Ahora que hay tanto vendepatrias, tanto “inventa-naciones” y tanto sansirolé jugando a poner y quitar fronteras -sobre todo a ponerlas, pues quitarlas no es de bobos, sino de inteligentes-, he recordado una cita del poeta Rilke que afirma, con buen criterio, que “la verdadera patria de los hombres es la infancia”. Me he acordado de esta cita cuando he conocido una noticia de esas que suelen pasar desapercibidas para la gran mayoría porque van muy en cola en los diarios digitales, pero que a mi me ha removido el corazón: Ha muerto Félix Casas, el actor que encarnara al “Capitán Tan” en el programa infantil de TVE “Los Chiripitifláuticos” con el que merendábamos cada tarde los chavales de mi generación pues se emitió durante diez años, entre 1966 y 1976, cuando yo tenía entre 5 y 15 años. O sea, cuando viví en mi verdadera patria según la reflexión de Rilke.
“Los Chiripitifláuticos” lo conformaban un grupo de singulares personajes de sonoros nombres, como el sobreesdrújulo que les aglutinaba, cada uno con sus rasgos de personalidad muy bien acotados y diferenciados: El Capitán Tan era un hombre afable y muy viajado por lo largo y ancho del mundo; Locomotoro hacía el papel del niño disparatado metido en un cuerpo de hombre; el Tío Aquiles era un abuelo bonachón con mucho carrete y Valentina aportaba al grupo el toque femenino, además de mucha sensatez e inteligencia. Había otros miembros secundarios, como “Barullo” y “Poquito”, además de los malos malísimos de verdad, los “Hermanos Malasombra”, que, por supuesto, eran los malos de la película.
Aquella singular pandilla de personajes, que me saben a pan con chocolate o con mantequilla y salchichón, mis meriendas favoritas de niño, me huelen al hule de la mesa camilla del cuarto de estar de mi casa y al brasero de herraj y picón con el que entonces nos calentábamos, aunque también recuerdo de ese tiempo a las primeras estufas de butano, las llamadas “catalíticas”, que irradiaban no solo el calor bajo las faldas de la mesa como el brasero, sino por toda la habitación. “Los Chiripitifláuticos” me retrotraen a aquellos años sesenta en que comencé a despabilarme en la vida y de cuya mitad parten mis primeros recuerdos, mis primeros amigos, mis primeras heridas de guerras infantiles y hasta mis primeros amores de embozo, jamás declarados por temor a no ser correspondidos. Aquel programa de TVE emitido por VHF (muy alta frecuencia) en el primer canal -el segundo, precisamente, comenzó a emitir señal en 1966 en UHF (ultra alta frecuencia)- era inicialmente en blanco y negro, pero el color y el calor lo ponían Locomotoro y sus amigos que se colaron en nuestras vidas y en nuestras casas como si fueran unos miembros más de la familia. Aunque el Capitán Tan no hubiera salido nunca de su casa, él presumía de sus viajes “a lo largo y ancho de este mundo” y, dada la convicción con la que hablaba de ellos, nosotros le dábamos por muy viajado; pero para viajar no hace falta desplazarse, como demostró Emilio Salgari al no pisar jamás el sudeste asiático y, sin embargo, escribir “Sandokán”, la aventura del “Tigre de Malasia” que con tanto detalle describe aquellas exóticas y lejanas tierras y aquellos lejanos mares. El salacot del capitán Tan era suficiente para que los chavales que veíamos el programa con los ojos fijos en la pantalla y sin pestañear creyéramos que estábamos ante un aventurero de verdad y no uno de pacotilla. La credulidad de un niño la avivan la credibilidad de quienes le cuentan las cosas y aquellos “Chiripitifláuticos” eran nuestra “biblia” infantil, creyéndonos a pies juntillas todo lo que hacían y decían porque nos habían ganado el corazón.
Ha muerto el Capitán Tan a los 89 años de edad. El Tío Aquiles (Miguel Armario) murió hace 20 años y, si viviera, ya tendría 104. “Valentina” (Carmen Goñi) es octogenaria y reside en un pueblo de la sierra de Madrid, mientras que Locomotoro es el mayor del grupo que aún queda vivo y tiene más de 90 años. De los Hermanos Malasombra (Luis García Páramo y Carlos Meneghini) solo queda el primero, que está cerca ya de cumplir los ochenta, pues el segundo murió hace ya años. Dadas las edades de todos ellos, caigo en la cuenta de que quienes nos hacían pasar un rato entretenido y delicioso todas las tardes a través de la “pequeña pantalla” -el eufemismo más extendido para hablar del televisor- podrían haber sido nuestros propios padres e, incluso, nuestros abuelos, pero a nosotros nos parecían nuestros hermanos mayores.
Comenzaba citando a Rilke y termino haciéndolo con Facundo Cabral: “Lo mejor de la vida es gratis”. Y nosotros perdiendo el tiempo en retiñir por las cosas más absurdas y miserables, en elevar a noticia solo la política o la catástrofe y en ponernos unos enfrente de otros en vez de al lado. Hoy el diario de mi vida lo ha abierto una noticia que me entristece al tiempo que lleva a la nostalgia, que es la sonrisa amable de lo vivido: Se me ha muerto Tan, mi capitán Tan, que ya ha hecho su último viaje. ¡Hasta siempre!