A Guadalajara se le acaba de morir Santiago Bernal Gutiérrez, un gran guadalajareño de Santiuste de San Juan Bautista (Segovia). No solo los de Bilbao nacen donde les da la gana, también los guadalajareños. Ser de Guadalajara no implica necesariamente haber nacido en esta provincia; lo que sí es imprescindible es haberla asumido y querido como es, con sus virtudes y sus defectos, con sus bellezas y sus fealdades, con sus activos y sus pasivos, con sus pros y sus contras, pero, sobre todo, “laborar” por ella, verbo que Layna Serrano llevó hasta el epitafio de su mujer, fallecida muy antes de tiempo. Bernal ha muerto ya en el atardecer de una vida longeva, a los 94 años, deteriorado por la edad y la enfermedad, y puteado –con perdón- por las circunstancias y alguna falta de empatía y celo profesional, pero hasta su último segundo vital laborando por enaltecer las guadalajaras, por seguir con la dialéctica epitáfica de Layna. Y esto que digo no es recurrente, ni el típico halago post-mortem, tan español y tan cabrón –perdón de nuevo-; es verdad de la buena porque a pesar de su avanzada edad y sus lógicos achaques, entre otros las secuelas del puñetero Covid que padeció y superó en octubre pasado -esta vez me niego a pedir perdón-, Bernal dejó sobre su mesa de trabajo una extensa nota que decía: “Cosas por hacer”. Me lo contaron sus propios hijos en el tanatorio y desde ese mismo momento ya supe cuál sería el titular de este artículo de despedida a un buen, querido y admirado amigo como fue para mí, y para tantos otros, Santiago. ¡Qué lección de actividad, empeño y compromiso con la vida hasta su último suspiro tiene esa nota que dejó Bernal! Cuando hay tanto pusilánime y pasivo en el mundo que solo está en él porque pasan lista y únicamente se le puede encontrar aborregado, Santiago, con sus 94 largos años y las muchas circunstancias que condicionaron negativamente su último tramo vital, seguía y seguía haciendo cosas y aún se dejó muchas por hacer.
Profesionalmente, Santiago fue un gran relojero de los que hacían andar a un reloj aunque le faltaran piezas o llevara muchos años en desuso. Uno de sus hijos, Mario, aprendió la profesión de él y ahora es uno de los mecánicos relojeros más prestigiosos que trabajan en Madrid, especializado en relojes de alta gama. De casta le viene al galgo, podríamos decir, apelando al sabio refranero castellano. Pero si Bernal era –y es, gracias a su hijo- sinónimo de profesionalidad y competencia en el mundo de la relojería, por lo que públicamente destacó fue por su esforzado, impagable y extraordinario trabajo como fotógrafo y como gestor y dinamizador de la fotografía en Guadalajara. El propio Santiago, en las palabras de introducción que escribió para su magnífico libro fotográfico sobre La Caballada de Atienza –editado en 2012-, resumió con sencillez sus principales aportaciones a su provincia de adopción y vocación: “Desde que en Guadalajara me inicié en el mundo de la cultura y el deporte, he trabajado duro y siempre de forma altruista, en favor de la capital y su provincia. Cincuenta años con la Agrupación Fotográfica y otros treinta con el Club Alcarreño de Montaña, haciendo actividades originales, tratando que estuvieran bien desarrolladas y que siempre dejaran poso para que los medios de comunicación las publicaran y difundieran, era el único premio que yo quería y que busqué: su difusión, lo más amplia posible, para que se enteraran de que en Guadalajara se hacían actividades culturales y deportivas importantes”. Santiago, ciertamente, puso a Guadalajara en lo más alto en el campo de la fotografía nacional e, incluso, europea, gracias a su extenso e intenso trabajo desde la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, especialmente a través de la organización de los prestigiosos premios de la Abeja de Oro y de la Semana Internacional de la Fotografía. Una de sus mayores ilusiones hubiera sido que la capital acogiera el Museo Nacional de la Fotografía al haber aportado la provincia tantos y tan relevantes fotógrafos (Ortíz Echagüe, Goñi, Marí, Camarillo, López, etc.) y tener una de las agrupaciones fotográficas más activas de España y algunos de los certámenes más prestigiosos; incluso hubo un tiempo en que trabajó activamente en este importante proyecto y consiguió el apoyo de notables agrupaciones y destacados fotógrafos para él, pero la soledad no es buena compañera de viaje ni lleva demasiado lejos. Hoy, España, sigue sin tener un Museo de la Fotografía pese a que se proyectó un gran Centro Nacional de Artes Visuales que integraba uno en él en tiempos de Zapatero y que iba a ubicarse en el antiguo edificio de la Tabacalera, en Madrid; el propio expresidente del gobierno enterró ese proyecto cuando llegó la crisis económica que él mismo negó y nadie lo ha retomado hasta ahora. Guadalajara no debería olvidarse de sus opciones para ser anfitrión de este centro porque tiene argumentos –y posibles instalaciones: El Fuerte, la Cárcel…- para ello, aunque le falten “bernales” y puede que también “bemoles”.
Santiago Bernal, como ya hemos visto, era una persona tremendamente activa y ponía mucho empeño y pasión en todo lo que hacía. A veces parecía que, incluso, iba a una velocidad más que los demás. Sin ser una persona especialmente culta, fue un gran hombre de la cultura, demostrando sin pretenderlo que la actividad cultural no está reservada a ninguna élite; otra cosa ya es que algunos pretendan hacer elitismo de la cultura para distanciarse y sobresalir de los demás. Como fotógrafo, Santiago destacó por su depurada técnica y capacidad de encuadre y composición, pero sobre todo porque hacía una fotografía cargada de humanidad; sin duda, estamos ante un gran fotógrafo humanista, al tiempo que muy humano, pues no solo tomaba excelentes imágenes, casi siempre con personas como protagonistas, sino que empatizaba con ellas y hasta creaba vínculos que perduraban. Ese fue el caso de su estrecha relación con Atienza y su Caballada; hasta allí fue a hacer fotos de esa espectacular e histórica fiesta a principios de los años sesenta y en Atienza gestó estrechas amistades y vínculos, hasta el punto de ser nombrado en 1993 hermano honorario de la plurisecular Cofradía de la Santísima Trinidad, de la que llegó a ser “prioste” (seis) por turno, algo casi vedado a personas sin ascendencia atencina. Atienza y su Caballada siempre estuvieron y estarán en su corazón y me consta que el afecto es recíproco.
Concluyo ya diciendo que Santiago Bernal era una buena persona, en el sentido machadiano de la palabra. Cercano, sencillo, empático, generoso o servicial son algunos de los adjetivos que se ganó en vida y que deben acompañarle en esta despedida en la hora de su muerte. Ha sido enterrado con la tradicional y bella chaquetilla de cofrade de la Santísima Trinidad y ya cabalga por las Puertacaballos y las Barranqueras del cielo reservado a quienes laboraron más por los demás que por ellos mismos. Descansa en paz, amigo. Muchos te debemos mucho y Guadalajara más.