El pasado 7 de enero se le partió y paró el corazón a Francisco García Marquina, biólogo, escritor y poeta alcarreño nacido en 1937 en Madrid. Paco Marquina, como él mismo se presentaba y solía ser llamado por sus numerosos conocidos y amigos, no es el primer gran alcarreño que nace fuera de la Alcarria. Ser de un lugar no implica necesariamente haber nacido en él, sino estar apegado a él de manera voluntaria y afectiva. Ese era el caso de Marquina pues eligió la Alcarria para avecindarse, echar raíces personales y literarias y fundirse con esta tierra a la que tanto amó hasta casi confundirse con ella. Confío en que los actuales responsables políticos del Ayuntamiento de la capital y de la Diputación Provincial tengan la sensibilidad suficiente para, además de promover un merecido homenaje a su obra, también le rindan tributo a su vida y sea nombrado, a título póstumo, “hijo adoptivo” de la capital y de la provincia pues sería un acto de justicia que, además, me consta que le haría especial ilusión. Paco y yo no nos tratamos mucho, pero sí lo suficiente como para que me dedicara un ejemplar de su último libro sobre Cela, del que más adelante daré detalles, con las cómplices y afectivas palabras que se pueden leer en la reproducción facsímil que acompaña este texto.
Marquina era un escritor total que se prodigó en varios géneros –fundamentalmente poesía, narrativa y ensayo- y en todos ellos destacó por su solvencia y brillantez, méritos a los que accedió gracias a su vasta cultura y proverbial inteligencia. Ciertamente, era una persona sabia, que hablaba y escribía siempre en niveles de excelencia y a la que era un placer leer y escuchar, algo que él también practicaba con los demás, demostrando con ello inteligencia y mesura, además de una educación exquisita. Dice un conocido proverbio africano que ”cuando una persona anciana muere, arde una biblioteca”. Paco no murió siendo anciano, jamás pasó de mayor, algo que fue desde muy joven, pero con su muerte ha ardido una biblioteca inmensa. Pese a su menudez física, su capacidad y entrega a la lectura y su envergadura intelectual fueron tales que podría mirar a los ojos a Demetrio de Falero, el encargado por el faraón de recopilar en la Biblioteca de Alejandría todos los libros escritos en el mundo hasta ese momento. Hablamos de finales del siglo IV y principios del III a. de C. Sé que me llamaría exagerado por esto que acabo de escribir, pero le refutaría que ya le ha llegado la hora de sus alabanzas y que él no tiene nada más que decir pues ya lo ha dicho todo, que es mucho.
Como buen alcarreño y, por tanto, escéptico con las fuerzas telúricas, yo no creo en las casualidades, más bien en las causalidades. Las margas y las calizas que fundamentalmente conforman el suelo de la Alcarria son tan ásperas y desconfiadas que no suelen ser de azares, más bien de certezas. Eso sí, ahora vienen los acontecimientos y me chafan el parangón y la reflexión edafológicas porque Paco Marquina, una de las personas que más de cerca conocieron a Camilo José Cela –especialmente en el otoño de su vida- y, sin duda, la que mejor le retrató vital y literariamente, ha muerto apenas diez días antes de que se cumpliera el vigésimo aniversario del deceso del Nobel de Literatura de 1989. ¡Qué casualidad! Efectivamente, si el poeta alcarreño ha fallecido el 7 de enero de 2022, el escritor gallego falleció el 17 de enero de 2002. Es de público conocimiento que ambos escritores mantuvieron una estrecha relación personal, devenida en especial amistad a raíz de que el propio Marquina, junto con Jesús Campoamor y algún otro amigo guadalajareño, ayudaran a Cela a encontrar casa y fijar su residencia en la provincia cuando abandonó su casa mallorquina de la Bonanova, se divorció de su primera mujer, Rosario Conde, y comenzó su relación con la segunda, Marina Castaño. Aquella decisión de Cela de residenciarse en Guadalajara comenzó a muñirse en el viejo molino de Caspueñas, junto al río Ungría, donde Marquina tuvo casa, finca y piscifactoría de truchas –recordemos que era biólogo- durante bastantes años. Frecuentes y famosas fueron las tertulias literarias y de amigos que en ese molino antañón convocaba y acogía el poeta alcarreño recién fallecido, un bello paraje que le inspiró una de sus obras más apegadas a la tierra: “Nacimiento y mocedad del río Ungría”. Tanta fue la cercanía que llegaron a tener ambos escritores que Marquina fue uno de los contados 50 asistentes a la boda civil de Cela con Marina Castaño, celebrada el 10 de marzo de 1990 en su última residencia en Guadalajara, un chalet de estilo inglés situado en El Espinar, en la zona del Cañal, junto a las “terreras de Cervantes”, como son conocidos los notorios cortados del Henares a esa altura de su paso por el término de Guadalajara. El escritor gallego estuvo residiendo previamente una breve temporada en el Hotel La Cañada, en Horche, y un tiempo más prolongado en un chalet alquilado en El Clavín, donde precisamente recibió la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura de 1989.
Paco Marquina escribió varios libros relacionados con CJC y su obra, del que destaca especialmente “Cela. Retrato de un Nobel”, magníficamente editado por Aache en 2016, un extenso, detallado y extraordinario trabajo en el que se cuentan la vida, obra y milagros, nunca mejor dicho, de Cela, de una manera absolutamente equilibrada pues no es, ni mucho menos, una “hagiografía” complaciente y blanqueadora del Nobel, sino una biografía escrita con pinceladas de gran escritor, de ahí el título. En la muerte de Marquina y en el vigésimo aniversario de la de Cela, no se me ocurre mejor idea que recomendar su compra y lectura si se quiere conocer y reconocer mejor a un escritor que, aunque gallego militante, se enamoró de la Alcarria porque tenía debilidad por las cosas y las gentes sencillas, aunque el personaje que él mismo se creó pudiera aparentar justamente lo contrario. Estas palabras de Cela sobre la ciudad de Guadalajara quedan recogidas por Marquina en su retrato del Nobel: “Guadalajara es una ciudad íntima y minúscula, entrañable y abierta, en cuyo jardín intelectual crece lozana la airosa flor de la poesía”. Y de entre la poesía que ha florecido en las últimas décadas en Guadalajara, a mi juicio la de Marquina ha sido la de mayor enjundia. Con dos versos suyos le despido al tiempo que hago públicos mi afecto y admiración por él:
“¿Dónde hallar la emoción que se hizo niebla
y huyó hacia las alturas?”
(De “Esto no es una pipa”, 2013)