Hace 84 años, un coronel del ejército republicano que mandaba las tropas que protegían la entrada a Guadalajara por la entonces llamada carretera de primer orden de Madrid a Francia, ocupó la vivienda de mis abuelos maternos en Taracena, junto con su mujer y su ayudante, residiendo en ella los casi tres años que duró la Guerra Civil. Evidentemente, la ocupación la hizo a la fuerza y con intimidación, pues mis abuelos vivían allí junto a sus cinco hijos. El jefe militar republicano tuvo, al menos, la delicadeza de permitir a mi familia seguir residiendo en su casa y hasta compartió con ella los “chuscos” de pan que diariamente traía su ayudante de la intendencia de Guadalajara. La convivencia forzosa y forzada de aquel matrimonio con mis abuelos, mis tíos y mi madre en su propia casa, fue bastante razonable, pese a la tesitura. Mi familia puso mucho de su parte para hacer lo más soportable y llevadera posible aquella incómoda situación, ayudando mucho a ello la mujer del coronel pues era muy educada, sensata y respetuosa. Acabada la guerra, se acabó la ocupación, y la separación de ambas familias fue todo lo cordial que podía ser en circunstancias como aquellas. Mi familia, en un “quid pro quo” propio de las buenas personas, hizo lo que pudo por aquel coronel, una vez acabada la contienda, al igual que él hiciera con los míos mientras duró el conflicto; eso sí, éste siempre desde una posición usurpadora y de fuerza.
Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado”
He contado esta historia porque hace unos días, un par de individuos que residen en el bloque “okupado” de la calle Espíritu Santo de Taracena, según pueden atestiguar vecinos que les vieron, reconocieron y disuadieron, intentaron “okupar” -o robar, solo ellos saben su intención- las casas que ahora tenemos la familia de mi difunto y querido hermano, Carlos, y la mía, construidas de nuevo hace 14 años sobre el solar de la vieja casa de labranza de mis abuelos, ocupada durante la guerra. No se qué tendrá este terreno, además de una sima con agua que costó muchos camiones de hormigón drenar, pero el caso es que es un recurrente objeto de oc/kupación, con “c” y con “k”. Pongamos que la de los militares fue con “c” y con “k” la de estos delincuentes a los que niego el matiz de “presuntos” pues hacen una tras otra, como bien saben y sufren los vecinos de Taracena desde que, hace ya más de dos años, “okuparan” un bloque de viviendas del pueblo de nueva construcción. Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado” y en el pueblo se tiene muy claro y probado que hay una relación directa de causa/efecto en ello. También ha habido un “efecto llamada” y se han “okupado” otros inmuebles del pueblo y hay algunos ya señalados, previsiblemente, para futura usurpación.
En Taracena, un lugar tranquilo donde los hubiera y con un habitualmente pacífico clima de convivencia, hace tiempo que se ha perdido la tranquilidad, cunde el temor y la paz no puede estallar, parafraseando el título de la novela de José María Gironella que es la tercera de su tetralogía sobre la Guerra Civil, iniciada con “Los cipreses creen en Dios”. A los pies de un ciprés del cementerio de Taracena, probablemente descreído por el signo convulso y enrarecido de los tiempos, descansa Carlos, mi añorado hermano, quien tantas horas disfrutara en nuestra casa de la plaza de la Fuente del pueblo, ocupada en el 36 y ya dos veces intentada “okupar” en 2018 y 2020. Allí disfrutó de su música con la intensidad de su pasión por ella y su enorme talento y allí compuso su extraordinaria “Suite Taracena” en la que se reúnen pasacalles, reboladas, jotas, jotillas, pericones, mazurcas y bailes corridos dedicados a la recuperada botarga de San Ildefonso, calles, parajes y personas del pueblo. Si los “okupas” -o ladrones- hubieran conseguido su propósito, el ciprés bajo el que descansa mi hermano se habría pasado del descreimiento pasivo al agnosticismo activo.
La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia
He contado mi propia experiencia y estoy aflorando mis sentimientos como testimonio personal y directo de la impotencia y otras muy desagradables sensaciones que deben tener las personas a quienes les llegan a usurpar sus viviendas que, lamentablemente, cada día son más. La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia, especialmente por parte de un amplio sector de la izquierda española que, para más inri, ahora se sienta en el consejo de ministros y gobierna ciudades. Como muestra, un botón: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, confluente podemita con sus “Comús”, hasta imparte cursos de “okupación” para jóvenes basados en teorías anarquistas. Hablábamos antes del 36, pero 1909 tampoco está tan lejos.
La “okupación” en Guadalajara no sólo se limita al notorio caso de Taracena, aunque allí tiene un especial y grave impacto por ser un pueblo de poco más de 500 habitantes e idiosincrasia más rural que urbana. En la ciudad hay también viviendas “okupadas” en el barrio de los Manantiales, el de Aguas Vivas (Bulevar Clara Campoamor), la zona de las Lomas, en la calle Cuba y la avenida de Venezuela, calle Laguna de la Colmada, en pleno centro de la ciudad (calle Mayor, López de Haro, Plaza del Cívico) o en las viviendas de San Vicente Paúl. En el último pleno municipal se aprobó una moción para elaborar un protocolo para tratar de combatir la “okupación”, presentada por el PP y apoyada por el PSOE tras hacer una aportación transaccional; también la apoyaron Ciudadanos y Vox. Unidas Podemos votó en contra y AIKE (A Guadalajara hay que quererla), se abstuvieron, claro. ¡Aike… joderse y querer, de verdad, más a Guadalajara! Evidentemente, hay un problema social de acceso a la vivienda para jóvenes y para familias con escasos recursos, pero la solución no pasa por permitir, tolerar, mirar para otro lado e, incluso, enseñar a “okupar” viviendas a base de reventar bombines de cerraduras de inmuebles de propiedad privada, como también los que son de titularidad pública (especialmente de la Sareb), porque no hay nada que vaya más en contra de la propiedad pública que la usurpación violenta e impune de ésta por una persona privada. Y no se olviden que, sin ley, no hay derecho y, sin derecho, la selva, el estado natural… La anarquía.