El año hidrológico comienza en octubre y hay quienes defienden que el verdadero final del año es el del verano y el principio del otoño porque es cuando las vidas, las cosas y las circunstancias, materiales o inmateriales, tangibles o no, más suelen acusar el fin de un ciclo y el inicio de otro. Ciertamente, el albor del otoño parece un punto de partida, sobre todo en el ámbito escolar al ser en él cuando comienzan los cursos por lo que el final del año natural solo es el del primer trimestre, el famoso “first term” inglés, como el que relata Enid Blyton en su novela sobre el internado de las Torres de Malory. Con ella me inicié en la lectura del inglés, pero ya no pasé ni siquiera al escalón de Charles Dickens y Mark Twain, pese a saberme la trama y el final de casi todas sus obras a través del cine o de la lectura en nuestro propio idioma. Cuando se piensa en español y se lee o habla en inglés, se lee y habla también en español.
Octubre es el primer mes completo del otoño y el más representativo de todos porque noviembre, pese a estar en su ecuador, suele presentarse con más cara de invierno que de verano, aunque los meteoros son tan caprichosos y el cambio climático tan notorio —negar las evidencias es taparse los ojos con manos transparentes— que ya no sabe uno ni en qué mes vive si solo se fía del tiempo que hace. Con la medio contraída/medio sincopada palabra de “veroño” han bautizado algunos al cálido tiempo que ha estado haciendo desde el famoso “veranillo de San Miguel” hasta el Pilar y que apuntaba prolongarse incluso a San Lucas, pero un “río atmosférico” parece que va a traer una borrasca que acabará con el último ramalazo estival. Cuando lean esta entrada es probable que ese río ya haya llegado a la mar, que en este caso y a diferencia del de las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, no es el morir, sino el llover y comenzar a refrescar. Ojalá. Por cierto, San Lucas se celebra el 18 de octubre y, por si no lo sabe alguno, le recuerdo que en esa fecha tenía lugar una de las dos ferias anuales que Alfonso X concedió a Guadalajara, precisamente la que ahora se celebra en septiembre y que fue huyendo de octubre y del otoño por el frío y la lluvia que solía traer aparejados
Cada vez que oigo un término meteorológico nuevo para mí, como ha sido el caso de este “río atmosférico” que trae una fuerte borrasca, anunciado por el televisivo Roberto Brasero —además de un gran meteorólogo y comunicador es un tipo muy simpático con el que coincidí este verano en Comillas—, me acuerdo de Mariano Medina, el inolvidable y sempiterno “hombre del tiempo” de TVE, cuando era la única televisión de España, aunque emitía por dos canales, VHF y UHF. Al señor Medina, tan circunspecto él, pero con un aura de credibilidad casi absoluta, jamás le oí en sus previsiones televisivas del tiempo palabras que ahora son casi recurrentes en ellas: “DANA”, “tormenta perfecta”, “río atmosférico”, “vorticidad”, etc. A él le bastaban para explicarnos lo que podría ocurrir con el tiempo, la “b” de borrasca, la “a” de anticiclón y las famosas isobaras… y, por supuesto, los paragüitas y los soles en forma de pegatina que colocaba en el mapa de España según procediera. El lenguaje técnico, la jerga meteorológica, llegó cuando dejó de haber una sola televisión y las cadenas privadas comenzaron a competir entre ellas por la audiencia, incluso en la previsión del tiempo, que todo suma para el rating y el share… Así, de la seriedad y circunspección intencionadas de Mariano Medina para lograr credibilidad, pasamos a la extraversión y capacidad de comunicación de meteorólogos para captar audiencia, como el ya citado Brasero, José Antonio Maldonado o Mario Picazo, entre ellos, y de Pilar Sanjurjo, Mónica López o Himar González, entre ellas. La verdad es que la Sanjurjo —que creo que no tiene nada que ver con el famoso general del mismo nombre— también es de los tiempos de “Cuéntame”, como Medina, aunque esa serie ya hace tiempo que dejó el blanco y negro y se va a despedir estos días, después de 23 temporadas, contando cosas que yo ya viví hace tiempo y no precisamente de niño. Tempus fugit, como decían los romanos…
Pese a ser el primero que nos aleja del verano y nos mete de lleno en una espiral que acabará en el frío y largo invierno, octubre siempre fue un mes muy apreciado por mí, supongo que porque en él cumplo los años. Y digo ”fue” y no “es” porque cumplir años cuando se quiere ser mayor, es una gozada, pero cumplirlos cuando no se quiere serlo más, es una putada, con perdón. Claro que querer cumplir años y no poder es mayor putada aún… Y lo dejó ahí porque las cicatrices del alma nunca se terminan de cerrar. Como se puede advertir en algunos pasajes de “Octubre, octubre”, la gran novela de José Luis Sampedro, si no la mejor, el abandono y la pérdida son dos sentimientos recurrentes en ella y que, entre otras muchas consecuencias, terminan derivando en la melancolía, el estado de ánimo que pinta el otoño en los espíritus más sensibles.
De momento, si aún no han leído la novela de Sampedro que no se conforma con un solo octubre, sino que reivindica dos en su propio título, se la recomiendo encarecidamente. Y si octubre y su “veroño” o su ya otoño, otoño, los llevan a la melancolía, piensen como Ítalo Calvino que “la melancolía es la tristeza que ha sido tomada de la luz”… y que algún día saldrá el sol.