Elogio del pruno

                Que Guadalajara es una ciudad en la que abundan las zonas verdes no es una leyenda urbana ni un relato que hayamos comprado y aventado los propios guadalajareños para hacernos los machotes (con perdón), sino una realidad por la que debemos felicitarnos, aunque aún tengamos la asignatura pendiente de mejorar su limpieza y conservación; empero, en ese terreno también se ha avanzado mucho en los últimos 20 años. Mientras que la Unión Europea recomienda que las ciudades tengan una media mínima de 15 metros cuadrados de zona verde por habitante, Guadalajara tiene 25,90, un dato evidentemente positivo y que corrobora lo que antes decía. Vitoria es la ciudad más verde de España, en el sentido biológico, pues suma 26,76 metros cuadrados de parques y jardines públicos por habitante. Un parámetro, como verán, muy muy cercano al que ofrece Guadalajara. En algunos estudios que hemos consultado, la segunda ciudad de España con mayor número de zonas verdes por habitantes es León, con poco más de 17 metros cuadrados, quedando Madrid la tercera con 15. Guadalajara no aparece porque estos estudios se han realizado teniendo en cuenta solo ciudades con más de 100.000 habitantes y, sabido es, que la nuestra tiene un censo en la actualidad ligeramente superior a los 85.000, si bien se trata de población de derecho y no de hecho. Igualmente es una circunstancia bien conocida que en la capital residen durante muchos meses al año numerosas personas que están censadas en sus pueblos de origen, bastantes de ellos de la propia provincia. Esa población de hecho que sumar a la de derecho es muy difícil de cuantificar, pero algunos estudios la estiman en más de un 10 por ciento del censo por lo que Guadalajara estaría incluso más cerca de los 100.000 habitantes que de los 90.000.

                Según información oficial del propio ayuntamiento, la ciudad tiene 131 zonas verdes diferenciadas que suman un total de 2.224.312 metros cuadrados de extensión. La zona verde más amplia está en la Ampliación de Aguas Vivas y tiene una superficie de 269.132 metros cuadrados, si bien este sector urbanístico, aunque ya urbanizado, aún está en fase inicial de desarrollo, de tal forma que, a su gran extensión verde, más que una zona convencional de parque y jardín público, podríamos considerarla un área de desarrollo natural y mínimo mantenimiento. El parque/parque más extenso y que desde su inauguración en noviembre de 2002 marcó un hito de recuperación medioambiental y buen diseño paisajístico es el Lineal del Barranco del Alamín, con una superficie de 130.000 metros cuadrados. Su mantenimiento y conservación, además, han sido desde el primer momento -y lo siguen siendo en la actualidad- todo un ejemplo a seguir, algo de lo que me alegro sobremanera pues tuve el honor y la responsabilidad de ejecutar esta nueva zona verde siendo concejal de medio ambiente, parques y jardines en el mandato 1999-2003, el último de José María Bris al frente del ayuntamiento. Fueron él y mi antecesor en el cargo, el querido y recordado Eugenio del Castillo, quienes en el mandato anterior (1995-1999) iniciaron el proyecto de recuperación ambiental de esta, hasta entonces, muy degrada zona de la ciudad, una barrera que impedía unir como es debido el casco urbano consolidado con los nuevos desarrollos de Aguas Vivas y demás sectores del este. A mi me tocó, siempre bajo la supervisión y superior autoridad de Bris, rematar la faena, abordar la fase más vistosa del proyecto e inaugurar el parque, pero la inicial y clave fue la anterior y a ellos es debida. Hablo de responsabilidades políticas pues las técnicas fueron, evidentemente, de los funcionarios municipales del área de urbanismo, obras y medio ambiente que hicieron un gran trabajo, reconocido por el propio Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha con una distinción especial.

                Esta entrada va ya camino de enfilar su final y, más que un elogio del pruno, está pareciéndolo de las zonas verdes de la ciudad. Incluso si alguien quisiera jugar a Freud, el último párrafo hasta podría tratarse de un autoelogio burdamente disimulado. Piense cada cual lo que quiera, aunque yo hoy he venido a elogiar el pruno y no voy a terminar y firmar este post sin hacerlo. ¿Pero a qué pruno quiero elogiar, a toda la especie en general, a uno en particular, al que aparece en la bella foto que complementa este texto compitiendo en verticalidad con la torre de Santa María, a todos los prunos, o solo a la variedad “pisardii” que es la que más abunda en la ciudad…? Pues mi elogio va dirigido, efectivamente, al prunus pisardii, también llamado pruno, ciruelo rojo o ciruelo japonés, que tanto abunda en la capital de un tiempo a esta parte pues, hace 40 años, apenas había algún ejemplar aislado en algunos parques, destacando solo dos de gran porte en los jardines del cementerio. En los primeros años del siglo XXI fue una especie recurrente y habitual en los proyectos de nuevas zonas verdes e, incluso, en viarios, como por ejemplo en la calle Virgen de la Soledad (sustituyó a las catalpas atacadas por la fumagina) o en la mediana de la avenida del Ejército, entre otros. El pruno es un árbol de la familia de las rosáceas, procedente de Asia, que se presenta como arbusto y como árbol -puede alcanzar hasta los 8 metros de altura-, tiene las hojas dentadas de color granate oscuro y sus vistosas flores son de color rosa. Precisamente este elogio al pruno viene dado por la notoria y bella floración en la que está desde mediado este suave invierno y en la que persiste cuando ya está finalizando. La floración del pruno es un anuncio de primavera, como antaño lo eran las cigüeñas cuando, mediado el invierno, regresaban de su migración al sur de España y el norte de África; ahora ya no se marchan porque se han hecho adictas a comer en vertederos y no les falta nunca alimento al habernos convertido en una sociedad que genera residuos de manera creciente e irresponsable. Por San Blas, volvían; por los basureros, se quedaron las cigüeñas y eso que, durante un tiempo, parecía que iban a desaparecer de nuestro entorno porque cada vez regresaban menos. DALMA hizo mucho por ellas con aquella campaña que nominó “¡Tienen que seguir volviendo!”.

                Y ya sí que termino con el elogio al pruno porque su efímera, pero notable, belleza en el tiempo de la floración es un regalo para la vista que nos podemos encontrar en muchos rincones de la ciudad. Yo he elegido este que se ve en la foto, tomada desde el solar que ocupó el histórico palacio del Gran Cardenal Mendoza que lleva ya tiempo esperando un estudio arqueológico que, a buen seguro, ofrecerá interesantes resultados, si es que llega a hacerse algún día. El pruno dialoga en la noche alcarreña con la enhiesta torre de Santa María, evocadora del minarete desde el que el muecín llamaba a la oración en su primitiva torre mudéjar, como ahora lo hacen las campanas en la cristiana, avalando que los dioses no emigran. El reino vegetal que representa el pruno hace que viva el inerte mineral en forma de ladrillo de nuestra vieja y hermosa concatedral. La belleza hace que dos reinos puedan hablar en el mismo idioma. ¡Cuanta idiocia en quienes se empeñan en construir torres de Babel!

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