Por mucho que algunos -bastantes y cada vez más- se empeñen en darle un contenido intencionada y progresivamente más profano, la Navidad es una fiesta de absoluto contenido religioso en lo fundamental, aunque se le adorne por lo civil de espumillón, langostinos, turrón y centros comerciales, las pajas de ahora que dan mucho menos calor al niño que las de la caña del trigo, la cebada o el centeno de Belén, por muy humildes que fueren. Pese a que la Navidad coincida con el solsticio de invierno y en los ritos precristianos este ciclo también tuviera un señalado carácter festivo, si bien trufado de elementos idólatras, mágicos y esotéricos, la gran fiesta por el nacimiento de Jesús es la piedra angular de la religión cristiana que, junto con la filosofía griega y el derecho romano, conforman los tres pilares básicos de la cultura europea, exportada a otros continentes como ninguna otra ha logrado. Cada uno es muy libre de celebrar la Navidad, e incluso de no hacerlo, como le venga en gana, por supuesto, pero circunscribir ésta a un fasto por lo civil es renunciar a la esencia y los fundamentos, tanto materiales como inmateriales, que nos han sido transmitidos y que llamamos tradición. Tradición es una palabra de origen latino, como el setenta por ciento de las que conforman el idioma español, que deviene de “traditio”, que significa entrega, transmisión; es decir, la tradición es lo que se nos ha dado, lo que se nos ha legado por quienes nos han precedido y, por ende, lo que estamos obligados a entregar y a transmitir a quienes nos sucedan; si es que nos sucede alguien porque cada vez nacen menos niños, especialmente de familias residentes en zonas rurales de la provincia, y gran parte de los pocos que nacen marchan del pueblo a la ciudad antes de mocear si quiera.
Según ha informado recientemente este diario en línea con datos del avance del INE,entre enero y junio de 2019 ha habido en Guadalajara 966 nacimientos (541 hombres y 455 mujeres) mientras que han fallecido 1085 personas (en este caso murieron más mujeres -536- que hombres -522-). Un saldo vegetativo negativo, por tanto, de 119 personas. Faltan por tabular los datos del segundo semestre del año, pero si se revisan las estadísticas pasadas, es tendencia el hecho de que mueran más personas de las que nacen en nuestra provincia y si este dato se circunscribiera solo al medio rural, sería demoledor. Los cada vez menos sacerdotes que hay en nuestra Diócesis y que, por ende, multiplican las parroquias a las que atender, tienen, figuradamente, llenas de telarañas sus pilas bautismales, mientras que han hecho ya rodales en los caminos de los cementerios de tanto transitarlos. A los niños se les ha olvidado nacer en los pueblos, mientras que los mayores se empeñan en morirse en ellos o, al menos, en ser enterrados allá donde están sus raíces y el polvo de los huesos de sus antepasados. Así las cosas, el saldo vegetativo de la Guadalajara más rural -que es el 80 por ciento de la provincia, aunque en ella solo viva menos de un 20 por ciento de la población-, más que un dato matemático, es un grito tan profundo y desolador como el que transmite el conocido cuadro de Munch, un clamor de angustia y desesperanza. Parecen, por tanto, imposibles las navidades en la Guadalajara vaciada, porque Navidad viene de natividad y en gran parte de ella el único niño que nace es Jesús… y tiene ya 2019 años. Pero la Navidad no es cuestión de cantidad, porque en ella solo nace un niño, en la ciudad más poblada o en el pueblo semivacío; la Navidad es un asunto de cualidades, de seres y de sentires, de calideces y esperanzas, de afectos y voluntades. Si nadie espera al niño en la gran ciudad, no nace, o lo hace en el más humilde de sus arrabales, los belenes de hoy; si hay una sola persona en el más pequeño y alejado lugar, pero le espera, Jesús nace en la plenitud que representan la humildad y la sencillez, los dos valores que confieren a los hombres de buena voluntad la verdadera paz. ¿Navidad imposible en las tierras y los pueblos vaciados? Es más difícil tener noticias de Jesús en las ciudades más grandes que en los pueblos más pequeños; en aquellas, el humo y ruido difuminan y contaminan todo, mientras que en estos no hay más sonido que el del silencio y en él se puede escuchar hasta la voz endeble de un niño que ni sabe ni quiere saber de intereses y cuyo único lenguaje es el amor.
En este 2019 que me ha arrancado un hermano del corazón, en el tiempo del nacimiento de Jesús va a nacer también mi niño particular, Darío, a quien prometo mientras aún se piensa cuando nace que siempre le estaré esperando. Y es que la vida solo tiene sentido, y futuro, en la esperanza.
¡Feliz Navidad!
Foto: Puesta de sol en el bosque de Arroyo de Fraguas. Noviembre 2019