Es archisabido el hecho de que la pandemia de Covid sigue complicándonos a todos la vida, algo impensable hace un año cuando por estas mismas fechas ya había un calendario de vacunación inminente que parecía que iba a acabar con ella, si no de un plumazo, sí de un pinchazo. Bueno, es un decir, en realidad, de millones de pinchazos. Pero no, el dichoso virus sigue estando ahí, mutando a una media de casi una vez al mes, hasta el punto de que la Organización Mundial de la Salud ha tenido que tirar del alfabeto griego para ir poniendo nombre a las sucesivas variantes con las que viene presentándose. A la actual, infectiva como pocas, se le ha bautizado con el nombre de ómicron, que viene a ser la “o” de nuestro alfabeto, y que en el griego ocupa el decimotercer lugar. Las dos letras que preceden a ómicron son “Nu” y “Xi”, a las que la OMS no ha querido utilizar para bautizar variante alguna de Covid porque ‘Nu’ se confunde demasiado fácilmente con ‘nuevo’ en inglés, y ‘Xi’ porque es un apellido común, sobre todo en China. Ojo con los miramientos que se tienen a veces para no molestar u ofender a algunos, sobremanera a los chinos pese a que hay más evidencias que sospechas de que el virus surgió allí y puede que no de una buena praxis científica precisamente. Hace algo más de un siglo no hubo tantos remilgos cuando a la mortal pandemia de gripe declarada en plena I Guerra Mundial se le bautizó como “española”, pese a que todo apunta a que surgió en un cuartel del ejército norteamericano en Kansas y que fueron tropas de este país las que lo trajeron a Europa. ¿Y por qué se le bautizó entonces como gripe española? Pues hasta donde he podido saber, porque fue la prensa española la que más se ocupó y preocupó del asunto de aquella mortífera gripe, al ser España un país neutral en la contienda, mientras que el resto de naciones europeas estaban enfrascadas en la llamada “Gran Guerra” y los titulares y la máxima preocupación de sus medios de comunicación eran para ella. Imagino que también tendría algo que ver en el asunto de aquel ignominioso bautizo el hecho de que entonces España apenas tenía influencia en la política internacional; bien al contrario, era un país considerado subdesarrollado, más africano que europeo y con una sanidad y una salubridad precarias, circunstancias que sí que tuvieron que ver en que aquí se disparara la mortandad. El caso es que con el nombre de gripe española se quedó aquella pandemia que se desató en 1918 y que en nuestro país causó muchos miles de muertos, entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico– y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población nacional de ese momento. Uno de los pueblos de nuestra provincia más afectados por aquella gripe fue Aldeanueva de Guadalajara pues en él se contagió la mitad de la población -alrededor de 200 personas- y fallecieron 20. Un médico alcarreño, natural de Las Inviernas, Feliciano García Pastor, ejerciente en Chiloeches, se destacó a nivel internacional por el valioso estudio que hizo de aquella gripe, hasta el punto de recibir honores y distinciones por su trabajo incluso en Estados Unidos, previamente ya reconocido por la Real Academia Nacional de Medicina. Era tan buena persona y tan celoso profesional aquel médico que renunció a un lucrativo viaje a USA, al que fue invitado para impartir conferencias y recoger su premio, justificando su negativa en que debía seguir atendiendo a sus pacientes de Chiloeches, pueblo en el que ejerció la medicina durante casi medio siglo y que terminó otorgándole la Medalla al Mérito en el Trabajo.
El o la Covid, que casi dos años después aún no se sabe si es chico o chica -o chique-, ahora transmutado en su variante ómicron, sigue haciendo enfermar a muchas personas, contagiando a muchas más, aunque llevando a la muerte a menos, sin duda por la eficacia de las vacunas, los avances en los tratamientos y los propios procesos de autodefensa que el cuerpo humano genera. Ya van seis olas y 11 variantes. Cuando a finales de verano y principios de otoño se doblegó la curva de la quinta ola, cantamos victoria y relajamos muchísimo las medidas preventivas de contagio que, en el tiempo en que más arreciaba el asunto, nos mantuvieron sanos o, cuando menos, vivos. Maximalistas como somos los españoles, pasamos de la noche al día, del invierno al verano, de la oscuridad a la luz y, a lomos de Herr Pfizer, Mr. Moderna, Mademoiselle Jansen y Lord AstraZeneca, cabalgamos hacia la república de la felicidad y el imperio de la “dolce vita”… Y, como suele ocurrir, el refranero volvió a tener razón: “Días de mucho, vísperas de poco”. Y aquí estamos otra vez, puestos contra la pared por ómicron, que es solo una letra y además griega, el país en el que nació la filosofía, uno de los tres puntos de apoyo de la cultura y la civilización occidental, junto con el derecho romano y la religión cristiana. Pero hoy, de Grecia –mejor dicho, a ella-, ya no vienen/llegan los Diálogos de Platón o la Metafísica de Aristóteles, sino miles de atribulados migrantes en botes y barcazas que huyen de la guerra de Siria y el horror talibán de Afganistán y que se mezclan con turistas millonarios en islas mediterráneas paradisiacas como Lesbos, Miconos o Samos. Lo de mezclarse es un decir.Hay muchos virus además del SARS Covid 19 en este mundo y a los del tipo del actual drama griego -que no es el único, ahí están las vallas de Ceuta y Melilla-, mucho me temo que en pocos laboratorios se está trabajando para atacarlos con vacunas verdaderamente eficaces. Así las cosas, Jesús va a nacer en Navidad con sus mensajes de verdadero amor, verdadera justicia y verdadera paz siendo más necesarios que nunca. Contra ómicron, Alfa y Omega, la primer y la última letra del alfabeto griego como significado del comienzo y el final de todas las cosas que es y representa Jesús.
Termino ya esta entrada en tiempo de Navidad refiriéndome al montaje gráfico que acompaña el texto. Se trata de una garza real fotografiada por mi hace unos días junto al puente del Henares de Guadalajara, envuelta en la letra ómicron. Las garzas reales (Ardea cinerea) son aves que en el tramo medio del Henares, en temporada invernal, encuentran un hábitat adecuado para pasar esta fría estación. Que se aten las aletas pectorales con ellas los barbos, las carpas, las bogas y demás ciprínidos que ahora semi hibernan en el fondo del río, al igual que deben hacerlo las pocas truchas despistadas que aún boquean a medias aguas por este tramo del Henares, ya poco oxigenado para ellas. El largo y afilado pico de las garzas es una lanza tan hiriente para los peces como la de Longinos lo fue para el costado de Cristo en la cruz. Como muestra la imagen, a la garza del Henares le rodea ómicron, la letra que ha dado su nombre a la última variante de Covid, conformando ambas una alegoría gráfica del peligro latente que el ave representa para los peces, pese a parecer reposar tranquila sobre una roca, y el virus llamado ómicron para los hombres, a pesar de ser altamente infeccioso, pero cursar leve. Disfruten todo lo que puedan de la verdadera Navidad, pero con sentido común pues aún queda mucho abecedario griego para bautizar variantes hasta llegar a omega.