar sobre el presupuesto de las obras públicas que se ejecutan por la Administración del Estado. En 2014, el Ministerio de Fomento amplió su aportación, pasando del 1 al 1,5 por ciento del presupuesto de las obras que licita. El 25 por ciento restante de la actuación en la reja lo aporta el Ayuntamiento de Guadalajara que fue quien solicitó en 2017 a Fomento esta subvención después de haber llevado a cabo en ella en 2014 una actuación previa de saneamiento y mejora, por importe de más de 100.000 euros. Cabe recordar que fue también el entonces equipo de gobierno de Antonio Román el que ejecutó en 2010 la magnífica obra de construcción del parque de Adoratrices que, además de incrementar las zonas verdes de la ciudad, conllevó la puesta en valor de un entorno histórico-artístico de primer orden, previamente ocupado por un viejo solar abandonado, deteriorado y sucio 355 días al año y que solo durante 10 hacía de recinto ferial y, además, en precarias condiciones.

«Lo he dicho en muchas ocasiones y lo diré en cuantas sea necesario y más: Guadalajara es una ciudad que, por diversas causas, ha visto deteriorarse en el tiempo, de forma muy notoria, incluso sangrante a veces, su patrimonio histórico-artístico, pero que aún conserva una parte significativa de él que hay que gestionar de manera activa y adecuada «

La reja de Adoratrices fue declarada Bien de Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1993, por lo que es un bien protegido. Se trata de un elemento excepcional de la cantería y rejería del siglo XIX, del estilo ecléctico propio de la segunda mitad de esa centuria -en este caso se combinan los gustos renacentista y plateresco- cuyo proyecto y ejecución se deben al eminente arquitecto burgalés, Ricardo Velázquez Bosco, quien llevó a cabo en Guadalajara algunas de sus obras de referencia, gracias a la Condesa de la Vega del Pozo. Por expreso encargo de ésta, Velázquez Bosco proyectó y dirigió las obras del Panteón y la Fundación de la Condesa, espléndido conjunto de edificios perimetrado por la artística cerca de la que ahora solo se conserva la original en el tramo que está restaurándose, tras, en unos casos, haberse perdido los muros del norte y el oeste no enrejados, y, en otros, haberse sustituido por unos nuevos, como el que discurre por la calle santa María Micaela. Por cierto, esta santa canonizada en 1934, era tía de la propia Duquesa y fueron las religiosas Adoratrices, que ella fundara, unas de las principales beneficiarias de su herencia, pese a morir ab-intestato, es decir, sin dejar testamento hecho. Otras destacadas obras de Velázquez Bosco realizadas en la capital y auspiciadas por la Duquesa fueron las del palacio de ésta -hoy colegio Maristas– y el poblado de Villaflores, actualmente en lamentable estado de ruina y abandono, pese a que la mercantil que urbanizó el espacio de Valdeluz que pertenece al término municipal de Guadalajara debió depositar una importante fianza para acometerse en él obras de restauración y acondicionamiento. Confío en que el nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento desbloquee este tema, al igual que el del Fuerte -que ya huele-, y consiga que la Junta se implique de una vez por todas y no con cuentagotas en la recuperación patrimonial de Guadalajara, aunque sea con las migajas de lo que ha quedado en las importantes inversiones que en este sentido ha hecho en otras ciudades de la región, especialmente en Toledo.  

Lo he dicho en muchas ocasiones y lo diré en cuantas sea necesario y más: Guadalajara es una ciudad que, por diversas causas, ha visto deteriorarse en el tiempo, de forma muy notoria, incluso sangrante a veces, su patrimonio histórico-artístico, pero que aún conserva una parte significativa de él que hay que gestionar de manera activa y adecuada, primero restaurándolo debidamente, y, después, adaptándolo a nuevos usos, en el caso de los edificios de carácter civil cuya funcionalidad primigenia haya cesado ya o quedado obsoleta. Y en el Fuerte y en Villaflores, a mi juicio, es por donde hay que empezar, entre otras razones porque o bien hay sentencias -caso del Fuerte- que obligan en este caso a la Junta a intervenir en él, o hay ya recursos económicos -caso de Villaflores- para poder iniciar actuaciones que, al menos, lo salven de la ruina y paralicen su progresivo deterioro. Si quieren ideas para llevar a cabo después en el antiguo poblado, Javier Borobia y yo, cuando coincidimos en el ayuntamiento en el mandato 2003-2007, ya lanzamos una batería de ellas que pueden servir de partida, o no, pero que por lo menos contribuyan a abrir el debate de futuros usos de ese singular conjunto arquitectónico.

En todo caso, hoy aplaudo la actuación que se está llevando a cabo en la valla/verja/cerca/reja de Adoratrices, promovida por el anterior equipo de gobierno municipal, e invito al actual a que la complemente arreglando y adecuando la acera que da a san Roque e iluminando monumentalmente la propia reja; si esto último se hace bien y con las tecnologías actuales, puede quedar espectacular.  

Luz de enero

                               Enero es un mes que por estos lares castellanos, que no manchegos -recuerden que el límite septentrional de la Mancha está en las tierras conquenses de Tarancón-, se presenta siempre frío y húmedo, como no podría ser de otra manera pues acabamos de superar el solsticio de invierno que es el momento en que acortan más los días y, por ende, se estiran las noches como una longaniza, por utilizar como símil un producto matancero, ahora que llega pronto San Antón, cuando dice el refranero que ya no debes tener en la pocilga tu lechón.

                               Enero suele ser frío, sí, especialmente si viene ventoso, como también suele ser húmedo, sobre todo en los valles y en las umbrías donde escarchas y cencelladas se suceden sin solución de continuidad y dan a la tierra un tono albino por la falta de fuerza del sol. El color de enero en Castilla es el blanco de la helada -antes también de la nieve, cuando nevaba- y el marrón de la tierra pelada que duerme para no tiritar de frío; el sueño siempre es un buen abrigo. El sol de enero es frío como un témpano, pero claro y luminoso como el rostro y el halo de la Virgen en la Anunciación del conocido cuadro de Fray Angélico. La luz de enero es especialmente intensa, clara, límpida, transparente, cegadora… pero fría, como la mirada de un psicópata, como los ojos de un animal muerto, como el tacto del hielo o del metal alejado de cualquier foco de calor. Enero es un mes en el que la tierra se toma un respiro, se acuesta y se va a dormir hasta que el sol no solo traiga luz, sino también calor, puede que ya mismo en febrero o a más tardar en marzo, cuando se anuncia la primavera, aunque a veces se haga la remolona y retrase hasta abril. Enero, a pesar de ser el mes del invierno por excelencia, no deja de ser una promesa de primavera que nos hace su fría pero potente luz y que nos ayuda a ver desnuda a la naturaleza, que es cuando más se parece a sí misma. Las hojas y las flores en árboles y plantas, la muda de piel en animales, no dejan de ser máscaras que se pone la vida natural pues cuando más auténtica es, se nos muestra como el olivo del poema de Alberti, niño y viejo a la vez, pero ya sin “un saquito todo lleno de aceitunas colgado a la cintura” pues, precisamente en enero, acaba el tiempo de su recogida. Al discurrir de enero, pese a su luz breve, pero honda, Antonio Machado lo asimiló en su “Canción de invierno” con el paso por un “oscuro túnel” y un “húmedo encierro”, proponiendo como viático para superar esas horas crepusculares del invierno “tener una mujer al lado, en el hogar un leño…, y un libro que nos lleve desde la prosa al sueño”. ¡Hagan camino al leer!

                               ¿Y cómo va a ser este enero del bisiesto 2020, el MMXX en numerología romana? Pues, como decía irónicamente mi querido y recordado hermano, Carlos, el 1 de febrero lo podremos decir sin temor a equivocarnos, aunque si lo que queremos es entrar en el proceloso, arriesgado pero sugerente mundo de la pronosticación, podemos acudir a dos fuentes tradicionales: las cabañuelas y el antes archiconocido y usado en el hoy vaciado mundo rural “Calendario Zaragozano”. Recordemos que las cabañuelas analizan los fenómenos meteorológicos que se producen entre el 2 y el 13 de agosto -cada día se corresponde con un mes del año siguiente- y entre el 14 y el 25 de ese mismo mes; a estas segundas cabañuelas se les llama “retorneras”. En nuestra propia provincia siempre ha habido predictores meteorológicos que usaban las cabañuelas, pero no me consta que en la actualidad haya ninguno que lo haga, al menos de forma pública y notoria. Quien sí lo hace todavía y hasta goza de fama por ello, es el salmantino Manuel Briz y sus cabañuelas para 2020 pronostican un enero “muy frío, con nieblas y algo de agua y nieve”. Como verán, se trata de una adivinación poco adivinatoria pues que en enero haga mucho frío, haya nieblas y llueva o nieve es lo habitual. Pero si lo dicen las cabañuelas de don Manuel Briz, pues punto redondo.

                ¿Y qué dice el “Calendario Zaragozano” que va a hacer en enero? Pues esta vetusta publicación que fundó el astrólogo aragonés don Mariano Castillo y Ocsiero en 1840, y que actualmente se vende al precio de 2,40 euros, resume así el tiempo que nos espera en este mes con el que principia 2020: “Temporales de invierno, con vientos fríos del NE.; más adelante, abonanzará el temporal por los vientos del O. que serán templados y suaves; fuertes escarchas al final, borrascoso, lluvioso y de mejor temple por la influencia de los vientos del S. y SO, dominantes”. Tampoco es que el Zaragozano haya arriesgado mucho…

                En cualquier caso, enero seguirá trayéndonos esa luz, fría, sí, pero limpia y transparente como pocas, como la que nos acerca ese sol que se ve despuntar en la foto que acompaña este post, tomada en el parque de San Roque mientras las acacias aún tiritaban de frío, los patos metían la cabeza debajo del ala y comenzaba a brillar el rojo cinabrio de la cúpula neobizantina del panteón de la Condesa de la Vega del Pozo. Y a quien no le gusten ni enero ni el invierno que se consuele pensando que lo que va a ser, va siendo.

                ¡Feliz año nuevo a todos, un deseo que quiero que sea especialmente intenso para quienes menos felices les están dejando ser sus circunstancias!

¿Navidad imposible en la Guadalajara vaciada?

                               Por mucho que algunos -bastantes y cada vez más- se empeñen en darle un contenido intencionada y progresivamente más profano, la Navidad es una fiesta de absoluto contenido religioso en lo fundamental, aunque se le adorne por lo civil de espumillón, langostinos, turrón y centros comerciales, las pajas de ahora que dan mucho menos calor al niño que las de la caña del trigo, la cebada o el centeno de Belén, por muy humildes que fueren. Pese a que la Navidad coincida con el solsticio de invierno y en los ritos precristianos este ciclo también tuviera un señalado carácter festivo, si bien trufado de elementos idólatras, mágicos y esotéricos, la gran fiesta por el nacimiento de Jesús es la piedra angular de la religión cristiana que, junto con la filosofía griega y el derecho romano, conforman los tres pilares básicos de la cultura europea, exportada a otros continentes como ninguna otra ha logrado. Cada uno es muy libre de celebrar la Navidad, e incluso de no hacerlo, como le venga en gana, por supuesto, pero circunscribir ésta a un fasto por lo civil es renunciar a la esencia y los fundamentos, tanto materiales como inmateriales, que nos han sido transmitidos y que llamamos tradición. Tradición es una palabra de origen latino, como el setenta por ciento de las que conforman el idioma español, que deviene de “traditio”, que significa entrega, transmisión; es decir, la tradición es lo que se nos ha dado, lo que se nos ha legado por quienes nos han precedido y, por ende, lo que estamos obligados a entregar y a transmitir a quienes nos sucedan; si es que nos sucede alguien porque cada vez nacen menos niños, especialmente de familias residentes en zonas rurales de la provincia, y gran parte de los pocos que nacen marchan del pueblo a la ciudad antes de mocear si quiera.

                Según ha informado recientemente este diario en línea con datos del avance del INE,entre enero y junio de 2019 ha habido en Guadalajara 966 nacimientos (541 hombres y 455 mujeres) mientras que han fallecido 1085 personas (en este caso murieron más mujeres -536- que hombres -522-). Un saldo vegetativo negativo, por tanto, de 119 personas. Faltan por tabular los datos del segundo semestre del año, pero si se revisan las estadísticas pasadas, es tendencia el hecho de que mueran más personas de las que nacen en nuestra provincia y si este dato se circunscribiera solo al medio rural, sería demoledor. Los cada vez menos sacerdotes que hay en nuestra Diócesis y que, por ende, multiplican las parroquias a las que atender, tienen, figuradamente, llenas de telarañas sus pilas bautismales, mientras que han hecho ya rodales en los caminos de los cementerios de tanto transitarlos. A los niños se les ha olvidado nacer en los pueblos, mientras que los mayores se empeñan en morirse en ellos o, al menos, en ser enterrados allá donde están sus raíces y el polvo de los huesos de sus antepasados. Así las cosas, el saldo vegetativo de la Guadalajara más rural -que es el 80 por ciento de la provincia, aunque en ella solo viva menos de un 20 por ciento de la población-, más que un dato matemático, es un grito tan profundo y desolador como el que transmite el conocido cuadro de Munch, un clamor de angustia y desesperanza. Parecen, por tanto, imposibles las navidades en la Guadalajara vaciada, porque Navidad viene de natividad y en gran parte de ella el único niño que nace es Jesús… y tiene ya 2019 años. Pero la Navidad no es cuestión de cantidad, porque en ella solo nace un niño, en la ciudad más poblada o en el pueblo semivacío; la Navidad es un asunto de cualidades, de seres y de sentires, de calideces y esperanzas, de afectos y voluntades. Si nadie espera al niño en la gran ciudad, no nace, o lo hace en el más humilde de sus arrabales, los belenes de hoy; si hay una sola persona en el más pequeño y alejado lugar, pero le espera, Jesús nace en la plenitud que representan la humildad y la sencillez, los dos valores que confieren a los hombres de buena voluntad la verdadera paz. ¿Navidad imposible en las tierras y los pueblos vaciados? Es más difícil tener noticias de Jesús en las ciudades más grandes que en los pueblos más pequeños; en aquellas, el humo y ruido difuminan y contaminan todo, mientras que en estos no hay más sonido que el del silencio y en él se puede escuchar hasta la voz endeble de un niño que ni sabe ni quiere saber de intereses y cuyo único lenguaje es el amor.

                En este 2019 que me ha arrancado un hermano del corazón, en el tiempo del nacimiento de Jesús va a nacer también mi niño particular, Darío, a quien prometo mientras aún se piensa cuando nace que siempre le estaré esperando. Y es que la vida solo tiene sentido, y futuro, en la esperanza.

                ¡Feliz Navidad!   

Foto: Puesta de sol en el bosque de Arroyo de Fraguas. Noviembre 2019

La playa de Revuelta

En los últimos días de noviembre, en la Sala Tragaluz del Teatro Auditorio Buero Vallejo, se celebró un sencillo, pero sentido y justo homenaje póstumo a Fernando Revuelta Somalo, político local de izquierdas de larga trayectoria que hasta llegó a ser alcalde de la capital de forma interina durante cinco días, en julio de 1992, tras la dimisión de Blanca Calvo como alcaldesa, quien como cabeza de lista de IU lideró durante un año, un mes y un día el gobierno municipal, con el único apoyo de dos concejales: el propio Revuelta, que fue su primer teniente de alcalde, y Elvira Moreno. Aquel año de sorpresivo gobierno de IU fue un regalo envenenado que hizo a la ciudad el tacticismo político del PSOE pues, contrariado porque las bases de IU habían rechazado el pacto de gobierno de coalición con ellos, negociado, precisamente, por Fernando Revuelta y Javier de Irízar, decidió votar a la candidata de IU. Así, sumados los diez votos del PSOE a los tres de IU, Blanca Calvo accedió a la alcaldía, pero sin contar después con el apoyo socialista; bien al contrario, recibiendo una zancadilla tras otra a su titánica labor de intentar dirigir un consistorio con el apoyo de solo 3 de los 25 concejales que conformaban la corporación. Aquel año “que vivimos peligrosamente”, como algunos lo calificaron en el homenaje a Revuelta, acabó cuando, mediado 1992, la ciudad estaba semiparalizada al acumular una deuda de 1500 millones de pesetas y no tener presupuestos por la falta de acuerdo entre IU y PSOE, circunstancia que llevó a Blanca Calvo a dimitir y a Fernando Revuelta a ser alcalde los cinco días que transcurrieron desde la dimisión de la alcaldesa hasta la elección del nuevo alcalde, José María Bris. El candidato del PP fue elegido gracias a los votos de sus doce concejales y la abstención del socialista Fernando Planelles, justificando este su voto díscolo respecto al de su grupo en que la ciudad no podía seguir paralizada por más tiempo. Bien es sabido que Bris mantuvo la alcaldía los once años siguientes al lograr refrendar su labor con dos mayorías absolutas consecutivas.

                Aunque esos cinco días de julio de 1992 en los que Revuelta fue alcalde de Guadalajara, sin duda supusieron su acceso al cargo de mayor relevancia que alcanzó en su dilatado recorrido político, no pasan de ser mera anécdota y pura coyuntura si lo que se pretende es juzgar y valorar su biografía política, ancha, larga y profunda como pocas en el ámbito provincial y, especialmente, en el local. A Revuelta le conocí bien desde dos perspectivas y dos distancias que me permiten valuar su figura con cierta objetividad: primero, en mi calidad de periodista de “Flores y Abejas” -la añorada e histórica cabecera que en 1990 dio paso a “El Decano de Guadalajara”– y, después, como compañero de corporación suyo que fui en el Ayuntamiento de la capital, en el mandato 1999-2003, perteneciendo él al grupo socialista -entonces en la oposición- y yo al popular, en el último mandato de Bris. Revuelta acabó en las listas del PSOE procedente de Nueva Izquierda, una corriente socialdemócrata desgajada del PCE surgida en su crisis de los años 80 cuando ya estaba integrado en IU.

                Antes de conocer a Fernando como compañero de corporación, mi impresión periodística de él es que se trataba de un político vehemente, muy comprometido con sus ideas y beligerante con las de los demás, inteligente y trabajador. Cuando le traté más en profundidad, siendo ya compañeros de corporación, aunque en bancadas enfrentadas, además de corroborar y matizar mis apreciaciones previas sobre su persona, descubrí en él un perfil de persona de muchísima sensibilidad social, culta, dialogante y tolerante, esto último algo que, he de confesarlo, supuso toda una sorpresa para mi pues creía que la vehemencia estaba reñida con la tolerancia. De hecho, descubrir estos rasgos de la personalidad de Revuelta me ayudaron a conocerme y a tener un mejor concepto de mi mismo, pues no voy a ocultar que yo también soy muy vehemente, una circunstancia que se hizo demasiadas veces visible el tiempo que permanecí en política y que fue ocho años; demasiados. Por cierto, aprovecho la ocasión para decir públicamente que decidí dejar la política por causa del marxismo -de Groucho, no de Karl- pues tras algún sinsabor que otro y bastantes decepciones, dispuse que jamás volvería a formar parte de un partido que me aceptara como militante.

                Pero he venido a hablar de Revuelta, no de mí, y quiero volver a remarcar de su personalidad política su capacidad de diálogo y tolerancia que él, mejor que nadie, hizo compatibles con su vehemencia y apasionamiento, aunque estos dos últimos factores, a veces, solaparan y hasta eclipsaran aquellos otros dos cuando se le juzgaba superficialmente. En los pasillos del ayuntamiento y en las calles de la ciudad, él con sus ideas de izquierdas y yo con las mías liberales, charlamos muchas veces y nos pusimos de acuerdo en bastantes, porque les puedo asegurar que anteponía los intereses de Guadalajara a cualesquiera otros, y con esa filosofía y talante es muy fácil llegar a acuerdos conmigo.

                Iba a contar alguna anécdota vivida con Fernando que no dejaría en buen lugar a algún compañero suyo de bancada que, incluso, hoy sigue en política activa -es un decir-, pero no quiero solapar su merecido homenaje con nada ni nadie y, menos aún, con personajes que están en el mundo (político) simplemente porque pasan lista y pagan bien. Terminaré diciendo que Fernando Revuelta debe ser recordado, como muy bien comentó en su homenaje su viejo conmilitón comunista, Paco Palero, no como el hombre que fue alcalde de Guadalajara cinco días, sino como la persona que trabajó por esta ciudad y por sus gentes todos los días de su vida, con sus errores y sus aciertos, pero siempre con la mejor intención, el mayor compromiso y mucha dedicación. Y es que, debajo del asfalto de la dureza de sus gestos y palabras, Fernando guardaba la playa de la sensibilidad.

Foto: Fernando Revuelta con Elvira Moreno. Foto: Luis Barra.

La España vaciada… y seca

                               Una buena parte de Castilla y de Aragón, así como otras amplias zonas del interior de España llevan despoblándose progresiva e imparablemente desde mediados del siglo XX en que comenzó la emigración masiva del medio rural al urbano, que incluso aún hoy persiste. Esa sangría poblacional conllevó y aún sigue conllevando un acusado debilitamiento de las comunidades rurales en todos los órdenes y ámbitos: demográfico, social, económico y cultural, fundamentalmente. En poco más de tres décadas, la primera de ellas la de los años sesenta con la llegada del llamado “desarrollismo” y las inmediatamente siguientes, miles de pueblos españoles vieron diezmada su población de tal forma que pasaron de tener varios centenares de habitantes mediado el siglo pasado a quedarse literalmente despoblados, o casi, cuando ya iba de vencida la centuria. La pérdida de población del medio rural en la España de interior fue tan drástica en aquellos años que hasta pareció que se frenaba en el horizonte del siglo XXI cuando, en realidad, ese diezmarse los pueblos a goteo en vez de a chorro como en años precedentes no era más que la consecuencia lógica de que lo ya muy despoblado, apenas podía despoblarse más.

A esa España que perdió tantas figuras en el paisaje rural, a ese campo que cambió buena parte del terreno de labrantío por barbechera, a esos viñedos arrasados por el mildiu, la filoxera y la falta de brazos para podarlos y labrarlos, a esos olivares abandonados, a esos huertos sin hortelanos que implicaron aquellos años de diáspora, silencio y soledad para las comunidades rurales, también les acompañó un terrible mal: la pérdida de una importante parte de su rica y singular cultura, tanto material como inmaterial. A esa España despoblada -un concepto humano-, bien es sabido que últimamente la han bautizado con una noción puramente física: “la España vaciada” que, hasta es probable, pueda tener su propio ministerio estatal al igual que ya tiene un comisionado regional. Mucho me temo que elevar al rango de ministerio esta realidad socioeconómica sea una medida más efectista que efectiva y que, incluso, conllevará una nueva e importante carga de cargos y asesores para las cuentas públicas, estando por ver que desde esa cartera se consigan adoptar medidas verdaderamente eficaces para que deje de despoblarse el medio rural y, a ser posible, incluso comience a repoblarse. No obstante, concederemos el beneficio de la duda al nacimiento, si es que finalmente se produce, de ese ministerio de la despoblación, aunque el escepticismo anide lógicamente en nuestro ánimo después de tantos años de hablarse de este problema y no resolverse; incluso, ni siquiera, paliarse. Aún recuerdo, en tiempos aurorales de nuestra autonomía, a un consejero regional leyendo un “Manifiesto de la España desierta” en Villacadima, uno de los símbolos más notorios de la despoblación provincial. Este bello pueblo de la Guadalajara más septentrional, en el que actualmente hay censadas dos personas y que depende administrativamente de Cantalojas, en apenas un lustro, entre los años sesenta y setenta, perdió prácticamente toda su población, dejando huérfano su alto páramo limítrofe con las tierras segovianas de Ayllón. También dejó literalmente abandonada su espléndida iglesia románica rural que, un servidor, llegó a conocer abierta de par en par, con huesos de las sepulturas de su interior esparcidos por el suelo y entremezclándose con restos materiales de la ¿civilización? urbana como latas de conserva y botes de bebida vacíos, papeles de periódico, cristales rotos, etc. Una auténtica plasmación material y conceptual del abandono, vamos.

Como saben, desde hace ya un cierto tiempo es recurrente la presencia en las escaletas de los telediarios nacionales de algún pueblo de la “España vaciada”, especialmente el de Antena 3 de los domingos a mediodía. En el del día 17 se emitió un reportaje en el que aparecieron vecinos de Durón y Chillarón del Rey comentando y opinando sobre la dura realidad de estos pueblos semivacíos, especialmente cuando llega el invierno. Un vecino de Durón de mediana edad se quejó de que para comprar patatas tenían que desplazarse 27 kilómetros; una señora mayor del mismo pueblo protestó lo que tarda en llegar una ambulancia si es requerida por alguna urgencia, pero lo que más me llamó la atención fue que, cuando a una vecina de Chillarón, también ya mayor, le preguntaron sobre qué es lo que más se necesitaba en el pueblo, dijo: “¡Agua!”. Seguro que saben que Chillarón es un pueblo ribereño de Entrepeñas y que, pese a ello y al igual que otros pueblos de la zona, tiene problemas frecuentes de abastecimiento de agua, tanto en cantidad como en calidad. Es una injusticia manifiesta y un auténtico despropósito que el agua de Entrepeñas y de Buendía riegue huertas levantinas mientras los ribereños pasan sed. Y ahora, para más “inri”, el dicharachero consejero, Francisco Martínez Arroyo, reclama que se envíe más agua desde la cabecera del Tajo a las Tablas de Daimiel porque están más secas que la mojama -entre otras razones porque sus acuíferos los esquilman y agotan regantes de la zona-, al tiempo que reivindica que se termine de una vez y se use en todo su potencial la llamada “Tubería Manchega”, que nació para derivar el agua de la cuenca del Tajo también a la del Guadiana. Lo sangrante es que esa tubería se está financiando con el dinero que ingresa la Junta de Comunidades -más bien de “calamidades”, por este y otros sangrantes casos de “mancheguitis” aguda- del dinero que pagan los regantes levantinos por el agua que les llega del Trasvase Tajo-Segura.

Esperamos que el comisionado regional que Page ha nombrado para luchar contra la despoblación, Jesús Alique, sacedonense de origen y, por ende, ribereño de Entrepeñas y de Buendía, arregle entuertos como estos que no se entienden, gobierne quien gobierne, y que, lejos de solucionarse, se enmarañan cada vez más, pese a la demagogia política. La cabecera del Tajo no da para más y muchos de sus pueblos, además de vacíos, están secos. Falta agua en calidad y en cantidad en las casas, a pesar de ser ribereños de la cabecera de los trasvases al Tajo y al Guadiana. Decía el expresidente Zapatero que la tierra no es de nadie, solo del viento; la frase es muy bonita, muy poética, muy candorosa, muy “zapateril”… y podía extenderse también al agua, diciendo que no es de nadie, solo de las nubes y el sol; pero clama al cielo que un rincón de la España vaciada esté sedienta, mientras se refleja en el azogue húmedo de Entrepeñas y Buendía. ¡Y venga trasvases y venga tuberías, pero solo de ida, nunca de vuelta!

Mañueco abrevia la historia de Castilla en 220 páginas

Si hay un escritor prolífico en Guadalajara, ese es, sin ningún genero de duda, el compañero en los blogs de Guadalajara Diario, Juan Pablo Mañueco, a quien desde estas líneas quiero mostrar públicamente mi admiración, no solo por lo mucho que escribe, sino porque la mayor parte de lo que escribe está muy bien escrito, documentado y fundamentado. Sus palabras, como diría Lázaro Carreter, son auténticos dardos, no porque hieran, sino porque van al mismo centro de la diana del idioma por su precisión y adecuación al ser usadas. De casta le viene, pues profesionalmente fue profesor de instituto de Lengua y Literatura Españolas, docencia que ejerció en centros madrileños y guadalajareños. Precisamente, él fue “gato” de cuna, pero con apenas unos meses de edad cambió su gatera madrileña por el panal alcarreño, tierra natal de su familia materna. Y aquí que se avecindó desde que andaba a gatas -hoy, sin pretenderlo, va la cosa de mininos…- y aquí continúa avecindado, para mejora cuantitativa del padrón local y beneficio personal e intelectual de sus vecinos, entre los que me encuentro pues compartimos geografía de barrio en las proximidades del viejo arrabal de Santa Catalina, vulgo la calle Amparo.

                La última de las obras que ha escrito Mañueco tiene por título, nada más y nada menos, que “Breve historia de Castilla (De los orígenes al siglo XXI)”, suma 220 páginas y contiene 65 ilustraciones a color. He escrito que nada más y nada menos porque si hay algo extenso y de una dificultad extrema para abreviar, esa es, precisamente, la historia de Castilla, la tierra con mayor peso y poso históricos de cuantas se sumaron para que naciera España pero que, sorprendentemente, no tiene reconocimiento unitario en el mapa autonómico actual; bien al contrario, hay tierras castellanas en cinco regiones españolas: Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, La Rioja y Cantabria e, incluso, si buscamos su huella, aún la podemos encontrar en otras.

                Dejo para una futura ocasión un tratamiento y valoración más exhaustivos de esta breve historia castellana de Mañueco, pero, cuando apenas he tenido tiempo de echarle un vistazo y ya he comenzado a disfrutarla, no he querido que pasara un momento más sin contribuir a la difusión de su aparición editorial y a recomendar encarecidamente su adquisición a los historicistas y a los que no lo son, a los castellanistas y a quienes no lo son; eso sí, solo apelo a los curiosos, a los inconformes y a quienes les gusta ampliar el conocimiento y profundizar en él con un sentido crítico, mientras que a los quietos, a los ilusos, a los que les da igual ocho que ochenta y a quienes no llevan un cencerro colgado al cuello, pero podrían llevarlo, a esos y a algún indolente más, les invito a que no lean esta obra. Por cierto, si el contenido del libro es estimable, el continente, o sea, su diseño y edición, que han corrido a cargo de Aache, son magníficos, a la altura del elevado nivel de esta editorial guadalajareñísima de Antonio Herrera Casado a quien hace tiempo que estamos tardando en poner un monumento, y no solo por su espléndida labor editorial, sino por su extraordinario trabajo como Cronista Oficial de la Provincia, destacando en él muy especialmente su labor divulgativa.

                Con un simple hojear y ojear el último trabajo editorial de Mañueco, pronto es advertible que el autor no se ha conformado con ir a lo sencillo y al terreno ya trillado, resumirlo, aportar mínimamente para no sonrojarse, sumar otro ISBN más y santas pascuas. Lejos de ello, no solo ha escrito una historia breve de Castilla desde que podemos hablar de ella ya así bautizada o tenida, sino que se ha remontado a la geografía eterna y la historia previa del territorio que después fue Castilla, llegando en esa noche de los tiempos nada más y nada menos que al “homo antecessor” hallado en la sierra burgalesa de Atapuerca. Historia que nos trae hasta nuestros días pues, con toda intención de dar un presente y abrir un futuro a una tierra que parece tener solo pasado para muchos, Juan Pablo dedica un último capítulo a la “Situación actual castellana” e, incluso, nos hace llegar un mensaje de esperanza hasta a los más descreídos como soy yo, titulando así un epígrafe de este postrer capítulo: “Algunos síntomas de mejoría en los últimos años”. Leídas sus palabras al respecto, aunque ya con unas cuantas cicatrices en el corazón, he recordado aquellos momentos de mi mocedad en los que iba detrás del Nuevo Mester de Juglaría, allá donde llevaran su música, su compromiso castellanista y su contento, para cantar/gritar al viento con ellos “Castilla, canto de esperanza”, el fragmento tomado del poema “Los comuneros”, de Luis López Álvarez, que acababa así:

Quién sabe si las cigüeñas

han de volver por San Blas,

si las heladas de marzo

los brotes se han de llevar,

si las llamas comuneras

otra vez repicarán:

cuanto más vieja la yesca,

más fácil se prenderá,

cuanto más vieja la yesca

y más duro el pedernal:

si los pinares ardieron,

¡aún nos queda el encinar!

Castilla nos lleva esperando mucho tiempo a los castellanos, confío en que sentada. Soy castellanista, sí, lo he sido y lo voy a seguir siendo, pero lo mejor que he mamado de Castilla ha sido su generosidad y apertura para renunciar a sí misma con el fin de que naciera España. Castilla siempre ha sumado, mientras otros solo han querido, quieren y querrán restar y dividir. Juan Pablo Mañueco, con su breve historia de nuestra Castilla, nos aporta conocimiento, pero también reflexión crítica. Ya están tardando en leer su libro. Avisados quedan.

Barcelona: Amics per sempre

Todo el mundo -o casi- ha oído, y más de una vez, la canción “Barcelona”, compuesta por el mítico cantante de Queen, Freddie Mercury, y cantada a dúo por él mismo y la también mítica soprano catalana y española, Monserrat Caballé. Aquel tema fue la banda sonora más recurrente e internacional de los exitosos y recordados juegos olímpicos de Barcelona´92, aunque la más popular fue la canción de despedida de las olimpiadas, “Amigos para siempre”, compuesta y cantada por “Los Manolos”, conocidos rumberos catalanes que ensancharon su fama con aquella pegadiza y alegre melodía.

Aunque los increíbles agudos salidos de las magníficas voces de Mercury y de la Caballé permanecen imborrables en nuestra memoria acústica, es muy probable que pocos hayan reparado en la letra de esta canción pues, al menos que yo sepa, siempre se cantó en inglés y jamás se hizo versión de ella en castellano. Y creo que tampoco en catalán. Como las nuevas tecnologías permiten casi todo, con mi inglés básico de los Salesianos y, sobre todo, la ayuda de un traductor “on line”, he sabido que esta canción contaba el feliz encuentro de una pareja en Barcelona, que allí vivía su sueño y que, si Dios lo quería, volverían a encontrarse allí de nuevo. Les copio y pego, traducida, la parte magra de la canción:


Desearía que mi sueño nunca se fuera
Wish my dream would never go away
Barcelona – Fue la primera vez que nos encontramos
Barcelona – It was the first time that we met

Barcelona – ¿Cómo puedo olvidar?
Barcelona – How can I forget

En el momento en que entraste en la habitación me dejaste sin aliento
The moment that you stepped into the room you took my breath away

Barcelona – La musica vibró
Barcelona – La musica vibró

Barcelona – Y ella nos unió
Barcelona – Y ella nos unió

Y si Dios quiere nos volveremos a encontrar, algún día
And if God willing we will meet again, someday

Como sí es de amplísimo conocimiento, el “Amigos para siempre” de Los Manolos, cantada simultáneamente en castellano, en catalán y en inglés, es un canto a la amistad, la fraternidad y la apertura y la hospitalidad que, hasta hace no mucho, eran las señas de identidad de Barcelona, la ciudad más europea y cosmopolita de España durante mucho tiempo, pero a la que el nacionalismo extremo está condenando a ser, lamentablemente, solo la capital de un corralito provinciano, trasnochado, endogámico y paleto. Esto cantaban Los Manolos cuando se despedían cordialmente del mundo al acabar las olimpiadas españolas de Barcelona´92, que tanto nos hicieron disfrutar a los amantes del deporte y que tanto bien, progreso y desarrollo llevaron a la capital catalana, gracias no solo a su gobierno autonómico, sino al esfuerzo conjunto de todo el Estado español:

Es la amistad, amor y la fraternidad
todos unidos en la vida hemos de estar
para poder compartir nuestra amistad
amigos para siempre.

Esos valores y esos sentimientos que emanan de la canción de Los Manolos, ahora mismo, son una utopía en Barcelona cuando durante mucho tiempo fueron una espléndida y admirable realidad. Los polvos que el nacionalismo supuestamente moderado fue removiendo en el camino de la democracia aprovechándose del nuevo estado de las autonomías, han traído estos lodos de hoy que han terminado deviniendo en la tremenda violencia desatada en las calles de la ciudad condal, protagonizada por una minoría radical, sí, pero alentada por muchos y hasta jaelada por no pocos. Recuerdan la expresiva frase de Xabier Arzallus, uno de los padres de todos los nacionalismos y arquetipo de sibilino: “Es preciso que unos muevan el árbol para que otros cojamos las nueces”.

He admirado Barcelona y paseado y disfrutado por y en ella no pocas veces, cuando era una ciudad abierta al mundo; hoy es una ciudad en la que muchos, demasiados, solo se miran el ombligo y se calan la barretina hasta taparse los ojos y también los oídos. A esos, que no son todos, pero que repito que son demasiados, les quiero invitar a reflexionar sobre un viejo lema castellano: “Nadie es más que nadie”.

Rectificar no solo es de sabios, también es de prudentes. Y sin prudencia, la vida es una montaña rusa, no catalana.

Zasca “pa” ti

                Corrían los principios de los años setenta del siglo pasado cuando el gran guitarrista mejicano, Carlos Santana, sacó una de esas canciones que al sonar en las discotecas bajaba la intensidad de la luz, hacía que los bailongos de suelto se fueran a la barra a tomar un medio de Larios con Coca Cola y las parejas ocuparan su lugar en el centro de la pista para bailar agarradas hasta donde ella lo permitía. Me refiero a “Samba pa ti”, un tema que, como era habitual en aquella etapa musical de Santana, llevaba a máximos los agudos del punteo de su guitarra, una mítica PRS que vino a romper la dicotomía previa entre la Fender y la Gibson como instrumentos eléctricos top de cuerda. A “Samba pa ti” le siguieron otros inolvidables temas del músico jalisciense que también dejaron huella en las pistas de baile de las discotecas de medio mundo y parte del otro medio: “Europa” o “Mujer de magia negra”, entre ellas; la primera, una canción lenta que también ponía a cien los corazones de los enamorados y les invitaba a arrimarse en la pista bien agarrados y, la segunda, una extraordinaria combinación de blues y de rock, compuesta por Peter Green, el guitarrista de la banda inglesa Fleetwood Mac, a la que Santana añadía la angostura latina. Confieso que las bandas sonoras de mi adolescencia más hormonal fueron “Samba pa ti” y “Europa” porque el tempo lento de ambos temas y los agudos de los punteos de Carlos Santana me llevaban a soñar con los pies que es la metáfora con la que otro grande, Joaquín Sabina, define al baile; y, recordemos, que los hijos de aquellas primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX éramos carne de discoteca, el lugar que más parejas ha unido con el permiso de las iglesias y de los juzgados.

                Confieso que hoy iba a escribir solo de política, aunque cada vez me da más pereza hacerlo porque, convendrán conmigo, el patio actual de la cosa común en España, y aún en parte del extranjero, está como de mírame y no me toques. Bueno, más que un patio, parece un gallinero porque la clase política de esta hora no hace más que piar y tratar de picotear al contrario, con la inestimable y ya imprescindible ayuda de las redes sociales que se han extendido como yedra pero han reducido los mensajes a un número de caracteres limitados. En ellas, todo el mundo practica -mejor dicho, lo hacen los “community manager” a sueldo que pagamos todos- el “zasca pa ti”, que es una bofetada dialéctica que dura en la red menos que duraba la música lenta en las discotecas. ¿Entienden ahora por qué he comenzado hablando de Carlitos Santana?

                Aunque seguramente a muchos blogueros, especialmente a los coetáneos míos, les apetecería más que siguiera hablando del músico que mejor combinó el jazz, el blues, los ritmos afro-cubanos y el sonido latino y que tanto nos ayudó a hacer químico el amor con los agudos largos de su guitarra, la actualidad manda y en España hace tiempo que no dejan de ser noticia permanente los procesos electorales: en cuatro años, hemos sido citados a las urnas en tres ocasiones para celebrar elecciones generales, incluidas las próximas del 10 de noviembre. A estos comicios cabe añadir la triple cita que tuvimos el 26 de mayo pasado, apenas un mes después de celebrarse las últimas generales que, por cierto, solo han servido para que ganaran un pastizal los diputados y senadores electos -y sus numerosos y costosos asesores, por supuesto-, a pesar de que la actividad parlamentaria ha sido casi nula.

                A falta de acción legislativa por no haber sido Pedro Sánchez capaz de formar gobierno pese a tener evidentes opciones de hacerlo por su izquierda y su derecha, la clase política -más bien casta ya, por sus privilegios, estanqueidad y sectarismo-, se ha dedicado a tuitear, retuitear y dar zascas, “pa” ti, “pa” mí, “pa él” y “pa” quien hiciera falta, en un juego virtual de tortazos dialécticos que me recuerda muy mucho a un cuadro de Goya que es una alegoría de la España de todo tiempo: “Duelo a garrotazos”. Así las cosas, y mientras la economía española da síntomas de estar constipada e, incluso, ya tiene tos perruna, dolor de cabeza y algo de fiebre, señales más propias de males mayores, en vez de ponerse remedio temprano a signos tan alarmantes en forma de un gobierno fuerte y serio, nos convocan de nuevo a elecciones a ver si el resultado le gusta y conviene más al convocante. Las elecciones son, efectivamente, la fiesta de la democracia, como se hartan de repetir de forma recurrente los políticos en las jornadas electorales, pero la fiesta siempre llega y tiene sentido después del trabajo y, en esta ocasión y en alguna de las precedentes, nuestros representantes no han dejado de estar de fiesta y, de trabajar, lo que se dice trabajar, bien poquito. Eso sí, han cobrado -ellos y sus muchos y caros asesores, vuelvo a repetir- como si se hubieran deslomado, cuando ni siquiera se han arremangado. Hemos vivido meses de pura cohetería política, de impostura y sobreactuación, vamos.

                El bipartidismo, al que tantos males se han achacado, empieza a parecer un problema menor comparado con las consecuencias que, al menos hasta el momento, ha traído el multipartidismo. La democracia, más que una forma de gobierno, es una suma de actitudes de diálogo, tolerancia y respeto hacia lo que piensan y hacen los demás, y una invitación continua a la negociación y al acuerdo en beneficio colectivo, algo que está laminando el tacticismo político de mirada miope, trufado de populismo. Y negociar no es imponer, sino ceder; eso sí, sin sobrepasarse nunca las líneas rojas de la unidad de España, de la igualdad de derechos y de deberes de todos los españoles y los demás principios y preceptos contenidos en la Constitución, que es revisable y modificable, sí, pero no incumplible y, menos aún, pisable.

                Si en aquella estupenda fábula de la España de la Guerra Civil que se representaba en “La Vaquilla”, de Berlanga, la trataban de torear y después comer las dos Españas de esa difícil y cruenta hora, a la actual la están trasteando ya cinco y subiendo, además de los nacionalistas que siempre han jugado a “forçados” con ella. Que no acabe derrengada y cadavérica como la de la película berlanguiana es deber de todos, como también lo es pasar factura a los políticos más inconsistentes, torticeros y veletas; y pongo el adverbio más, porque, lamentablemente, la inconsistencia, la falsedad y la veleidad ya son señas de identidad común a toda la clase política actual. O sea, mi consejo es que voten ustedes a lo menos malo que es votar con la cabeza y no con el corazón. El corazón, ahora, hay que dejarlo, como lo dejábamos cuando éramos jóvenes, para bailar pegados las canciones de Santana.

Sale el sol de otoño en Guadalajara

Gloria Fuertes, la gran poeta, en fondo y forma, de la Generación de los 50 que rechazó que le llamaran poetisa, que nació “a una temprana edad”, “sin una peseta” y que tras cincuenta años de trabajar “tenía dos”, le escribió “A Guadalajara” diciendo “porque no tienes nada/yo te canto mientras me peino” para en otro verso del mismo poema ir más allá y afirmar “Que estás allí plantada en medio de Castilla/como esperando algo que no llega”. No le faltaba casi toda la razón a esa pedazo de poeta que no lo era menos por gustar a los niños y escribir para ellos: Guadalajara, ciertamente, tiene muy poco, si nos referimos a la riqueza material que sí acumulan otras tierras de mayor fortuna y a las que han tenido que emigrar muchos guadalajareños en busca de prosperidad, dejando atrás carencias, cuando no miserias. Algo muy parecido a lo afirmado por Gloria Fuertes ya lo había dicho en décadas anteriores Ortega y Gasset en sus “Notas de andar y ver” que reunió en “El Espectador”: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!… ¿Habrá algo más pobre en el mundo?”. Y en la misma línea que la poeta que no quiso ser poetisa, dos buenos periodistas y escritores guadalajareños, Salvador Toquero y Santiago Barra, maestros, compañeros y amigos míos ambos, dedicaron su libro “Buscando a Cela en la Alcarria” “a las gentes de Guadalajara, que siguen esperando, a nada y a nadie, con una eterna sonrisa de resignación”.

                Pero, obviamente, Ortega, Fuertes, Toquero y Barra no son los únicos creadores que, en sus relatos, tanto en prosa como en verso, se han referido a estos 12,202,6 km2 de tierra castellana que llamamos

Guadalajara desde 1833 como un lugar que tiene poco o nada y cuyas gentes están instaladas en la desesperanza porque, o bien no esperan, o bien da igual que esperen pues nada tienen que esperar. El periodista, escritor y crítico literario José Montero Padilla, en su ponencia para el II Congreso Internacional de Caminería Hispánica titulada “Guadalajara como clave geográfica de la literatura (algunos aspectos)”, hizo un sintético pero gran trabajo recopilatorio de las referencias en la literatura española a nuestra provincia, contribuyendo de manera notable a localizarla en numerosos textos literarios. Este trabajo nos ha ayudado a conocer que, al contrario que el Coronel de la conocida novela de García Márquez, Guadalajara sí tiene quien la escriba, aunque como afirmara otro reputado periodista, Alejandro Fernández Pombolo que ocurre es que no se va a Guadalajara. Por Guadalajara se pasa y, sobre todo, se viene. Ciertamente, no todas las referencias a Guadalajara en la literatura han destacado de ella la pobreza de sus tierras o la desesperanza y resignación de sus gentes, si bien muchas, de una u otra forma, sí se han referido a esta como una tierra humilde y de gentes sencillas, no exenta, eso sí, de buenos paisajes y buen paisanaje. Cela, como no, es todo un paradigma de esto último que digo cuando asevera en su conocida dedicatoria de “Viaje a la Alcarria” a Don Gregorio Marañón: “La Alcarria es un hermosos país al que a la gente no le da la gana ir” -refiriéndose al paisaje, en este caso el de la comarca alcarreña- y “La gente me pareció buena: hablan un castellano magnífico y con buen acento y aunque no sabían mucho a lo que iba, me trataron bien y me dieron de comer, a veces con escasez, pero siempre con cariño” -valorando al paisanaje alcarreño-.

                Más de una vez nos hemos referido ya a ello por su importancia y hoy lo vuelvo a traer por su oportunidad: la primera ocasión o, cuando menos, la más señalada en que se cita a Guadalajara en una creación literaria de referencia, en un todavía balbuceante castellano, es en una jarcha -más bien una “muwaschaha”- datada a finales del siglo XI o principios del XII, de la que es autor el reconocido poeta y médico sefardita Yehuda Halevi, dentro de un panegírico dedicado a Josef ben Ferrusiel, médico judío de Alfonso VI:

Tan buona albischara

Des cuand mio Cidiello viénid

Com rayo de sol éxid

En Wadalachyara

(versión de Menéndez Pidal)

(Que podría traducirse de esta manera:

Cuando mio Cidiello (así era llamado Josef ben Ferrusiel) viene

¡qué buenas albricias!

Como un rayo de sol sale

en Guadalajara)

Pese a que Montero Padilla cita en su ponencia previamente referida esta afirmación de José Antonio Pérez Riojaquizá, de entre las capitales y tierras de Castilla la Nueva, figura Guadalajara como una de las menos glosadas literariamente”, en ella se hace referencia a importantes literatos

que han reparado en nuestra provincia en alguna de sus creaciones o a los que, en razón de cuna o residencia temporal, han dejado huella personal y literaria aquí, entre los que destaca a los siguientes: Juan Pérez de Castro, Bernardino de Mendoza, Luis Gálvez de Montalvo, Alonso Núñez de Reinoso, Alfonso Hurtado de Velarde, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Jovellanos, Moratín, Pérez Galdós, Azorín, Leopoldo Alas “Clarín”, Ángel María de Lera, José María Alonso Gamo, Ramón de Garciasol o Buero Vallejo, entre otros.

Termino esta reflexión sobre las letras y las guadalajaras a la que me ha llevado el inicio del otoño, el tiempo en el que el hombre y el paisaje se abrazan con la pasión de los amantes, con estos versos de Leopoldo Panero, el gran poeta astorgano de la Generación del 36, de su “Romance a Guadalajara”, dedicado al poeta humanense Ramón de Garciasol:

Brihuega, de vivas aguas;
Atienza, de piedras muertas;
Hita, pegada a su sombra;
de infancia y luna, Sigüenza.
Jadraque, bajo las águilas;
Cifuentes, mieses y leguas;
Auñón, colgado entre torres;
Sacedón, mojón de Cuenca.
…Arroyos y chirimías
moriscas ¡qué lejos suenan!
Pastrana, helado palacio;
Horche, desnuda en su vega.
Guadalajara y su nombre,
¡qué bien casan piedra a piedra!,
Tendilla, solar de conde;
Cogolludo, mar de ovejas.
¡Qué bien en el aire casan,
y en la luz de toda ella,
su placidez y su aroma:
romero, salvia, tristeza!
Qué bien el jilguero errante
cruza su alada presencia
con nosotros! ¡Qué sencilla
se pone el agua en la hierba!
Húmedos árboles juntos:
Torija, cavada huerta.
¡Gallinas, puertas, adarves
desamparados y en vela!
Surcos mellizos del cielo
-chirimías, damas, sedas-,
y en vez de huestes que avanzan,
olivares entre almenas.
Se apagan en el silencio
largos caminos de guerra:
Jirueque, torote, sombras
de espada en la tierra muerta.
¡Tenso rumor ondulado
del trigal, sin ruido apenas,
si no es el vuelo de un pájaro,
o el que hace, al rodar, la Tierra!

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