La playa de Revuelta

En los últimos días de noviembre, en la Sala Tragaluz del Teatro Auditorio Buero Vallejo, se celebró un sencillo, pero sentido y justo homenaje póstumo a Fernando Revuelta Somalo, político local de izquierdas de larga trayectoria que hasta llegó a ser alcalde de la capital de forma interina durante cinco días, en julio de 1992, tras la dimisión de Blanca Calvo como alcaldesa, quien como cabeza de lista de IU lideró durante un año, un mes y un día el gobierno municipal, con el único apoyo de dos concejales: el propio Revuelta, que fue su primer teniente de alcalde, y Elvira Moreno. Aquel año de sorpresivo gobierno de IU fue un regalo envenenado que hizo a la ciudad el tacticismo político del PSOE pues, contrariado porque las bases de IU habían rechazado el pacto de gobierno de coalición con ellos, negociado, precisamente, por Fernando Revuelta y Javier de Irízar, decidió votar a la candidata de IU. Así, sumados los diez votos del PSOE a los tres de IU, Blanca Calvo accedió a la alcaldía, pero sin contar después con el apoyo socialista; bien al contrario, recibiendo una zancadilla tras otra a su titánica labor de intentar dirigir un consistorio con el apoyo de solo 3 de los 25 concejales que conformaban la corporación. Aquel año “que vivimos peligrosamente”, como algunos lo calificaron en el homenaje a Revuelta, acabó cuando, mediado 1992, la ciudad estaba semiparalizada al acumular una deuda de 1500 millones de pesetas y no tener presupuestos por la falta de acuerdo entre IU y PSOE, circunstancia que llevó a Blanca Calvo a dimitir y a Fernando Revuelta a ser alcalde los cinco días que transcurrieron desde la dimisión de la alcaldesa hasta la elección del nuevo alcalde, José María Bris. El candidato del PP fue elegido gracias a los votos de sus doce concejales y la abstención del socialista Fernando Planelles, justificando este su voto díscolo respecto al de su grupo en que la ciudad no podía seguir paralizada por más tiempo. Bien es sabido que Bris mantuvo la alcaldía los once años siguientes al lograr refrendar su labor con dos mayorías absolutas consecutivas.

                Aunque esos cinco días de julio de 1992 en los que Revuelta fue alcalde de Guadalajara, sin duda supusieron su acceso al cargo de mayor relevancia que alcanzó en su dilatado recorrido político, no pasan de ser mera anécdota y pura coyuntura si lo que se pretende es juzgar y valorar su biografía política, ancha, larga y profunda como pocas en el ámbito provincial y, especialmente, en el local. A Revuelta le conocí bien desde dos perspectivas y dos distancias que me permiten valuar su figura con cierta objetividad: primero, en mi calidad de periodista de “Flores y Abejas” -la añorada e histórica cabecera que en 1990 dio paso a “El Decano de Guadalajara”– y, después, como compañero de corporación suyo que fui en el Ayuntamiento de la capital, en el mandato 1999-2003, perteneciendo él al grupo socialista -entonces en la oposición- y yo al popular, en el último mandato de Bris. Revuelta acabó en las listas del PSOE procedente de Nueva Izquierda, una corriente socialdemócrata desgajada del PCE surgida en su crisis de los años 80 cuando ya estaba integrado en IU.

                Antes de conocer a Fernando como compañero de corporación, mi impresión periodística de él es que se trataba de un político vehemente, muy comprometido con sus ideas y beligerante con las de los demás, inteligente y trabajador. Cuando le traté más en profundidad, siendo ya compañeros de corporación, aunque en bancadas enfrentadas, además de corroborar y matizar mis apreciaciones previas sobre su persona, descubrí en él un perfil de persona de muchísima sensibilidad social, culta, dialogante y tolerante, esto último algo que, he de confesarlo, supuso toda una sorpresa para mi pues creía que la vehemencia estaba reñida con la tolerancia. De hecho, descubrir estos rasgos de la personalidad de Revuelta me ayudaron a conocerme y a tener un mejor concepto de mi mismo, pues no voy a ocultar que yo también soy muy vehemente, una circunstancia que se hizo demasiadas veces visible el tiempo que permanecí en política y que fue ocho años; demasiados. Por cierto, aprovecho la ocasión para decir públicamente que decidí dejar la política por causa del marxismo -de Groucho, no de Karl- pues tras algún sinsabor que otro y bastantes decepciones, dispuse que jamás volvería a formar parte de un partido que me aceptara como militante.

                Pero he venido a hablar de Revuelta, no de mí, y quiero volver a remarcar de su personalidad política su capacidad de diálogo y tolerancia que él, mejor que nadie, hizo compatibles con su vehemencia y apasionamiento, aunque estos dos últimos factores, a veces, solaparan y hasta eclipsaran aquellos otros dos cuando se le juzgaba superficialmente. En los pasillos del ayuntamiento y en las calles de la ciudad, él con sus ideas de izquierdas y yo con las mías liberales, charlamos muchas veces y nos pusimos de acuerdo en bastantes, porque les puedo asegurar que anteponía los intereses de Guadalajara a cualesquiera otros, y con esa filosofía y talante es muy fácil llegar a acuerdos conmigo.

                Iba a contar alguna anécdota vivida con Fernando que no dejaría en buen lugar a algún compañero suyo de bancada que, incluso, hoy sigue en política activa -es un decir-, pero no quiero solapar su merecido homenaje con nada ni nadie y, menos aún, con personajes que están en el mundo (político) simplemente porque pasan lista y pagan bien. Terminaré diciendo que Fernando Revuelta debe ser recordado, como muy bien comentó en su homenaje su viejo conmilitón comunista, Paco Palero, no como el hombre que fue alcalde de Guadalajara cinco días, sino como la persona que trabajó por esta ciudad y por sus gentes todos los días de su vida, con sus errores y sus aciertos, pero siempre con la mejor intención, el mayor compromiso y mucha dedicación. Y es que, debajo del asfalto de la dureza de sus gestos y palabras, Fernando guardaba la playa de la sensibilidad.

Foto: Fernando Revuelta con Elvira Moreno. Foto: Luis Barra.

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