Uno de los principales problemas de España continúa siendo Cataluña, pero la perversa política que se practica ahora ha desviado esa atención a Madrid, por causa de la pandemia de Covid-19 como excusa aparente, aunque todo apunta a que lo que en el fondo se ventila va más allá: asaltar el poder en la CAM. El gobierno de Sánchez-Iglesias y los/las tropecientos/as ministros y ministras que lo conforman, después de dejar a las comunidades autónomas al pairo para que ventilasen ellas solas los rebrotes estivales aduciendo que la sanidad es competencia suya, ha dictado una orden ministerial contra la voluntad de la de Madrid, reduciendo drásticamente la movilidad de los ciudadanos en la capital y otras nueve grandes ciudades de su entorno; un semi-confinamiento, vamos. No me voy a meter en el avispero de afirmar quién tiene razón en este asunto de si procedía o no dar esa orden por parte del gobierno español o si se debería haber dejado a la comunidad madrileña que siguiera adoptando las medidas que estimara convenientes, porque es un tema archicomplejo y que tiene mil aristas. Intuyo que las dos partes tienen algo de razón, pero ninguna toda ella, aunque parece que la CAM no se queja de vicio al denunciar que el ministerio dicta ordenes drásticas contra ella, pero no contra otras comunidades y/o ciudades en situación similar e, incluso peor, como es el caso de la Navarra que el PSOE gobierna gracias a Bildu. Lo lógico sería que el paso del tiempo diera la razón a quien más la tenga, pero según están ocurriendo las cosas últimamente, me temo que seremos incapaces de determinar quién llevaba la razón, o al menos la llevaba en mayor parte, y que lo que percibiremos será el relato interesado de ambos actores político-institucionales, es decir, su versión de la razón. La verdad, especialmente en estos tiempos del coronavirus, no es lo que es, es lo que parece, y en eso hay que reconocer que la izquierda suele dar sopas con honda a la derecha, incluido el centro que quiere representar Ciudadanos, pero que está muy lejos de representarlo. Creo que ya lo he dicho otras veces, pero lo repito: Una cosa es estar en medio y otra en el centro.
Lo que está ocurriendo, lo que ha ocurrido y lo que vaya a ocurrir en Madrid no es una cuestión baladí para los guadalajareños. Dada nuestra cercanía a la CAM, la conurbación casi ya sin discontinuidad entre la capital alcarreña y la de España, la interrelación social y económica que vertebra el Corredor del Henares o los nexos culturales e históricos entre ambos territorios, entre otros factores, nosotros no podemos mirar como meros espectadores lo que allí ocurre; somos también actores del entorno madrileño, unas veces de reparto y otras figurantes, pero actores al fin y al cabo. Lo que allí sucede nos importa y afecta, en ocasiones de forma directa y en otras más tangencial. Ahora mismo, con la orden ministerial de reducción de la movilidad en la capital y casi toda su área metropolitana, muchos guadalajareños que diariamente se tienen que desplazar a esa zona a trabajar, a estudiar, a un centro sanitario, a realizar gestiones o a lo que sea, evidentemente van a ver comprometida su propia movilidad. Igualmente les va a suceder a los madrileños que desde allí se desplazan a nuestra provincia para realizar tareas o acciones similares. Podría decirse que, si Madrid se constipa, Guadalajara también tose e, incluso, hasta esa tos puede agravarse y derivar en neumonía, aunque confío en que no sea la bilateral, que es como se ha certificado la muerte de muchas personas por coronavirus cuando a los médicos no se les ha permitido poner que esa ha sido la causa, por no habérseles hecho pruebas previas de diagnóstico a los fallecidos.
No quiero concluir esta entrada sin dejar constancia de mi solidaridad con los madrileños que, por causa de la Covid-19, están siendo quasi satanizados por algunos, incluso altos dirigentes políticos, como si en vez de personas fueran coronavirus andantes, pidiéndoseles que no salgan de su “madriguera” madrileña. A este respecto, les están dando desde diestra -por ejemplo, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco– y siniestra -caso de Emiliano García Page, el de Castilla-La Mancha-, cargando sobre los madrileños en diáspora el aumento de la incidencia de la pandemia en sus respectivas comunidades, al tiempo que pidiéndoles que no vayan a ellas para evitar contagios. Sobre esto último, quiero llamar la atención de la “galleguización” de ambos dirigentes castellanos pues sabido es el tópico que atribuye solo a los gallegos la posibilidad de soplar y absorber a la vez. Lo digo porque tanto Castilla y León como Castilla-La Mancha dependen enormemente del valor añadido que, en todo orden, especialmente el económico, les deja su proximidad a Madrid y ambas comunidades reciben cerca del 40 por ciento de su turismo de la CAM, además de estar en ellas las patrias chicas y las segundas residencias de centenares de miles de madrileños. En el caso concreto de Castilla-La Mancha, resulta esclarecedor el hecho de que Page tratara de absorber, hace apenas unas semanas, turistas madrileños con su campaña titulada “Tus vacaciones nunca han estado tan cerca”, cuando ahora trata de alejarles soplando con declaraciones como éstas: “Madrid es una bomba vírica” y señalando a la CAM de provocar el 80 por ciento de los contagios que ha habido en Castilla-La Mancha. Mal anfitrión y peor vecino.
Es evidente que la política española está cada día más infectada de incompetencia, intolerancia, radicalidad y sectarismo, y que ha venido un virus polimorfo para quedarse: la tensión entre territorios, los derechos asimétricos entre españoles, la crisis institucional casi permanente y el deterioro de España como marca y como Estado. ¿Vacuna contra ello? Volver al espíritu de la Transición que, incluso desde una parte del propio gobierno actual, están tratando de subvertir, aniquilar y enterrar.
Gracias, Joaquín Sabina, por prestarme el título.