Enero es un mes que por estos lares castellanos, que no manchegos -recuerden que el límite septentrional de la Mancha está en las tierras conquenses de Tarancón-, se presenta siempre frío y húmedo, como no podría ser de otra manera pues acabamos de superar el solsticio de invierno que es el momento en que acortan más los días y, por ende, se estiran las noches como una longaniza, por utilizar como símil un producto matancero, ahora que llega pronto San Antón, cuando dice el refranero que ya no debes tener en la pocilga tu lechón.
Enero suele ser frío, sí, especialmente si viene ventoso, como también suele ser húmedo, sobre todo en los valles y en las umbrías donde escarchas y cencelladas se suceden sin solución de continuidad y dan a la tierra un tono albino por la falta de fuerza del sol. El color de enero en Castilla es el blanco de la helada -antes también de la nieve, cuando nevaba- y el marrón de la tierra pelada que duerme para no tiritar de frío; el sueño siempre es un buen abrigo. El sol de enero es frío como un témpano, pero claro y luminoso como el rostro y el halo de la Virgen en la Anunciación del conocido cuadro de Fray Angélico. La luz de enero es especialmente intensa, clara, límpida, transparente, cegadora… pero fría, como la mirada de un psicópata, como los ojos de un animal muerto, como el tacto del hielo o del metal alejado de cualquier foco de calor. Enero es un mes en el que la tierra se toma un respiro, se acuesta y se va a dormir hasta que el sol no solo traiga luz, sino también calor, puede que ya mismo en febrero o a más tardar en marzo, cuando se anuncia la primavera, aunque a veces se haga la remolona y retrase hasta abril. Enero, a pesar de ser el mes del invierno por excelencia, no deja de ser una promesa de primavera que nos hace su fría pero potente luz y que nos ayuda a ver desnuda a la naturaleza, que es cuando más se parece a sí misma. Las hojas y las flores en árboles y plantas, la muda de piel en animales, no dejan de ser máscaras que se pone la vida natural pues cuando más auténtica es, se nos muestra como el olivo del poema de Alberti, niño y viejo a la vez, pero ya sin “un saquito todo lleno de aceitunas colgado a la cintura” pues, precisamente en enero, acaba el tiempo de su recogida. Al discurrir de enero, pese a su luz breve, pero honda, Antonio Machado lo asimiló en su “Canción de invierno” con el paso por un “oscuro túnel” y un “húmedo encierro”, proponiendo como viático para superar esas horas crepusculares del invierno “tener una mujer al lado, en el hogar un leño…, y un libro que nos lleve desde la prosa al sueño”. ¡Hagan camino al leer!
¿Y cómo va a ser este enero del bisiesto 2020, el MMXX en numerología romana? Pues, como decía irónicamente mi querido y recordado hermano, Carlos, el 1 de febrero lo podremos decir sin temor a equivocarnos, aunque si lo que queremos es entrar en el proceloso, arriesgado pero sugerente mundo de la pronosticación, podemos acudir a dos fuentes tradicionales: las cabañuelas y el antes archiconocido y usado en el hoy vaciado mundo rural “Calendario Zaragozano”. Recordemos que las cabañuelas analizan los fenómenos meteorológicos que se producen entre el 2 y el 13 de agosto -cada día se corresponde con un mes del año siguiente- y entre el 14 y el 25 de ese mismo mes; a estas segundas cabañuelas se les llama “retorneras”. En nuestra propia provincia siempre ha habido predictores meteorológicos que usaban las cabañuelas, pero no me consta que en la actualidad haya ninguno que lo haga, al menos de forma pública y notoria. Quien sí lo hace todavía y hasta goza de fama por ello, es el salmantino Manuel Briz y sus cabañuelas para 2020 pronostican un enero “muy frío, con nieblas y algo de agua y nieve”. Como verán, se trata de una adivinación poco adivinatoria pues que en enero haga mucho frío, haya nieblas y llueva o nieve es lo habitual. Pero si lo dicen las cabañuelas de don Manuel Briz, pues punto redondo.
¿Y qué dice el “Calendario Zaragozano” que va a hacer en enero? Pues esta vetusta publicación que fundó el astrólogo aragonés don Mariano Castillo y Ocsiero en 1840, y que actualmente se vende al precio de 2,40 euros, resume así el tiempo que nos espera en este mes con el que principia 2020: “Temporales de invierno, con vientos fríos del NE.; más adelante, abonanzará el temporal por los vientos del O. que serán templados y suaves; fuertes escarchas al final, borrascoso, lluvioso y de mejor temple por la influencia de los vientos del S. y SO, dominantes”. Tampoco es que el Zaragozano haya arriesgado mucho…
En cualquier caso, enero seguirá trayéndonos esa luz, fría, sí, pero limpia y transparente como pocas, como la que nos acerca ese sol que se ve despuntar en la foto que acompaña este post, tomada en el parque de San Roque mientras las acacias aún tiritaban de frío, los patos metían la cabeza debajo del ala y comenzaba a brillar el rojo cinabrio de la cúpula neobizantina del panteón de la Condesa de la Vega del Pozo. Y a quien no le gusten ni enero ni el invierno que se consuele pensando que lo que va a ser, va siendo.
¡Feliz año nuevo a todos, un deseo que quiero que sea especialmente intenso para quienes menos felices les están dejando ser sus circunstancias!